Karina García Reyes, doctora en Ciencia Política por la Universidad de Bristol, habla con SinEmbargo sobre su más reciente libro Morir es un alivio (Planeta, 2021) un texto que muestra a través de los testimonios de 12 exnacotraficanres las consecuencias de la marginación social y las violencias.
Ciudad de México, 8 de agosto (SinEmbargo).– ¿Qué resulta de vivir en pobreza y estar expuesto desde temprana edad a todo tipo de violencias? Karina García Reyes, doctora en Ciencia Política por la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, da luz a esta interrogante por medio de una investigación —con la cual precisamente recibió su grado académico— sobre exnarcotraficantes quienes le confiaron sus condiciones de vida desde su infancia hasta su “redención” en un centro de rehabilitación.
García Reyes se entrevistó con 33 de estos excriminales, con quienes se sumergió a los rincones más inhóspitos de su pasado para tratar de entender cuál es la lógica que motiva a una persona a formar parte de las filas del crimen organizado. A partir de sólo 12 de los testimonios que recopiló, la académica escribió Morir es un alivio (Planeta, 2021), un texto en el cual se describen las relaciones de violencia, abuso y abandono que están detrás de estas personas que pasaron de ser víctimas en su infancia a victimarios.
“Estas personas fueron víctimas de violencia intrafamiliar. Sus padres fueron muy, muy violentos [...] son niveles de violencia que uno ni siquiera se imagina. Imagínate si en tu núcleo familiar que es donde te tienen que proteger, cuidar, querer, es donde te vulneran, es donde te violentan [...] y por el otro lado, la violencia estructural del Estado, este como abandono sistemático en el que están estas personas”, compartió en entrevista con SinEmbargo sobre su experiencia que dio forma a este libro.
Karina García advierte que estos jóvenes con los platicó al vivir rodeados de todo tipo violencias, sin el amor de sus familias, crecieron sintiendo que sus vidas no valían nada, “crecen sintiendo que no tienen futuro y como no tienen futuro no tienen nada que perder”.
En ese sentido, advierte que eso es muy peligroso para la sociedad: “En estos contextos de pobreza y de tanta violencia es muy peligroso tener individuos que crezcan con nada que perder”. El claro ejemplo de ello, es precisamente la incorporación de ellos a filas de las agrupaciones del crimen organizado, las cuales libran una guerra contra el Estado en la cual es difícil advertir un ganador.
“El gran problema es la narrativa oficial que nos han inculcado, esta narrativa que más que una narrativa es una fantasía, un enemigo creado, una guerra generada con fines políticos hasta la fecha, una guerra que es imposible de ganar”, comparte.
Es por ello, que la doctora Karina García advierte de las consecuencias de continuar con una lucha impulsada por el Gobierno de Estados Unidos —principal mercado de las drogas que son traficadas por estas agrupaciones criminales— en la cual México sufre las muertes y la violencia.
De esta forma, plantea la necesidad del fortaleciendo instituciones como el DIF y la creación de otras más que atiendan de manera eficiente y sobre todo pronta a mujeres, a niños y a niñas que son víctimas de violencia intrafamiliar, víctimas de violencia de género, abuso sexual, trata de personas, ya que estas fallas estructurales del Estado han exacerbado el problema de violencia del narcotráfico.
“Veamos que esta narrativa oficial y este estigma de las drogas nos están haciendo mucho daño. Veamos el número de homicidios, veamos el número de desaparecidos que tanto dolor causan a cientos de miles de familias. No nos esperemos a que nos pase a nosotros, no nos esperemos a que sea una cuestión personal”, refiere.
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—A partir de las experiencias que te confiaron estos jóvenes, exintegrantes del crimen organizado, ¿cuáles dirías que son los principales factores que los llevan a integrar las filas del narcotráfico?
—Yo creo que el primer factor y el que yo pondría como en el centro de la solución y de la prevención a la exposición de múltiples violencias desde temprana edad, y creo que es justamente lo que busco reflejar con las historias de vida que compartí. Estas personas fueron víctimas de violencia intrafamiliar. Sus padres fueron muy, muy violentos, en una ocasión en vez del papá fue la mamá que ahora sí que son niveles de violencia que uno ni siquiera se imagina.
Imagínate si en tu núcleo familiar que es donde te tienen que proteger, cuidar, querer, es donde te vulneran, es donde te violentan, y muchas veces lamentablemente son abusados también por familiares. Desde ese núcleo y desde ahí aumentándole y añadiendo el factor también de violencia de pandilla, y después, por el otro lado, la violencia estructural del Estado, este como abandono sistemático en el que están estas personas.
