Jorge Alberto Gudiño Hernández
04/12/2021 - 12:05 am
Volar a México
«Todo parece indicar que con el asunto aeroportuario terminará sucediendo lo mismo: nos acostumbraremos a un sistema que está colapsando constantemente. Lo peor es que, a diferencia del tránsito citadino en donde podemos optar por una bicicleta, caminar o el transporte público, en el caso concreto de los vuelos no hay nada que podamos hacer».
Mi esposa, un par de amigos cercanos y varios conocidos estuvieron durante la semana pasada en la FIL de Guadalajara. Diré poco del júbilo que se notaba en sus conversaciones tras una larga espera. La fiesta de los libros ha vuelto y lo celebro. Todo hace pensar que las cosas han ido muy bien y que es el envión que se necesitaba para que la industria se recupere un poco. Yo no fui pero la seguí un poco a distancia.
Algo me ha resultado especialmente llamativo. A lo largo de diferentes llamadas telefónicas con unos y otros, un tema se asomó tras platicar de libros y presentaciones; de reencuentros y comidas: el del aeropuerto.
Alguna vez escuché a alguien decir que lo peor del tráfico no es el tiempo que uno pierde en trasladarse de un sitio al otro sino el tiempo que uno pierde en quejarse por el tiempo perdido. Algo similar ocurre con el asunto aeroportuario.
Antes que nada, una aclaración. Gran parte de las personas con las que he hablado sobre la FIL esta semana fueron por motivos de trabajo. Alguna editorial, empresa, instituto o patrocinador les hicieron llegar sus boletos de avión semanas antes. Es decir, no volaban por placer ni lo hacían por un asunto económico. Simplemente, eran las condiciones con las que fueron invitados. A ellos quiero sumar a otros conocidos que han viajado en los últimos meses, ya sea por temas laborales, ya por un asunto de vacunación o simples vacaciones. Da igual, la constante se afirma: es horrible salir del aeropuerto de la CDMX.
Si la limitada muestra con la que cuento sobre los vuelos a Guadalajara de estos últimos días tiene una coincidencia, ésta es que no hubo alguno que saliera a tiempo. Mucho menos que aterrizara según lo que decía el boleto. Simple y llanamente, parece que eso es imposible. Algún viajero frecuente incluso sugiere sumar una o dos horas más a los itinerarios para no fallar a los compromisos adquiridos.
Sirva como ejemplo, el caso de un querido amigo que tardó siete horas de que salió del hotel a que llegó a su casa. En coche hubiera hecho menos tiempo, habría ido más cómodo y podría haberse olvidado de esa angustia que se genera por estar un un lugar cerrado con decenas de desconocidos que utilizan los cubrebocas a discreción. Y eso por no sumar al anecdotario las vuelos que se retrasan por horas o se cancelan de improviso.
En “La vuelta al mundo en ochenta días”, Phileas Fogg emprende la difícil tarea de rodear al planeta en menos de tres meses. Sucede en el siglo XIX, en un esquema en que la transportación era más precaria, no había aviones y las comunicaciones distaban mucho de ser como las de ahora. Antes de hacer la apuesta, hizo cálculos, revisó rutas e itinerarios. Si bien hubo muchos contratiempos en su camino (de lo contrario la novela apenas habría dado para una pequeña nota), lo cierto es que, en términos generales, los horarios de los transportes marítimos, ferroviarios, terrestres y demás (hay un globo aerostático) se cumplieron. La novela es muy buena y entretenida, de chicos nos hace imaginar y conocer un mundo que nos resulta lejano. Si se quisiera adaptar a nuestros días (con todas las modificaciones que eso implica), debería evitarse el aeropuerto de la CDMX o, mejor aún, utilizarlo como una de esas paradas que generan un conflicto a los protagonistas. Un conflicto que va más allá de la propia trama y que se relaciona con la angustia de no llegar a tiempo.
Quienes vivimos en esta ciudad hemos terminado acostumbrándonos al tráfico. Somos parte de éste y, en ese sentido, corresponsables del mismo. Más allá de ello, calculamos nuestras agendas aumentando minutos u horas a la ruta ideal. Lo hemos asumido y nos resignamos por más que intentemos utilizar rutas alternas o medios de transporte diversos. Es algo que ya forma parte de la conciencia de desplazamiento que tenemos los capitalinos. Todo parece indicar que con el asunto aeroportuario terminará sucediendo lo mismo: nos acostumbraremos a un sistema que está colapsando constantemente. Lo peor es que, a diferencia del tránsito citadino en donde podemos optar por una bicicleta, caminar o el transporte público, en el caso concreto de los vuelos no hay nada que podamos hacer.
Así que mejor hablar de libros y de la FIL, aunque los trayectos se atraviesen en nuestras pláticas.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
23-11-2024
23-11-2024
23-11-2024
22-11-2024
22-11-2024
21-11-2024
21-11-2024
21-11-2024
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo