El periodista y escritor uruguayo Diego Fischer habla con SinEmbargo sobre su más reciente novela Cuando todo pase, una historia sobre tres uruguayos que tratan de vivir sus sueños en la España que ingresaba a la Guerra Civil.
Ciudad de México, 2 de octubre (SinEmbargo).– El periodista y escritor uruguayo Diego Fischer recupera en su más reciente novela, Cuando todo pase (Planeta), la vida de tres uruguayos que dieron cobijo en el preludio de la Guerra Civil española y cómo por estos hechos, dos de sus connacionales, las hermanas Aguiar, fueron perseguidas y asesinadas por las milicias rojas, un hecho que propició la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Uruguay y España.
“[La historia] es una reivindicación de tres uruguayos que en silencio cumplieron con lo que ellos consideraron que era su deber, y su deber era no solo amar al prójimo en las oraciones, sino arriesgar y entregar sus vidas por ayudar al prójimo”, comentó Fischer en entrevista con SinEmbargo.
Cuando todo pase está basada en hechos reales, pero poco conocidos. Tiene además un tratamiento periodístico en el que Fischer se tomó unas cuantas licencias literarias — “las cuento con los dedos de una mano”— y traslada al lector a la España que amanecería el 14 de abril de 1931 sin rey y estrenando un nuevo régimen institucional.
Por un lado cuenta la historia de Daniel Cibils —la cual conoció Fischer en una clase—, el ahijado y sobrino del Embajador uruguayo Daniel Castellanos, quien al inicio del relato viaja a España a presentar sus cartas credenciales ante Alfonso XIII, sin saber que sería el último diplomático en hacerlo. Cibils entra a estudiar al Escorial y ante la convulsión del estado de las cosas en España decide salvar la vida de entre 60 y 80 de sus excompañeros de clases.
En el otro lado del relato están las hermanas Aguiar, Dolores y Consuelo, quienes tenían un compromiso con la fe católica muy importante. Dolores había querido ser monja, pero por una enfermedad que le dejó secuelas muy importantes no lo pudo ser y se fue a vivir a un colegio con monjas escolapias. Consuelo, por su parte, quiere hacer una vida tradicional, casarse, tener hijos; está enamorada de Carlos con quien planea casarse “cuando todo pase”, pero también es una mujer católica y practicante.
“Cuando estalla toda esa locura en España ellas estando en Madrid lo que hacen es ejercer lo que aprendieron en su hogar y en el colegio de las hermanas. [...] Lo que hace Dolores es sacar a sus compañeras religiosas, fueran escolapias o no, de los lugares de donde estaban viviendo para evitar que fueran asesinadas y las va repartiendo en hogares de familias que les dan cobijo, pisos. Otro tanto hace Consuelo”, comparte el autor.
No obstante, al hacer esto las hermanas despiertan la atención de los milicianos que, al notar que estaban protegiendo a familias que eran buscadas, van por ellas, las secuestran, abusan de ellas y les arrebatan la vida, un hecho que llevó a la ruptura de relaciones entre España y el Uruguay, pero que además, años después, llevó a que ambas fueran beatificadas por el Papa Juan Pablo II en un país laico como Uruguay.
“No es un libro sobre la Guerra Civil, sino de los momentos previos a esa terrible situación. De un momento histórico en el mundo. Ahí está un Stanlin que lleva dos décadas en el poder, un Hitler que llega al gobierno en esos tiempos, un Mussolini que estaba consolidado y en España, a raíz de todo esto, un Franco que comienza a transitar ese doloroso y sangriento camino hacia el poder”, explica Diego Fischer.
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—¿Cómo es que conoces esta historia Diego, la de Daniel Cibils y de la familia Aguiar Mella-Díaz?
–Sostengo muchas veces, porque muchas veces así se me ha dado, que uno busca las historias y en otras oportunidades las historias vienen a uno. Este fue el caso, que la historia vino a mí. Habitualmente doy clases a un grupo de personas en un barrio residencial de acá [Uruguay] que se llama Carrasco. En una oportunidad, una de las alumnas hace un comentario sobre la vida de su padre en el Escorial. Me llamó mucho la atención lo que la señora comentó y a la sesión siguiente tuve oportunidad de conversar más personalmente. Esto fue un comentario que hizo en el grupo sobre las severas condiciones en que vivió su padre en el Escorial. Cuando converso con ella mano a mano, me doy cuenta que es de esas personas que han vivido hechos de enorme trascendencia en la vida cotidiana y no saben del gran interés periodístico y literario que pueden tener. En este caso, esas historias contadas por su padre que por supuesto hacía mucho tiempo que había muerto. Ahí el olfato periodístico me llevó de inmediato a reflexionar que había una historia para contar y se lo transmití a ella, Mercedes Cibils, la hija de Daniel.
