El escritor peruano Santiago Roncagliolo habló con SinEmbargo con motivo de la reedición de Abril Rojo (Seix Barral), obra publicada originalmente en 2006, y compartió sus apreciaciones sobre cómo el discurso extremista ha recuperado territorio en América Latina.
Ciudad de México, 19 de diciembre (SinEmbargo).– Los problemas han vuelto a ser los mismos en toda América Latina, con “una sociedad más polarizada y más dividida en extremos que antes, donde ha vuelto el discurso del comunismo, del fascismo”, planteó el escritor peruano Santiago Roncagliolo.
“Estamos en una época muy parecida a los años 30: crisis de capitalismo, críticas de gente que siente que debe de vivir de otra manera, crisis de otros discursos y un vacío que llenan los discursos más extremos de izquierda o de derecha que pueden no ser análisis adecuados de la realidad, pero son movilizadores”, comentó a SinEmbargo con motivo de la reedición de Abril Rojo (Seix Barral), obra publicada originalmente en 2006, cuando fue reconocida con el Premio Alfaguara.
En esta novela, Santiago Roncagliolo “refleja el paisaje después de la batalla” entre el Gobierno peruano y Sendero Luminoso, el grupo terrorista de corte maoísta que sembró el terror en este país desde la década de 1980 hasta entrado el siglo XXI. Un thriller que tiene como personaje central al Fiscal adjunto Félix Chacaltana, un burócrata que abrirá la Caja de Pandora en su natal Ayacucho a partir de la investigación de un asesinato perpetrado en medio de las celebraciones de Semana Santa.
“La novela juega con el papel de los muertos en una sociedad, con cómo nuestras sociedades se alzan sobre cementerios. Consideramos que nuestros países nacen en las guerras de independencia, consideramos que todos venimos de un derramamiento de sangre y ese derramamiento forma parte del presente”, mencionó el autor.
Al ser cuestionado sobre si el terror causado por esta agrupación extremista es cosa del pasado, Roncagliolo recordó que el pasado 11 de septiembre murió Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso y “como hito, su muerte servía para pensar que al menos ya no nos matamos, lo cual es todo un paso. Pero los problemas siguen siendo los mismos”.
Peor aún, añadió, “los problemas han vuelto a ser los mismos en toda América Latina porque es una sociedad más polarizada y más dividida en extremos que antes, donde ha vuelto el discurso del comunismo, del fascismo. Algo que a mí me impactó muchísimo revisando la novela es que eso es mucho más actual ahora que cuando apareció hace 15 años. Todos esos discursos eran más bien exóticos”.
En ese sentido mencionó cómo la agrupación de ultraderecha VOX firmó en meses pasado la Carta de Madrid —un posicionamiento que busca hacer frente al avance del comunismo en la Iberosfera— con parte del PAN y con Keiko Fujimori, hija del dictador Alberto Fujimori, y otros líderes de la derecha del Perú.
“Es curioso cómo se ha sobrepuesto la parte ideológica, la parte étnica. ‘Nosotros somos la España', ‘nosotros somos la antiespaña’, que es un discurso más viejo que la Guerra fría. Es un discurso que tiene 500 años y que creíamos superado. Estos años América Latina se está dando cuenta de todo lo que no había superado, aunque creo que es un continente con mucha más clase media, más próspero y más libre que hace 30 años. México es un caso evidente. Pero no todos los discursos están superados y hay problemas que parecen enquistados, imposibles de cambiar, entre ellos, el de la violencia”, mencionó.
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—¿De qué manera Abril Rojo refleja el conflicto que vivió el Perú con Sendero Luminoso?
—Refleja el paisaje después de la batalla, cuando la violencia ha terminado, pero los muertos siguen ahí. En la medida en que son recordados, siguen vivos. Para mí era un gran referente, mientras escribía, (Juan) Rulfo y lo que él hizo con la Revolución Mexicana, ese páramo sembrado de muertos que siguen vivos para sus personajes, que siguen operando y actuando porque no han tenido tiempo de morirse enteros. Me interesa el paisaje de esa guerra que no termina mientras la recordemos y de esos muertos que siguen ahí mucho después de que han acabado los balazos.
—Respecto a este paralelismo que haces con Rulfo, también está presente la descripción que haces del campo, de los campesinos y de lugares sin ley. Los muertos son personajes. ¿Qué puedes ahondar más al respecto?