Creo que es importante que quienes tuvimos esta suerte, este privilegio, de no crecer, de no vivir en ese mundo, que nos demos cuenta del grado de inseguridad y de peligrosidad en la que viven porque cuando hablamos de pobreza así en abstracto, en general, y eso es lo que a mí me pasó en esta investigación, pues uno habla de la pobreza como la madre de todos los males, ¿pero qué significa vivir en pobreza? estas historias lo responden y nos dan detalles muy puntuales de lo que significa vivir en pobreza.
Uno de los factores es precisamente estar expuesto a todas estas múltiples violencias, abusos, y sobre todo —y ese sería ya el segundo factor— que estos niños como viven rodeados de tantas violencias y como muchas veces no son queridos por sus familiares ni por nadie a su alrededor crece sintiendo que sus vidas no valen nada, crecen sintiendo que no tienen futuro y como no tienen futuro no tienen nada que perder.
Eso es muy peligroso para la sociedad. Yo siempre le digo a la gente —un poco en broma y un poco no—, incluso si lo vemos de manera egoísta, ya ni siquiera estoy apelando a la empatía de la gente, veámoslo fríamente y ese es el problema. En estos contextos de pobreza y de tanta violencia es muy peligroso tener individuos que crezcan con nada que perder.
Algo que me sorprendió a mí muchos de las entrevistas fue cuando hablamos de sus condiciones de vida, ellos decían ‘es que me tocó la mala suerte de vivir así, me tocó la mala suerte’. No culpan ni al Estado, no culpan a la sociedad, no. Ellos dicen, ‘así me tocó, alguien tenía que ser pobre, alguien tenía que sufrir y fui yo’. Pero de la misma manera, así como no le piden cuentan a la sociedad y al Gobierno, tampoco se sienten responsables de aquellas personas que tuvieron la mala suerte de ser sus víctimas. Cuando yo les preguntaba, ‘oye, no te sentías mal por esas personas que secuestrabas’. Me decían que no, también fue parte de la mala suerte.
Para mí me hizo sentido como este tipo de respuestas y me prendió como ese foquito rojo de que es uno de los grandes peligros de crecer en este estado anomia, en esta condición de que no se sienten parte de la sociedad, sobre todo se sienten rechazados. Y sabes qué es lo más triste, que adoptan el mismo discurso que los marginaliza. Uno de ellos me dice, ‘yo sabía que era la escoria de la sociedad’. Entonces, yo me dije, ‘¿cómo es que esta persona se autodenomina así? Finalmente son parte de la sociedad, aunque estén al margen, y esto es también importante que lo veamos como sociedad: ellos no crecen en un vacío.
Yo creo que esos dos factores de las violencias y estos sentimientos de que su vida no vale nada, de que no tienen futuro y de que no tienen nada que perder es una combinación —entre otros factores— de que al momento de tener la oportunidad de ingresar al narcotráfico, precisamente ya están acostumbrados a esta violencia, además con el bonus que van a tener, el dinero, y a parte… no tienen nada que perder. Y justamente pues “morir es un alivio”.
Realmente ellos, y ahí es donde yo me comparo como individuo, yo no lo haría porque sí tengo mucho que perder. Estas personas sentían que no tenían nada que perder.
—¿Crees que se trate de una generación perdida por la violencia? Sé que tú hiciste un muestreo —de 33 que entrevistaste compartes el testimonio de 12 de ellos—, lo cierto es que es una situación que se repite tanto en las comunidades más marginales como en el propio corazón de la Ciudad de México.
—No creo que sean generaciones perdidas. Estas historias se insertan en un contexto global. En un contexto muy específico de un sistema económico que ya todos conocemos que es el sistema neoliberal. No me quisiera ir a los extremos, yo no soy partidaria de ser radical, no tengo absolutamente nada en contra del sistema neoliberal o capitalista, el problema es el cómo ha sido aplicado en México y el resto del mundo, sobre todo en los países en desarrollo. Y sobre todo también, qué valores implica este modelo económico que se nos impuso desde finales de los 80.
Eso también lo abordo, en mi libro no tanto, pero en mi tesis de doctorado lo analizo mucho. En los participantes me sorprendía mucho que ellos no justifican su ingreso al narcotráfico, como muchos pensamos, porque tenían hambre o por que no tenían otra oportunidad, ellos decían, ‘no, yo sí me podía ganar la vida vendiendo periódicos, lavando carros, pero yo quería más, yo quería dinero, yo quería lujos’. Porque, vuelvo a lo mismo, son parte de nuestra sociedad y México desde hace 30 años es un país orientado al éxito económico, y lo que se me hace muy peligroso es que toda la publicidad, la cultura en sí misma, los valores, todo esto que nos impulsa a comprar, a este consumo exacerbado a ser feliz a través del consumo, al placer inmediato, ellos también lo adoptan.
