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Susan Crowley

28/08/2020 - 12:03 am

Caminito de la escuela

Amelia se llena de satisfacción, qué increíble es que haya niños y niñas que se entusiasman en seguir adelante, contra todo, estudiando. No puede evitar que una ráfaga de tristeza la invada: y los que no podrán, ¿cómo abrazarlos a todos desde aquí?

Aspectos del uso del celular por parte de una niña, tras el regreso a clases a distancia. Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro.

A sus siete años, Mía es una niña delgadita con un cabello hermoso, negro brillante, que le llega hasta la cintura. Su sonrisa muestra unos dientecitos aún de leche, blancos, grandes. Su piel morena contrasta con los colores pastel que le gusta tanto vestir. Mía no suelta a su muñeca. No le ha puesto nombre, quiere que se llame como una de las princesas de las películas de Disney, pero aún no sabe cuál.

Hoy es su primer día de clases. Mía se despierta muy tempranito, incluso antes de que suene el reloj. Está nerviosísima. Después de devorar su desayuno, corre al baño. Lava escrupulosamente sus manos, su cara y alisa su pelo. Se mira en el espejo roto y sonríe satisfecha. Con cuidado se coloca el tapabocas que combina con su chamarra rosa. Víctor, su papá, le canta Caminito de la escuela de Cri-cri. Al escucharlo, Mía se ríe divertida, prefiere la canción de la película Frozen. Por más esfuerzos, la melodía no le sale entonada. Y es que Víctor no puede concentrarse; uno tras otro repasa los pendientes para hoy. Norma, su esposa, trabaja en una guardería cuidando niños y niñas un poco más pequeños que Mía, se fue desde las seis de la mañana. Él es mozo en una casa. A veces quisiera partirse en dos, no hay quien cuide a Mía. Si él falta al trabajo le descuentan el día. Y apenas salen con los dos sueldos. Ya le debe a Elektra varios pagos vencidos, no solo por la tablet para que su hija pueda estudiar; además debe la tele y la moto que le salió en un dineral. Nunca va a terminar de pagar los intereses. Pero no hubo de otra, sin la tablet Mía no puede tomar su clase, la moto es un aliviane para desplazarse al trabajo a una hora de distancia. Y la tele, pues los canales nacionales son el único entretenimiento que hay en la casa por las noches. Pero, qué bueno que se hizo de la tele, a partir de la pandemia, se ha convertido en el instrumento necesario para que Mía estudie. Indiferente a todas las preocupaciones de su papá, la niña ve la hora. Emocionada se instala frente a la tele y se dispone a cumplir con su primer día de escuela.

Una situación complicada. Pero, con todo, hay que reconocer que Mía es una niña privilegiada. Hay realidades mucho más duras en nuestro país. Terribles. A cada momento, en estos días, nos topamos con la desgracia en poblaciones enteras, lejanas, que no cuentan ni con el mínimo e indispensable servicio; con una situación extrema de miseria no tienen internet, ni siquiera una televisión. En Animal político se publicó hace unos días una historia que estruja el corazón: sin internet, tele o radio, en Chiapas, tres hermanos de 7, 12 y 16 terminaron el año escolar solo con un celular. Este año deberán asistir de nuevo al programa Aprende en Casa, que no les hace mucho sentido. Para ellos representa más de treinta minutos llegar a donde pueden captar señal y prestarse el celular para que cada uno descargue sus lecturas o ejercicios y realice sus tareas. En contraste, acabo de ver una imagen que no me podré quitar de la mente en muchos días. En una cartulina frente a un garaje se lee: "Tengo en mi cochera internet, sillas, mesas. Si eres estudiante. 7am- 5pm ¡Solo estudiantes! Toca el timbre. ES GRATIS".

Es increíble, la grandeza humana aparece sin más.

En una cartulina frente a un garaje se lee: "Tengo en mi cochera internet, sillas, mesas. Si eres estudiante. 7am- 5pm ¡Solo estudiantes! Toca el timbre. ES GRATIS". Foto: Especial.