—Me llamaba mucha la atención cómo todas las sociedades tienen rituales de resurrección. La Semana Santa es la de los católicos, el momento en que se celebra que nuestro líder muere destruido por sus enemigos con su cuerpo mancillado, pero vuelve para guiar a sus seguidores a la vida eterna. Los incas tenían algo parecido después de la derrota. El mito del inca al que hace referencia la novela habla de cómo para las poblaciones andinas de la Colonia el inca había sido descuartizado, sus partes del cuerpo arrancadas, pero se estaban buscando esas partes. En cuanto se encontrase la cabeza, el inca renacería y el imperio recuperaría su gloria. La novela juega con el papel de los muertos en una sociedad, con cómo nuestras sociedades se alzan sobre cementerios. Consideramos que nuestros países nacen en las guerras de independencia, consideramos que todos venimos de un derramamiento de sangre y ese derramamiento forma parte del presente.
—El personaje del Fiscal adjunto Félix Chacaltana es interesantísimo. En un principio es un hombre que se aferra a seguir lo que estipula la ley sin entender su contexto. ¿Chacaltana personifica el vacío de la ley frente a un Estado militar?
—Sí, sobre todo yo lo veía como la inocencia. No solamente ante un Estado militar. Todos vivimos a lo largo de nuestra adultez lo que Chacaltana vive en unas semanas, porque es una novela y hay que condensarlo. Todos pensamos que los nuestros son los buenos, sea lo que sea los nuestros; nuestro partido, nuestro país, nuestra raza. Pero cuando eres honesto contigo mismo, las cosas son complicadas y vas descubriendo que ni los tuyos son tan buenos ni los otros son tan malos.
Esa pérdida de la inocencia que tenemos que hacer, que representa nuestro paso a la madurez, es la que vive Chacaltana. Él cree en la ley, cree que mientras estés dentro de la ley todo va a salir bien, pero va descubriendo, se va asomando a un infierno que va mucho más allá de lo que la ley puede cubrir. Va descubriendo que él mismo no es tan inocente, que también tiene cadáveres en el armario.
—El Perú vivió desde la década de 1980 hasta entrado el siglo XXI el surgimiento de este grupo terrorista Sendero Luminoso, por un lado, y por el otro lado, la contrainsurgencia del Estado. En México se vivió algo similar con la guerra sucia, periodo que comprendió desde los 60 hasta los 80. ¿Cuáles son las secuelas de estos episodios en el Perú?
—Son opuestas entre Perú y México. La principal víctima del Sendero fue la izquierda, que no volvió a gobernar en 30 años después de eso porque Sendero acabó con ellos y con su credibilidad ante la gente. México, en cambio, con sus guerrillas hizo una cosa muy curiosa que es lograr que fueran bastante olvidadas. Es más, lo sé porque crecí entre la gente que recibía México, entre los migrantes de la dictadura sudamericana que recibía México en los 70, es donde pasé mi infancia y todos tenemos el recuerdo de México como un país acogedor y pacífico con la disidencia política.
¡Porque no sabíamos lo que estaban haciendo con su disidencia política! La que no solamente eliminaron, sino que lograron borrar de la historia de todos esos centroamericanos que estaban haciendo guerrillas y revoluciones. La llaman guerra sucia, pero la mayor parte de América Latina no sabe que hubo una guerra sucia, porque no sabe que hubo algún tipo de guerrilla en México.
—En Perú, ¿cuáles son las secuelas de esta época de terrorismo con Sendero Luminoso?
—Creo que Sendero Luminoso en el Perú, igual que la guerrilla en Colombia, lograron que esos dos países se volvieran los más conservadores de toda la región durante muchos años porque el rechazo hacia ellos era mucho mayor que el rechazo hacia un sistema político malo, pero no tan malo como ellos. Su total intransigencia, su brutalidad, afectó a cualquiera que se viese en la izquierda, lo cual es bastante injusto porque Sendero Luminoso tampoco era proizquierda latinoamericana. Para ellos Cuba era un Estado burgués, avanzado, pero burgués; el Che Guevara era un payaso burgués.
Ellos consideraban que esas guerrillas estaban vendidas a la Unión Soviética y a Cuba, y Sendero Luminoso se consideraba la última verdadera revolución, incluso más de inspiración China, pero también rebelde contra China. Eso hizo que nadie supiera bien cómo combatirlos. Las estrategias contrasubversivas estaban hechas para levadistas, no para estos nuevos combatientes. Pero también les dio un nivel de mística, casi religiosa, fanática, que los convirtió en una maquinaria mucho más cruel que la guerrilla. Es la única guerrilla que ha matado a más gente que el Estado en la triste historia de la Guerra fría latinoamericana.
