“Me da miedo de que desaparezcas igual que mamá. La próxima vez que vayas a buscarla, llévame a mí, así si desapareces, yo desaparezco contigo”. Son palabras que Conchita ha escuchado decir a su nieta, quien se quedó bajo su custodia después de que Luz María García Sierra, su hija, desapareciera en Juventino Rosas, Guanajuato, en enero de 2018.
Celaya, Guanajuato, 20 de noviembre (SinEmbargo).- Conchita busca una cadena de plata. Lo hace con una varilla metálica y kilométricos viajes desde su Juventino Rosas, municipio en el centro-norte de Guanajuato. Comenzó hace 3 años en las fiscalías locales, ahora lo hace en parcelas que un día fueron usadas por criminales para esconder cadáveres. La cadena de plata que busca estaba en el cuello de Luz María García Sierra, su hija. La llevaba puesta cuando desapareció.
Ocurrió durante la noche del 8 de enero de 2018. Un sujeto que había pretendido a Luzma tocó la puerta. Conchita le abrió y le dijo que su hija no quería verlo. Él insistió e insistió. “Ya, señito, déjeme despedirme de Luzma, ya andan detrás de mí”, dijo el hombre. Es justo esa última frase la que Conchita recuerda más sobre esa fecha: “ya andan detrás de mí”. Luzma salió y fue conducida por la fuerza hasta una camioneta. Los vecinos que atestiguaron los hechos no intervinieron.
“Me acosté. Mi cuarto está cerca de la puerta de la casa. Pasaba todo el viento porque estaba abierta. Le grité a Luzma para que cerrara, pero no recibí respuesta. Salí y ya no vi nada. Le pregunté a los vecinos si habían visto algo y me dijeron que la habían aventado a la camioneta. Me dijeron que Luzma gritó. Entonces le marqué al teléfono y ya estaba apagado. No volví a saber nada de Luzma”, relata Conchita.
La mujer dice que está segura de que a su hija la asesinaron. “Una lo siente como madre”. La principal pista que consiguió en años de búsqueda es el hallazgo de la camioneta en que se llevaron a Luzma. El vehículo fue localizado en febrero de 2018 en Santa Rosa de Lima, municipio desde el que José Antonio Yépez Ortiz, conocido como “El Marro”, construyó un imperio criminal y desató la violencia que hoy sigue lastimando los caminos de Guanajuato.
LUZMA
Luz María, de 27 años, se levantaba muy temprano. Trabajaba de lunes a viernes de 6 de la mañana a 7 de la tarde en la cafetería de una escuela. Recibía 200 pesos al día, mismos que usaba para mantener a su hija. Ambas fueron abandonadas por la pareja de la mujer cuando ella estaba embarazada. Pero eso no hizo mella en su vida. Al contrario, la motivó a salir adelante. Trabajaba y trabajaba. Luego llegaba a casa y ayudaba con la tarea a su pequeña, quien tenía 5 años en enero de 2018.
“Yo conozco muy bien a mi hija, ella era una madre ejemplar, ella prefería siempre que su niña estuviera vestida a ella vestirse. Ella prefería que su hija comiera bien, a ella comer bien. Mis respetos para ella. Era una madre ejemplar. Llegaba de trabajar a bañar a la niña, hacía la tarea, le dejaba listo el uniforme para el kínder. Era una madre muy responsable. Sábados y domingos ella hacía la limpieza de la casa para que yo cuidara a su hija durante la semana”, describe Conchita, quien se quedó a cargo de la hija de Luzma desde su desaparición.
Luzma mide un metro y 63 centímetros de estatura. Tiene la tez morena y clara. Sus ojos son grandes, rasgados y cafés. Su cabello oscuro le llega hasta la cintura. En la piel lleva tatuados dos mensajes: “Melani” y “Chobis”. Un búho acompaña uno de sus antebrazos. En su pecho trae dibujado un electrocardiograma. Los datos se encuentran vertidos en las ficha de búsqueda que emitieron autoridades en 2018 y que todavía hoy es compartida por grupos de búsqueda en Guanajuato. “Si ella viviera, ya se hubiera comunicado conmigo. O ya hubiera hecho lo posible por saber de su hija. Su hija era todo para ella”, dice Conchita.
