María Rivera
18/11/2020 - 12:01 am
“Como anillo al dedo”
Nuestra incapacidad de responder organizadamente es evidente.
¿Qué podemos decir de lo que ocurre? Es una pregunta que hoy me abruma. En estos meses de pandemia no solo nuestra vida cambió radicalmente, sino que empeoró sensiblemente. Claro, para cada persona ha empeorado de distintas maneras. No es lo mismo haber perdido a algún ser querido, que haber perdido el trabajo, que haber perdido algunas oportunidades, que haber perdido nuestra vida cotidiana. Lo cierto, sin embargo, es que la muerte nos ha perseguido, inclemente. No solo por el virus: por alguna razón que aún no ha sido suficientemente explicada, muchos adultos mayores están fallecido ¿se debe a la falta de atención médica, al descuido que ha implicado no poder salir a atender citas médicas? Probablemente. Muchos enfermos crónicos han visto mermadas su salud debido a esto. Estamos pues, asediados por una enfermedad ubicua y nueva y por los viejos padecimientos que ya teníamos y que en los débiles se acentuaron como nunca. Pero no son solamente estas calamidades que nos rondan las que vuelven este tiempo tan rotundamente ominoso, en realidad. Nuestra mayor calamidad es de origen político, por lo que no hay manera de avizorar el fin de las tragedias. La manera catastrófica en que el gobierno mexicano enfrentó la pandemia dejando morir a por lo menos cien mil personas no es una catástrofe natural, es producto de decisiones políticas de funcionarios, de su negligencia criminal, de la política de ahorro del presidente López Obrador. Es de temer, por ello, lo que ocurra con la campaña de vacunación del año entrante bajo su responsabilidad ¿se gastará lo que se requiere en ella o también tratarán de ahorrarse los costos como ya se puede intuir?
Pero aquí no acaba el horror, no. No son solo las consecuencias de la epidemia, sino que desde que esta empezó -y como lo reconocen funcionarios sin vergüenza alguna- hemos estado siendo avasallados por políticas insensibles. Sí, la pandemia les vino “como anillo al dedo” como reiteró estos días la secretaria Irma Eréndira Sandoval, no para evitar la corrupción sino para ahondar su proyecto político haiga sido como haiga sido y pésele a quien le pese. Los cambios legislativos, la desaparición de los fideicomisos, la falta de medicamentos y vacunas, las inundaciones en las que se perjudicó a los más pobres, los nuevos planes urbanos, los cambios subrepticios en programas y Secretarías, son un ejemplo de cómo han hecho lo que han querido con una ciudadanía más preocupada por sobrevivir que por hacerle frente a abusos del poder, incapaz de movilizarse como lo hubiera hecho en tiempos normales. Heroicos son, la verdad, los movimientos que a pesar de la pandemia han tomado las calles, como el de los artistas que están en contra del proyecto de Chapultepec, el movimiento feminista, el de víctimas de la violencia o el de defensa de los fideicomisos.
Sin embargo, ante los múltiples y simultáneos golpes que las diversas causas sociales han recibido estos meses, la respuesta no ha sido ni remotamente la que hubiera sido si no hubiera una pandemia y también si la clase política, la oposición partidista, hay que decirlo, fuera otra. Los ciudadanos que se oponen a la “cuarta transformación”, pues, no tienen quien los represente ni quien medie con el poder gubernamental. Estamos inermes frente a un poder que todos los días avasalla a grupos, instituciones o personas impunemente. Nuestra incapacidad de responder organizadamente es evidente: no parece haber límite para las constantes descalificaciones del presidente, por ejemplo, ni para un Congreso que se ha encargado de desmantelar y destruir partes significativas del Estado, completamente sordo ante los señalamientos de los sectores especializados y que no sirve a la ciudadanía que votó por ellos sino a las ideas de un solo hombre que ha demostrado, en más de una ocasión, que si algo no le interesan son los pobres, ni “los humillados”, a los que ha dejado morir o a quienes inundó deliberadamente porque “había que tomar una decisión”. No importa cuántas cartas se suscriban para defender el derecho que todos tenemos de no ser atacado desde la tribuna presidencial, de gozar de un buen nombre. Si es necesario, el presidente o sus funcionarios usarán a personas para demostrar que luchan contra los “conservadores” o los corruptos, e incluso para intimidar organizaciones y donantes a través del acoso hacendario. El problema, claro, es que no es solo eso: los agravios se multiplican diariamente… junto con los contagios, los enfermos y los muertos.
Sí, son tiempos ominosos y no nos queda sino resistir a ellos, por el bien de este país, a pesar de la pandemia, las pérdidas, la desesperanza, a pesar de todo.
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