Tomás Calvillo Unna
15/09/2021 - 12:05 am
La vela de la resistencia
Recuperar la desnudez primigenia, la singular conciencia, su paradoja universal.
Rendija: La encarnación es fundamentalmente un acto de compasión;
la eternidad reconoce el tiempo, le da una manita.
La vela de la resistencia.
Encendida al umbral del pensamiento;
antes que inicie su epopeya
al convertirse en la historia
de su propia visión
y relate sus pasajes:
el heroísmo innato de su soledad,
su atropellado estar.
En ese antes se afirma
la experiencia
de la pequeña cavidad
anidada en las cervicales:
la escultura ósea
de los siete cielos
que levanta el altar
de la humanidad.
Ahí, no solo se bifurcan los caminos
también el acordeón del tiempo
se despliega y detiene
(pasado presente futuro).
Los mil años del instante;
la naturaleza
y sus codificados eslabones;
laberinto interminable
de espejos; las máscaras
capturadas de rostros;
los cuerpos
en su inevitable erosión;
la alcancía vaciada
de sus sueños
al contener la respiración
y dejar que la luz corpuscular
guíe la visión que habitamos.
Esa enseñanza es una gimnasia
sin la cual es difícil imaginarnos
más allá de los dictados
que evitaron explorar
la hazaña de estar vivos.
Recuperar la desnudez primigenia,
la singular conciencia,
su paradoja universal.
Tener voluntad de hacerlo,
es de una u otra manera:
despertar
y asistir al silencioso desalojo
del adquirido conocimiento.
La realidad nuestra
en el tablero del ajedrez,
sin las piezas completas,
sin el interés ya de los dioses.
El viento silva y se alza
pretende ser serpiente
y dragón;
alcanza el mito,
divaga y desaparece.
Estamos dando tumbos,
en el fondo intuimos
que algo sucede
y es de tal magnitud
que no podemos pronunciarlo.
La proporción desbordada,
agrieta las palmas
de nuestras manos,
arranca las huellas digitales
de una comprensible tradición;
esos mapas y oráculos se extinguen:
la cartografía del ser
saturada de incisiones;
sus paraísos e infiernos,
sus anzuelos para permanecer:
el arte, su destreza,
se esfuman, se dispersan,
se desintegran, son datos,
más datos, y más…
Nada de eso va a sembrarse,
no tiene raíz,
es fuego suelto, se consume.
Cascajo de orgullo ingenuo,
metálico desorden;
contaminado oro del corazón.
La fractura es doble:
arriba
y abajo
tierra
y cielo.
La lectura del universo,
sus imágenes,
su hondura multiplicándose
cada día cada hora
en la garganta del tiempo
en los segundos de su lengua.
Todo ello
no sucede fuera de nosotros,
está dentro.
Este es el tema:
la distribución de la casa
se alteró.
La casa sigue siendo la misma.
No hay otra.
Nadie vive fuera,
ni lo puede hacer.
Todos o casi todos,
hemos entrado.
Cada uno es un surco,
¿Cómo recordarlo?
¿Para qué recordarlo?
La pregunta en sí, duele.
El extravío está oculto,
no se advierte:
la inquietud de las nubes,
sobre nuestras cabezas.
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