El primer paso en la investigación fue recluirme por un par de semanas en el Archivo General del Ministerio de Relaciones Exteriores. Es un archivo muy completo y clasificado, pedí las cajas que correspondían a la década de los 30. Cuando abro, vaya que me encuentro con sorpresas. Me encontré una cantidad de documentos y también me encontré con la historia de Dolores y Consuelo. El Embajador de Uruguay en Madrid se llamaba Daniel Castellanos, quien informaba semanalmente de todo el proceso de una época muy turbulenta y complicada en España. Eso fue a partir del 31, porque Castellanos presenta cartas credenciales el último día del año 30. Hasta donde sé fue el último diplomático en presentar cartas credenciales ante el Rey Alfonso III. Lo demás fue un peregrinar por el Archivo de la Cancillería, pero también antes había viajado a Madrid. Había conocido por fuera al Escorial. Cuando fui ahí con unos amigos lamentablemente ese día estaba cerrado. A todo esto nos agarró la COVID al mundo entero. En el momento en que tenía planteado un nuevo viaje a Madrid fue en mayo del 2020, justamente cuando la pandemia estalló en Uruguay, pero además toda España, especialmente Madrid, estaba encuarentenada. Eso fue un obstáculo muy importante porque necesitaba acceder y consultar archivos en España. Fue ahí cuando convoqué a una colega y muy amiga, Suri Fuentes, que vive en Madrid hace 25 años y es periodista. Logró esos documentos –y más– que yo tanto ansiaba consultar.
Al sintetizar, es una historia que llega a mí, que despierta mi interés porque entiendo que había una historia para contar y, como en mis libros anteriores, comienzo esa investigación.
—¿Hasta qué punto está la vena periodística y hasta qué punto la vena narrativa. Hasta qué punto está el Diego periodista y hasta cuál el creador literario?
—Los dos se fusionan en uno solo, pero muchas veces me hacen esta pregunta y las licencias poéticas que me tomo en la escritura en este libro son muy pocas. Las cuento con los dedos de una mano. Eso no quiere decir que el estilo que aplique no sea el de una novela, porque quien lee un libro mío sin conocer cuál es mi forma de conocer entiende que es una novela histórica. Le cabe muy bien ese rótulo. Pero prácticamente todo lo que da sustento a mi libro es producto de esa investigación. Hay detalles menores, pero que pintan una historia y un personaje.
Cuando Daniel llega al Escorial y es recibido por uno de los sacerdotes, él va sacando de su maleta una cantidad de ropa y objetos como chequeando una lista. Esa lista es absolutamente cierta, la obtuvimos de la biblioteca del Escorial. La obtuvo esta colega que digo. Sería muy aburrido poner esa lista fría, transcribirla solamente. Entonces lo que hice fue imaginar ese encuentro. Con eso no estoy faltando a la verdad en ningún momento y le estoy dando un tratamiento que hace más atractiva la lectura. Así es casi en todos los casos.
Por ejemplo, ese último encuentro —y no vamos a revelar demasiados detalles para poder sorprender al público— en ese puerto de Francia, donde se encuentran los coprotagonistas de esta historia. El embajador Castellanos reflexiona sobre por qué esto es un plan muy pensado y elaborado por las milicias rojas contra las embajadas, en este caso de Chile, Argentina y Uruguay, para amedrentar a esos diplomáticos que daban cobijo, protección y salvan vidas de opositores y de algunos religiosos. Eso surge del informe casi final de Castellanos, que tiene muchas páginas y está en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Me pareció mucho más atractivo e interesante, desde el lugar del lector, hacer hablar a los personajes de la historia a través de ese informe. Así podría seguir con algunos otros puntos del libro, pero esos documentos a veces adquieren la forma de un diálogo o de un relato más fluido para captar y mantener —que es lo más difícil— la atención del lector para que siga hasta el final.
—En el texto, además retomas esta crítica que hicieron en su momento la generación del 98 y la del 27 de la decadencia de España ¿Fue también uno de los objetivos de tu texto?
–No, no, no. Sinceramente no, porque fue un hecho real. Soy un gran admirador de los poetas del 98, empezando por Miguel de Unamuno, siguiendo por Antonio Machado, Ortega y Gasset, en fin. Son figuras a las que no sólo admiro, sino que recurro a su lectura habitualmente. Se dio el caso que estos hombres en aquellos momentos tan terribles de España —estamos hablando aún bastante antes de que estallara la guerra— conforman un grupo de intelectuales que estaba desmoralizado por lo que había sido la Monarquía, pero también veía riesgos en la República. Se unieron, formaron una coalición que se presentó en las elecciones de las primeras cortes y pasaron a obtener seis bancas en ese Parlamento, en esas cortes democráticas. Ahí dieron lo que pudieron con lo que son las armas de un intelectual: la palabra dicha y la palabra escrita. Ahí es donde surge ese estupendo discurso de Ortega y Gasset al inaugurarse la sesión de las primeras cortes democráticas, donde hay un claro posicionamiento legal, moral y ético de tres figuras que ya en ese entonces eran incuestionables.