ENFRENTAR EL MIEDO
Es la mañana del martes 3 de noviembre de 2020. Conchita se pone unos guantes de plástico y comienza a buscar fragmentos ajenos a la tierra. Se topa con un trozo de pantalón. Luego con botones. Dice que el suelo todavía huele a los muertos que desenterraron en la última semana de octubre. Asegura que lugares como ese hay muchos, que sólo hace falta escuchar “los gritos a voces” para dar con ellos. Después se coloca la varilla metálica en la nariz. A Salvatierra llegó después de que las autoridades oficializaran el hallazgo de más de 60 cuerpos enterrados en una parcela poco transitada del Rancho Nuevo en el Barrio de San Juan. Vino porque le dijeron que aquí hallaron los cuerpos de mujeres que llevaban cadenas.
En enero de 2018, cuando se acercó por primera vez a las autoridades para pedir ayuda, lo único que recibió fueron frases revictimizantes. Le dijeron que para qué denunciaba “si su hija seguro se había ido con el novio”. Le dijeron que no tenían tiempo para tomar su reporte. Con el paso de los meses las frases oficiales cambiaron, pero resultaron igual de hirientes: “ay, señora, ¿cree que solo estamos trabajando en el caso de su hija? No, tenemos cosas más importantes qué hacer”. “Yo les decía: 'chingao, no se perdió un arete, no se perdió un zapato, se perdió mi hija, se perdió un ser humano'. Por eso denuncié ante Derechos Humanos”, relata.
Conchita hoy es líder del colectivo Una Luz En Mi Camino. Su labor requiere de un desgaste físico extraordinario. Primero debe viajar desde Juvenino Rosas hasta Celaya para reunirse con integrantes de la Comisión Nacional de Búsqueda, activistas y otras autoridades. Luego tiene que recorrer unos 40 minutos hasta Salvatierra. Allá la espera el calor y la incertidumbre de saber si es el día en que hallará a Luzma. Para cuando la noche cae y su ropa ya está cubierta por la tierra y el pasto de las fosas clandestinas, aborda un camión para volver a casa, donde la espera su nieta. ¿De dónde saca la fuerza? Dice que del amor que tiene por su hija.
“Yo digo que saco la fuerza para buscar desde las entrañas. Aunque esté muy cansada, física y mentalmente. Te da al llegar a casa una depresión fea. Un coraje. Coraje porque encontramos cuerpos y no sabemos si la Fiscalía estatal hace su trabajo para encontrar a las familias de los cuerpos que se encontraron. Lo que me detiene es mi nieta, si no, yo me iría diario. No puedo llevar mi niña, pero si no ando en las búsquedas, ando en mesas de trabajo. No sólo estoy buscando a mi hija, estoy buscando a todos los desaparecidos de aquí de Guanajuato. Si no puedo hallar mi alivio pronto, voy a apoyar para que otras madres, padres, hermanos, hallen a sus seres queridos. Esa es mi catarsis para sacar todo el dolor que llevo dentro. Es mi forma”, describe la mujer.
Este 3 de noviembre ve cómo un húmero del brazo izquierdo de alguien se asoma entre la tierra escarbada. Lo mira atenta. No sabe exactamente qué espera. Si bien piensa que Luzma fue asesinada, una parte de ella ruega que no vaya a ser su hija. Es esa misma parte de su ser es la que espera que algún día, contra sus propios pronósticos, la joven vuelva a casa en Juventino Rosas.
El húmero es de un hombre que medía un metro y 70 centímetros de estatura. Los que saben aseguran que lleva menos de un año enterrado, “pues todavía se le nota tejido pegado a los huesos”. Conchita sólo observa. Son varios lugares ya a los que ha ido a picar en la tierra. Unos días tiene la suerte de reunir a otras familias con sus seres queridos; otros, no. Pero sigue y sigue. En estos años no sólo se ha enfrentado a la indiferencia de las autoridades, también a extorsionadores, pero ella sigue y sigue. Y aunque un día halle a Luzma, dice, continuará rasgando el suelo de lugares apartados de Guanajuato.
