La caja de cartón que se desempolva
guarda el oráculo del nacimiento:
piezas de barro, porcelana, aluminio,
madera, son el cordón umbilical
de una tradición que celebra
el misterio mismo de la existencia
en su plástica más contundente:
La desnudez de su humildad.

La pareja, la criatura, la ofrenda,
los magos, los animales,
los ángeles y demonios,
los pastores, el río de plata,
la estrella.

Un mensaje genético de la resistencia;
un libro escrito en las entrañas del universo,
el ADN que confirma la escritura de la especie.

En el primer cuarto del siglo XXI,
la Navidad es un árbol torcido
circundado por la sangre derramada
de inocentes
en el tablero de la vida.

Los Herodes persisten
en esa extraña y obstinada paranoia
de la historia del poder.
Los Pilatos,
en cuyos espejos nos reconocemos,
se lavan las manos
ante la tragedia que se propaga.

Las piezas del nacimiento
están de cabeza por decir lo menos;
unas ya desaparecieron,
otras familias estrujadas por dentro
y asediadas por los ejércitos de las sombras,
se reúnen en la mesa
y junto al fuego de su amor
buscan sostenerse
y cuidar y guardar la visión.

El nacimiento
es el origen del ajedrez de la vida,
su crucial interrogante:
el desafío de la resurrección.

Tomás Calvillo Unna

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