Entonces, con estos dos factores que te mencioné antes, con esta exposición a las violencias, con este sentimiento de que no hay nada que perder y con este contexto socioeconómico que no es exclusivo de México, es la tormenta perfecta porque dicen ‘yo veo en la tele que yo merezco, todos merecemos, tener un auto de lujo, una casa grande’.
Muchos de ellos hablaban de ropa de marca, de camionetas lujosísimas, que yo por ejemplo en mi clase media no podría aspirar. ¿Cómo es que estas personas que crecieron en la pobreza extrema llegan al otro extremo de querer tener objetos de lujo que no son necesarios? Pero ya cuando uno analiza sus historias y como uno de ellos me dijo, es que el consumo era una de las prácticas que los hacía sentirse parte de la sociedad. Uno de ellos me lo dijo así clarito: ‘a mí me gustaba ir a una tienda de marca porque la muchacha sabía que yo tenía dinero, entonces me trataba muy bien, y yo me sentía muy bien cuando iba ahí’.
Todo esto en conjunto es parte de la respuesta a la pregunta de cómo es posible que estos niños y jóvenes consideren la violencia en el narcotráfico como una opción de vida, pues ahí está. Y de hecho, ellos mismos lo dicen.
—Mencionas varias aristas, una de ellas es el Gobierno que tiene una gran parte de responsabilidad ante estas condiciones de violencia, marginación, pobreza y corrupción, y por el otro lado tienes las condiciones de la familia y sociedad, los mismos testimonios de los que das cuenta, mencionan un hogar roto y una sociedad abandonada a las reglas de una jungla de asfalto. ¿Cómo rompes estas dinámicas?
—Antes de darte mi respuesta, a mí me gustaría compartir esta reflexión contigo y con la gente. El problema más que complejo, es tardado de resolver. Tú lo mencionas, son generaciones. Como sociedad no podemos esperar, pero tampoco no le reclamemos al Gobierno algo imposible, porque creo ese es uno de los problemas más importantes que tenemos como sociedad.
El problema de la violencia criminal en México, al menos desde mi punto de vista que es el de la prevención, pues se va a tardar en reflejar. ¿Yo cómo lo haría? Para poder cortar de raíz este círculo vicioso es a través de la prevención, fortaleciendo instituciones como el DIF, creando algunas otras instituciones que atiendan de manera eficiente y sobre todo pronta a mujeres, a niños y a niñas que son víctimas de violencia intrafamiliar, víctimas de violencia de género, abuso sexual, trata de personas y que no sea una atención clientelar, que no sea nada más como, ‘déjame te atiendo dos días y te regreso a la casa donde te golpean’ o ‘déjame te doy 500 pesos para que te compres la medicina que te hace falta’.
No digo que no se haga, pero a lo que voy es que cuando tu ves historias como las que yo comparto en el libro te das cuenta que estos niños y sus mamás, por ejemplo, necesitaban muchísima ayuda y de entrada no podían. Se quedaban en el lugar donde los maltrataban porque no tenían a dónde ir y ahí es donde analizando el problema nos damos cuenta que se necesitan más recursos.
Yo lo que diría, en vez de seguir dedicando más recursos a la militarización del país, no digo que no se haga, para eso está la fuerza del Estado, para eso tiene el monopolio de la fuerza, pero no todos los recursos se tiene que ir a la militarización. Yo rediccionaría gran parte de los recursos a fortalecer el DIF y también hay un subtema importante, a la gente que trabaja en el DIF. Yo he tenido oportunidad de hablar con personas que trabajan en el DIF, en la institución, y lamentablemente tienen que renunciar porque sufren de muchas secuelas emocionales, de depresión, síndromes postraumáticos porque ven cosas muy difíciles. Si tú no tienes un sistema eficiente, un sistema sólido que sea sustentable, no podemos romper ese ciclo de raíz.