Mientras tanto, Mía se ha pasado un rato feliz en la tele. Pensar que antes se la prohibían si no acababa la tarea. No recuerda el nombre de su maestra, pero le cayó bien. Tampoco sabe cuántos compañeros tiene, ni podrá hacer amistad con ninguna niña en el recreo. Después de la hora que le toca estar frente a la tele se pasará a la Tablet. Antes la usaba solo para jugar, ahora es su centro de información para los temas escolares.

Lo que Mía ni se imagina es que Amelia, su maestra, ha trabajado a marchas forzadas, no ha tenido vacaciones. Es madre sola de tres hijos en primaria. En realidad, Amelia no tiene muy claro el nuevo sistema de Aprende en Casa, ha tomado varios cursos; pero es que concentrarse mientras los hijos estuvieron confinados no es cosa fácil. Esta nueva normalidad es muy compleja, ni hablar, hay que adaptarse a ella y salir adelante. Es una verdadera misión emprendida desde la casa y requiere que la vocación sea firme. Amelia tuvo que comprar una computadora de segunda mano, tiene que pagar su paquete de internet para estar conectada porque todo el día le entran Whats con preguntas de sus alumnos; a veces suda frío, no sabe si está respondiendo correctamente.

Con tantas horas en casa, el recibo de la luz le ha aumentado considerablemente. La computadora y la tele encendidas la mayor parte del día, un poco trabajando con sus alumnos, aún no sabe ni cuántos son ni les ha visto la carita, y un poco sacando adelante las tareas de sus hijos. Lo bueno es que es maestra, porque, ¿qué pasaría si tuviera que salir a trabajar en otra cosa? Una característica, muy suya, es que nada la detiene por eso pudo dejar a su marido y hacerse cargo de su familia. Incluso cuando el padre de un alumno le llama la atención, Amelia respira hasta diez y responde de la mejor manera. El otro día tuvo que aguantar hasta insultos de una madre de familia. Pero Amelia no se dobla, sabe que esa mujer está desesperada, como a todos el Covid le ha cambiado la vida.

Para ser el primer día de clases Mía no se ve cansada, está llena de energía. Y es que no tuvo que hacer lo que, en otras condiciones de normalidad, antes de la pandemia, hubiera hecho para llegar a la escuela. Recorrer cinco kilómetros en calles de tierra que con las lluvias resultan un océano. Luego, de la mano de su papá correr detrás del transporte público. Pero si el camión se retrasa o no pasa, hay que buscar un aventón, y si no, de plano caminar de prisa, aunque sus tenis blancos se ensucien. Mía no tuvo que desgastarse en el amontonamiento en la entrada de la escuela, ni aguantar las burlas de sus compañeros o los jalones de trenza que le da su maestra cuando no cumple. Esto de las clases en línea tiene sus ventajas. Otra cosa que no le tocó vivir a Mía fue el recreo. Como no se pudo quedar sola en la casa, su papá la metió a escondidas en el cuarto de servicio del lugar en el que trabaja. Le dijo que estuviera calladita. Si lo cachan lo corren. Así que en cuanto acaba de repasar sus tareas, ella se inventa su recreo. Se asoma a ver si no hay moros en la costa. Cruza los dedos y si tiene la suerte de otras veces, los patrones habrán salido de compras. Justo un ratito para jugar con Ramona, la perrita de la casa.

Al final de la primera jornada la maestra Amelia está exhausta, no sabe si va a poder con esta responsabilidad. En montones le entran los Whats de los niños y niñas que están llenos de preguntas. En medio de todos hay uno de Mía, su carita sonriente toda peinadita, así, con sus moños rosas bien almidonados. Amelia se llena de satisfacción, qué increíble es que haya niños y niñas que se entusiasman en seguir adelante, contra todo, estudiando. No puede evitar que una ráfaga de tristeza la invada: y los que no podrán, ¿cómo abrazarlos a todos desde aquí?

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@suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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