El escritor irrumpe en el debate francés sobre el suicidio asistido en momentos en que la Asamblea Nacional se dispone a tratar un proyecto de ley que contempla la eutanasia en caso de patologías graves.
Ciudad de México, 6 de abril (Radio Francia).– No es la primera vez que el escritor francés Michel Houellebecq aborda la problemática de la eutanasia. Lo ha hecho en su literatura, sobre todo en la novela El mapa y el territorio (2010), donde el padre del narrador va a ser eutanasiado en Suiza por una empresa llamada Dignitas. Pero el autor también se pronunció en contra del suicidio asistido en el sonado caso Vincent Lambert, con una violenta tribuna publicada en Le Monde, en la que acusó al Estado francés de haber matado a un enfermero por razones económicas para que no sea un peso para el hospital público.
Este lunes, en Le Figaro, Houellebecq intenta pesar una vez más en el debate público antes de que la Asamblea Nacional examine, a partir de este jueves, un proyecto de ley que legaliza el suicidio asistido en el caso de patologías graves.
En su columna, titulada "Una civilización que legaliza la eutanasia pierde todo derecho al respeto", estima que la eutanasia constituye “una ruptura antropológica sin precedentes”.
El primero de sus argumentos es clínico, consiste en afirmar que “el sufrimiento físico puede ser eliminado” a través de la morfina o la hipnosis, lo que, según enfatiza, el 96 por ciento de las personas ignora.
En el plano filosófico, Houellebecq cuestiona términos clave del debate. “Los defensores de la eutanasia hacen gárgaras con palabras cuyo significado desvían hasta tal punto que no deberían ni siquiera permitirse decirlas. En el caso de la ‘compasión’, la mentira es palpable. En el caso de la 'dignidad', es más insidiosa. Nos hemos alejado gravemente de la definición kantiana de dignidad al sustituir progresivamente el ser físico por el ser moral (¿negando la noción misma de ser moral?), al sustituir la capacidad propiamente humana de actuar en obediencia al imperativo categórico por la concepción más animal y plana de un estado de salud, que se ha convertido en una especie de condición de posibilidad de la dignidad humana, hasta representar finalmente su único significado verdadero”.
"NO ME QUEDA DIGNIDAD, ¿Y QUÉ?"
Houellebecq habla luego, con ese humor negro y frío que caracteriza su prosa, de la decadencia física de su propio cuerpo de fumador empedernido, arrasado por el paso del tiempo.
“Al cabo de un tiempo, una vez alcanzado cierto grado de degradación física, inevitablemente acabaré diciéndome (aunque no me lo señalen) que no me queda dignidad. Bueno, ¿y qué? Si eso es la dignidad, podemos vivir sin ella; no la necesitamos. Por otro lado, todos necesitamos sentirnos necesitados o queridos, o al menos valorados, o incluso admirados, en mi caso. También es cierto que podemos perderla; pero no podemos hacer mucho al respecto; los demás juegan un papel muy decisivo en este sentido. Y me veo pidiendo morir sólo con la esperanza de que alguien me diga: ‘No, no, no, quédate con nosotros’; eso sería típico de mí”.
El autor de Sumisión descree de que Francia esté “atrasada” con respecto a otros países que han creado un marco legal para el suicidio asistido en caso de patologías y dice sospechar de sus promotores, entre quienes figuran quienes sostienen que "no, la eutanasia no es eugenesia". “Sin embargo, es evidente que sus partidarios, desde el ‘divino’ Platón hasta los nazis, son exactamente los mismos”, recalca.
"EL HONOR DE UNA CIVILIZACIÓN"
Houellebecq lamenta que los representantes del monoteísmo y del budismo en particular se resignarán ante la promulgación de la nueva ley, vaciando de contenido “la agonía, un momento particularmente importante en la vida del hombre”.
Por último, para Houellebecq, el juramento hipocrático (“A nadie daré veneno, y si alguno me propone semejante cosa, no tomaré en consideración la iniciativa de tal sugestión“) era algo crucial que se violará, y en juego está “el honor de una civilización”.
“Pero es algo más lo que está en juego, a nivel antropológico es una cuestión de vida o muerte”, continúa. “Debo ser muy explícito en este punto: cuando un país -una sociedad, una civilización- llega a legalizar la eutanasia, pierde, en mi opinión, cualquier derecho al respeto. Entonces no sólo es legítimo, sino deseable, destruirlo para que otra cosa -otro país, otra sociedad, otra civilización- tenga la oportunidad de nacer”, concluye.