Yo me enfocaría en eso, en la prevención, en ayudar a la personas que están en estas instituciones y que tanto el Gobierno federal, estatal y local se enfoquen en esto, porque siempre le reclamamos al Gobierno federal y cuántas veces le reclamamos al Gobierno estatal o local. Porque no es lo mismo la violencia en Monterrey, que en Michoacán, Veracruz o Tijuana. Cada Gobierno sabe cuáles son sus retos. Le pediría a la sociedad mexicana que volteáramos ver también al Gobierno local porque son quienes conocen cuáles son, por ejemplo, las zonas más problemáticas, creo que ahí está una clave importante, proteger las zonas donde ya se sabe que hay pandillas problemáticas, violentas, porque los mismos testimonios que yo comparto nos advierten que las pandillas son igual o más violentas que los mismos cárteles.
—Por otra parte mencionas, un punto determinante. Al final, estamos librando una guerra que no es nuestra, que no fue dictada en este país, sino por otro país, EU en donde además ya se está legalizando las drogas. ¿Por qué seguir con un mismo discurso que ha demostrado ser caduco y con una misma guerra?
—Esa es la pregunta del millón. La narrativa oficial del Gobierno de Estados Unidos está tan arraigada y la hemos apropiado tanto que es muy difícil de cuestionar. Con los medios no, porque yo creo que todos estamos muy conscientes de esta doble moral, pero cuando hablo con gente de la sociedad civil o incluso familiares y amigos es difícil. Somos una sociedad muy conservadora todavía. Seguimos con muchos estigmas respecto a las drogas, sobre el uso recreativo de las drogas ni se diga, de las adicciones.
Una posible respuesta a tu pregunta, es que este discurso fallido prevalece porque está tan enraizado y sabes qué, está complementado por estas películas y estas series de Netflix y películas de Hollywood que siguen reproduciendo un discurso de ellos, nosotros, buenos y malos, y que lamentablemente estas películas y series parecen que nos educan. Y también hay que ser objetivos, la industria del entretenimiento es eso, entretenimiento, tampoco les vamos a pedir que nos eduquen.
Es muy importante también, los medios como ustedes, y nosotros desde acá de nuestra trinchera en la academia, pues empezar a aportar este tipo de evidencia y que ya cada quien formule su criterio, pero precisamente hay que empezar a cuestionar ese discurso oficial que está fallido. El gran problema es la narrativa oficial que nos han inculcado, esta narrativa que más que una narrativa es una fantasía, un enemigo creado, una guerra generada con fines políticos hasta la fecha, una guerra que es imposible de ganar.
—Por último, ¿la legalización es una de las soluciones, se qué es más complicado, sobre todo cuando el crimen organizado se ha diversificado a todo tipo de actividades delictivas?
—Sí, pero la respuestas es mucho más compleja, pero para respuesta breve, la legalización, bueno yo la llamaría más una regulación del Gobierno de las drogas ilegales, es parte de la solución, no es la solución, no es la única alternativa, pero es parte de una solución integral junto con la prevención de la que ya hablamos —fortalecer el DIF, crear instituciones— y lo que son las drogas, las adicciones, se tienen que abordar desde la evidencia científica, es un problema de salud pública no es un problema de seguridad.
Yo lo que le diría a la gente de México es que nos escuchen, que escuchen a los científicos, que escuchan a los farmacólogos, y yo de hecho recojo varias investigaciones científicas que ya nos dijeron que el alcohol es la droga más nociva, es más adictiva y que genera un comportamiento más violento incluso que la heroína o la cocaína, y fíjate es legal.
Cómo es posible que vivamos en una sociedad donde se tolera el alcoholismo, que ya se sabe que genera un comportamiento muy violento y lo vemos que es uno de los principales factores de violencia doméstica y de violencia de género y por qué la gente no pide que lo prohiban. Yo no quiero regañar a la gente, lo que le estoy diciendo es que abramos los ojos y que veamos que esta narrativa oficial y este estigma de las drogas nos están haciendo mucho daño. Veamos el número de homicidios, veamos el número de desaparecidos que tanto dolor causan a cientos de miles de familias. No nos esperemos a que nos pase a nosotros, no nos esperemos a que sea una cuestión personal.
Yo invito a que lean este libro con una mente abierta y si lo terminan de leer y no cambia su perspectiva, perfecto, vivimos en una democracia y la democracia no es otra cosa que el derecho a disentir, pero que al menos tengan información científica y académica en sus manos y ya con eso tomar una decisión informada, pero no en base a mitos, no en base a una narrativa fantasiosa, pero sobre todo que sólo beneficia a Estados Unidos, a la industria armamentista, a los bancos internacionales, que se benefician del lavado de dinero. Abramos los ojos, en esta guerra nadie gana en México y sólo estamos poniendo lamentablemente los muertos y los desaparecidos.