—Dolores y Consuelo fueron dos personas emblemáticas en su época. Ellas ahora son beatas. ¿Cómo entender el papel de ambas en esta cuestión humanista en las que las embajadas como la de Uruguay abrieron sus puertas para dar ayuda a los perseguidos?
—Ellas tenían un compromiso con la fe católica muy importante. Dolores había querido ser monja, pero por una enfermedad que le dejó secuelas muy importantes no lo pudo ser. Se fue a vivir a un colegio con monjas escolapias. Consuelo quiere hacer una vida tradicional, casarse, tener hijos; está enamorada de Carlos. También es una mujer católica y practicante. Pero cuando estalla toda esa locura en España ellas estando en Madrid lo que hacen es ejercer lo que aprendieron en su hogar y en el colegio de las hermanas. Recordemos que la orden de las escolapias era una orden —creo que sigue existiendo— que ponía mucho énfasis en jerarquizar el rol de la mujer y en la asistencia a los más pobres y desvalidos de la sociedad.
Lo que hace Dolores es sacar a sus compañeras religiosas, fueran escolapias o no, de los lugares de donde estaban viviendo para evitar que fueran asesinadas y las va repartiendo en hogares de familias que les dan cobijo, pisos. Otro tanto hace Consuelo. Pero Dolores es la mujer que desafía al régimen, eso tan brutal que se va instalando en la sociedad española. Ella, a pesar de que le aconsejan que no lo haga, anda siempre con una cruz en el pecho no ocultando su fe religiosa. Muchos le dicen que es muy peligroso en estos tiempos que ostente su fe, pero a ella no le importa. Si ha de morir, morirá por Cristo. Lo que ambas hacen es aplicar la solidaridad. Daniel también asume riesgos para salvar a sus compañeros de colegio.
—Sobre Daniel, él está del otro lado de la moneda, en el Escorial, una institución religiosa donde no cualquiera podía acceder. ¿Cómo entender a Daniel?
—Él estaba, desde el punto de vista de la pirámide social, en la cúspide. Era sobrino y ahijado del embajador Castellanos y de su mujer. Estaba estudiando en un colegio de señoritos y de príncipes, porque eso era el Colegio Alfonso XII del Escorial. Él acá en Uruguay tenía una formación en el colegio de los jesuitas y también estaba imbuido por esa religión, sin duda en la disciplina. Digo sin duda porque es una de las cosas que luego más le transmitió a sus hijos. Daniel cuando vuelve al Uruguay, se casa, hace sus estudios y tiene 11 hijos. Y a esos 11 hijos poco les habla del Escorial. Pero sí les habla de lo que más le marcó como la disciplina, no quejarse nunca y superar siempre las pequeñas dificultades de la vida cotidiana. Creo que Daniel aplicó, como hicieron Dolores y Consuelo, esos principios de solidaridad y de ayuda al prójimo que había recogido en su familia y que se lo potenciaron los curas y monjes del Escorial. La filosofía de ellos se inspira en San Agustín. La frase que abre el libro es: ama y haz lo que quieres. Es parte de un poema hermosísimo de San Agustín. Lo que Daniel aplica es eso.
—¿Es Cuando todo pase una historia de resiliencia o cómo la entiendes tú, Diego?
—Es una historia que, por lo pronto en el Río de la Plata, ha sido bien recibida. Es una mirada diferente sobre hechos desconocidos. Hasta ahora lo que he escuchado en el Río de la Plata es que es un enfrentamiento entre malos y buenos, y que los buenos generalmente están de un solo lado. Hemos escuchado una campana solamente. Aclaro que no es un libro sobre la Guerra Civil, sino de los momentos previos a esa terrible situación. De un momento histórico en el mundo. Ahí está un Stanlin que lleva dos décadas en el poder, un Hitler que llega al gobierno en esos tiempos, un Mussolini que estaba consolidado y en España, a raíz de todo esto, un Franco que comienza a transitar ese doloroso y sangriento camino hacia el poder. Es una reivindicación de tres uruguayos que en silencio cumplieron con lo que ellos consideraron que era su deber, y su deber era no solo amar al prójimo en las oraciones, sino arriesgar y entregar sus vidas por ayudar al prójimo.