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María Rivera

11/11/2020 - 12:01 am

#JusticiaParaTodas

No queda, pues, sino exigir que se castigue con todo el rigor de la ley a los responsables de la represión de Cancún.

Los hechos se registraron frente al Palacio Municipal de Cancún. Foto: Elizabeth Ruiz, Cuartoscuro.

Parecería imposible, pero sucedió. En Cancún, para ser precisos. La policía municipal dispersó una movilización feminista con armas de fuego, frente a los ojos inmutables de la Guardia Nacional. Mientras las mujeres se manifestaban en las puertas del Palacio de Gobierno, los policías, fuera de todo protocolo, llegaron tirando disparos al aire y maltratando y persiguiendo a los manifestantes que corrían despavoridos. Las fotos y videos que circulan en la red son impresionantes. Hubo detenciones arbitrarias, golpizas y varios periodistas fueron heridos.

Las mujeres protestaban por el feminicidio de Bianca Alejandrina, de veinte años, quien desapareció en Cancún y fue encontrada destazada en bolsas de plástico. Sí, así de brutal como se oye y como se lee. Una mujer en México puede desaparecer y aparecer después en bolsas de plástico, en basureros o canales y no pasa nada. Nadie hace nada. Los feminicidios se perpetran todos los días, nuestra ira crece. Parece que no importa. Parece que es normal. Parece que puede seguir ocurriendo en todo el país. Nadie hará nada. Por eso la rabia feminista, por eso las pintas en El Ángel, y en el Hemiciclo a Juárez, por eso la rabia en las puertas de Palacio Nacional y en la CNDH de Ecatepec, en Cancún y en Zacatecas. Porque la violencia contra las mujeres es ubicua. Lo mismo matan jóvenes en Puebla que en Guanajuato, que en Cancún o Sonora. Es una enfermedad que carcome el país entero como un cáncer ¿qué pueden hacer las mujeres frente a esa violencia imparable? Es obvio que el gobierno, los gobiernos, saben que no es correcto que suceda, que están faltándole a la ciudadanía. No es que no se enteren, no es que ignoren que sucede. Es que no les importa, no les significa mayor cosa, porque las mujeres somos ciudadanas de segunda. Somos los daños colaterales de la violencia homicida instaurada en el país. Las cifras que no se ven y no importan en un país donde mueren decenas de miles por la violencia.

No, literalmente no importamos. Si Sara no llegó a su casa, si Bianca tampoco. Si aparece “una mujer” más en un costal a la orilla de la carretera (¿de quién era ese cuerpo? ¿quién era esa mujer y por qué la asesinaron, dónde están los culpables?) a nadie le importa: estamos confinadas a la nota roja. Cuerpos, cadáveres, en lotes baldíos, canales, avenidas, basureros, como si las mujeres fuésemos eso: desechos. Ministerios públicos que son indolentes, investigaciones que no se realizan, asesinos que no pisarán la cárcel y que saben que matar a una mujer es fácil, no tiene consecuencias. Redes de trata permitidas por las autoridades de todos los niveles: las mujeres somos mercancía que se pueden robar de las calles, usar, explotar y desechar. Principalmente las mujeres pobres, pero puede pasarle a cualquiera. Solo hay que estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Crímenes de oportunidad: una calle sola, una mujer, un auto, un hombre armado, un secuestro. Pasar por debajo de un puente en la Ciudad de México, ser violada casi en las puertas del metro. Ser niña e ir a la escuela, salir a la papelería, al cibercafé. Estar en las calles del Centro de cualquier ciudad. Ser torturada sexualmente, ser lastimada, vulnerada, transgredida. Tener miedo, tener horror, no vestirse llamativamente, no andar “sola”, no hablar con extraños, no beber alcohol, no tomar el transporte público, no tener once años, no tener seis, no tener dieciocho, no tener treinta, no tener dos. No ser mujer. No ser cuerpo. No ser vagina. No ser. No respirar. En este país. En estas calles. En estas avenidas. En estas colonias. En este país.

Asómese a google. Escriba “mujer asesinada México”. Allí están, sin nombre, las fotos de sus cuerpos. Son “lo que sucede” todo el tiempo sin que a nadie le importe.

Por eso están las mujeres en las calles, y en las plazas, porque son las únicas a las que les importa: son sus amigas, sus madres, sus hermanas, sus tías, sus hijas, y sobre todo, son las hermanas de todas, de cada una de las mujeres asesinadas, las jóvenes que incendian puertas, rayan paredes, gritan, exigen justicia con lo único que tienen: su voz en coro, su voz unida, su fuerza política que viene de lo más vulnerable, oprimido y silenciado, de una injusticia intolerable.
Eso es lo que no entienden los políticos ni los policías y buena parte de quienes censuran las manifestaciones de las mujeres, la palabra “intolerable” que significa que no se puede aceptar más. Es una palabra muy sencilla y su significado es simple: ni una mujer asesinada más, ni una más. En ese sentido, el movimiento feminista es, auténticamente, un movimiento revolucionario. Es una forma de levantamiento contra el poder que somete a la mitad de la población a un trato diferenciado, a pesar de lo que dicen las leyes, porque en los hechos, no, no somos iguales, ni nuestra vida vale lo mismo.

En la medida en que las autoridades, empezando por el presidente del país, no lo entiendan y no trabajen para cambiar el estado de brutal indefensión e injusticia en que viven las mujeres, combatan la corrupción que permite el asesinato impune, tratarán de reprimir al movimiento feminista. Más les valdría, sin embargo, a todas las autoridades, de todos los niveles, buscar la palabra en el diccionario. Porque el dolor y la rabia, son eso: intolerables. Y cuando algo se convierte en intolerable como el asesinato impune, incluso ni las armas, ni las balas pueden detenerlo porque ya de suyo nos están matando.

No queda, pues, sino exigir que se castigue con todo el rigor de la ley a los responsables de la represión de Cancún, y a los asesinos de miles de mujeres que están esperando justicia: exigirles, nuevamente, que detengan ya la intolerable matanza de mujeres.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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