“Lamentablemente por miedo las personas no se meten. Esos grupos de la delincuencia organizada son muy sanguinarios. Aquí si una persona abre la boca, los levantan, los torturan, los matan, los desaparecen. Aquí muy seguido encuentran cuerpos mutilados, con signos de tortura. Aquí nadie puede hablar, pero yo me he propuesto, desde que mi hija desapareció... Soy la única de Juventino Rosas que levantó la voz. Tanto que presionamos al Congreso del Estado para que reformara la Ley de Búsqueda de Personas desaparecidas, porque aquí en Guanajuato no teníamos esa ley”, relata la mujer.
Es incalculable el dolor. Fue en 2017 cuando el Cártel de Santa Rosa de Lima, liderado por José Antonio Yépez Ortiz, alias “El Marro”, inició una cruenta batalla contra integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación, grupo dirigido por Nemesio Oseguera Cervantes, conocido como “El Mencho”. La guerra se extendió por caminos y territorios de Guanajuato. Fueron esos grupos criminales los que comenzaron a utilizar senderos apartados para deshacerse de inocentes. En ese contexto violento busca Conchita a su hija.
EL DÍA QUE ENCUENTRE LA CADENA
“Me da miedo de que desaparezcas igual que mamá. La próxima vez que vayas a buscarla, llévame a mí, así si desapareces, yo desaparezco contigo”, dice la hija de Luzma a Conchita. Apenas tiene 8 años y ya entiende que en Guanajuato “personas malvadas” roban sueños. “Duele mucho que una pequeña diga esas cosas”, señala Conchita. “Duele mucho”, repite. “Dejaron a una madre sin hija, y a una hija sin madre”. A las dos las dejaron, agrega, con el corazón roto. “Es algo muy doloroso porque la incertidumbre no te mata, pero tampoco te deja vivir”.
Conchita ha vivido siempre en Guanajuato. De ahí eran sus abuelos y padres. También ahí nacieron sus hijos y nieta. Conoce Salvatierra, Villagrán, Celaya... A Juventino Rosas lo recuerda tranquilo. Era un sitio en que se podía salir de madrugada. 1, 2, 3 de la mañana. No había ningún problema porque se sentía segura. Luego todo cambió. La violencia arrasó con todo. Hoy el Estado trae un promedio de 280 asesinatos mensuales. Son cientos los desaparecidos.
Ahora, a las 9 de la noche, Juventino Rosas parece pueblo fantasma, dice Conchita. Fueron años cruentos los que cambiaron no sólo a su pueblo, sino a todo Guanajuato. Y los días más oscuros, a veces parece que no han llegado todavía. Se habla de pozos en los que arrojan personas vivas, de casas de seguridad que esconden fosas, de carreteras en las que le arrojan “estrellas” a las llantas de los carros para cometer robos. Es la realidad de hoy, la realidad que lleva lacerando durante más de una década a todo el país.
“¿Qué significaría para usted hallar la cadena de plata?”, se le pregunta a la mujer. “Alivio. Significaría que cumplí la promesa a mi nieta de encontrar a su mamá. Pero no desistiría de las búsquedas. Si hallara la cadena, si hallara a mi hija, yo seguiría buscando para apoyar a otras madres que no pueden alzar la voz porque tienen miedo. Tal vez Dios me puso en este camino. Tal vez me dio las fuerzas para perder el miedo de andar en las búsquedas para apoyar a otras madres que están en la misma situación. No quiero que esto se quede en silencio, quiero que todo el mundo sepa lo que está pasando en Guanajuato”, responde.
“A las búsquedas voy con la esperanza de que sea mi hija. Voy con la esperanza de encontrarla, pero en el fondo no quiero que sea ella”, agrega.