—¿El terror de esa época ya es cosa del pasado?
—Este año se murió Abimael Guzmán y por primera vez en que había un Gobierno con simpatizantes del Sendero Luminoso, bastante explícitos, pero a la vez teniendo en el liderazgo de la oposición a la hija de Fujimori, el Presidente preso. Como hito, su muerte servía para pensar que al menos ya no nos matamos, lo cual es todo un paso. Pero los problemas siguen siendo los mismos, peor aún, los problemas han vuelto a ser los mismos en toda América Latina porque es una sociedad más polarizada y más dividida en extremos que antes, donde ha vuelto el discurso del comunismo, del fascismo. Algo que a mí me impactó muchísimo revisando la novela es que eso es mucho más actual ahora que cuando apareció hace 15 años. Todos esos discursos eran más bien exóticos.
—Mencionas que resurge el discurso contra el comunismo. La ultraderecha empieza a resurgir en distintas naciones latinoamericanas, muchas de ellas con vínculos hacia VOX de España, como México.
—VOX firmó esta Carta de Madrid con parte del PAN, también la firmó en el Perú con Fujimori y otros líderes de la derecha. Es curioso cómo se ha sobrepuesto la parte ideológica, la parte étnica. ‘Nosotros somos la España', ‘nosotros somos la antiespaña’, que es un discurso más viejo que la Guerra fría. Es un discurso que tiene 500 años y que creíamos superado. Estos años América Latina se está dando cuenta de todo lo que no había superado, aunque creo que es un continente con mucha más clase media, más próspero y más libre que hace 30 años. México es un caso evidente. Pero no todos los discursos están superados y hay problemas que parecen enquistados, imposibles de cambiar, entre ellos, el de la violencia.
—¿A qué crees que se deberá esta situación?, ¿por qué la región no ha podido salir de esa espiral?
—No es sólo América Latina, es Europa también; VOX mismo es una señal de eso. Estamos en una época muy parecida a los años 30: crisis de capitalismo, críticas de gente que siente que debe de vivir de otra manera, crisis de otros discursos y un vacío que llenan los discursos más extremos de izquierda o de derecha que pueden no ser análisis adecuados de la realidad, pero son movilizadores. Dan una razón para unirse y actuar en un momento de incertidumbre, de poca claridad sobre el futuro. Todos nos arrellanamos en nuestra tribu y queremos formar parte de ella, sentirnos seguros.
—¿Y la corrupción? Es como si esta problemática escapara a una cuestión temporal y estuviera aferrada a las realidades latinoamericanas. ¿Qué piensas?
–La corrupción hace que no creas en tus líderes y uno de los problemas que hay ahora es que nadie cree en los líderes. Todos vivimos hablando de cómo nos estafan los políticos. Tiene que ver con la sensación de que mientras tú vives mal, ellos roban. Pero esa crítica no abre paso a mejores políticos necesariamente. Está abriendo el paso al tipo que tiene una solución muy simple que es acabar con todos ellos. No suena razonable si te lo pones a pensar, pero es suficiente para que te animes mucho. Los extremos son la antipolítica. Los extremos son los que consideran que los demás políticos están podridos, pero nadie te asegura que no lo estén ellos también.
—Volviendo al libro, ¿qué motiva al Fiscal adjunto Félix Chacaltana? Al principio uno cree que su impulsivo apego a la ley es el motor, pero mientras transcurren los hechos, pareciera que la motivación yace en un estar bien consigo mismo y hasta en una cuestión moral. ¿Qué lo motiva?
–Chacaltana quiere hacer las cosas bien, ese es su problema. Es un burócrata no porque sea una mala persona, sino porque en un mundo de incertidumbre cumplir el procedimiento es lo que él entiende como hacer las cosas bien. Es un detective anómalo en la literatura policial porque no quiere investigar nada, no quiere saber nada, sólo quiere cerrar su trámite, archivar su expediente y terminar el procedimiento correspondiente. Sin embargo, la realidad le va explotando en la cara, lo va arrastrando, lo va obligando y va haciendo temblar sus cimientos. Al principio de la novela él quiere ser bueno, pero (spoiler alert) al final se pregunta qué cuernos es ser bueno, con quién tiene que estar para no ser un asesino y no encuentra con quién.