María Rivera
13/05/2020 - 12:03 am
Una nueva normalidad
Exigirle, como mínimo al Gobierno, un plan responsable que incluya quitarse la venda de los ojos para que comience por donde debió comenzar, hace meses: ajustando el presupuesto y comprando pruebas, imponiendo restricciones a viajeros, entre otras importantes medidas.
Ahora que países europeos van levantando sus cuarentenas, poco a poco, logramos apreciar, con total claridad, que la normalidad que conocíamos no será posible nuevamente, mientras el coronavirus siga entre nosotros y no exista una vacuna o medicamentos efectivos para tratar la enfermedad. Los casos de reinfecciones en China, Corea del sur y Alemania nos dan una idea de cuán difícil será volver a salir, reactivar la economía sin que eso signifique una segunda ola de contagios, aún más grave que la primera. Nuestro país está lejos todavía del levantamiento de la cuarentena en muchísimos municipios y en los epicentros como son la Ciudad de México y su zona conurbada o la ciudad de Tijuana. La pregunta que no dejo de hacerme es la manera como hará para levantar la cuarentena un país que prácticamente no hace pruebas, como México. Ya la OMS advirtió que se debían cumplir con varias condiciones antes de hacerlo, y uno de ellas es ser capaz de detectar y rastrear posibles brotes de contagio a través de la realización de pruebas. Como quien dice, volver a empezar. El problema es que México no siguió esa estrategia, desechó las pruebas desde el principio como herramienta esencial de contención. Para que México pueda levantar la cuarentena, de la manera más segura posible, tendrá que cambiar, radicalmente, de estrategia e incorporar a las pruebas como herramienta indispensable, como está haciendo la ciudad de Wuhan donde, tras la detección de seis casos, planea un ataque frontal y masivo para evitar que el coronavirus se expanda nuevamente. Las autoridades planean aplicar un millón de pruebas diarias, durante 10 días. Así de brutal y extrema es la amenaza que se cierne sobre los ciudadanos que vieron, cara a cara, el horror en estos meses.
¿Qué pasará en México, un país donde ni siquiera se ha podido implementar una cuarentena estricta, donde la gente es capaz de organizar un covi-fest en la calle, en la total inconsciencia, o salir a comprar flores y pasteles por el Día de la Madre?, ¿las autoridades de salud tomarán decisiones basadas en mediciones aproximadas, modelos que han resultado del todo inadecuados?, ¿saldremos a la calle a ciegas? O para decirlo con más precisión ¿el Gobierno expondrá nuestras vidas con un antifaz en los ojos? Si las propias autoridades de salud no conocen la verdadera dimensión de la epidemia, ni cercanamente, ¿cómo podrán regular las medidas de relajamiento-aislamiento?
Si algo está claro al día de hoy es que las cuarentenas, como medidas extremas, funcionan, pero no podemos vivir confinados todo el tiempo. Al menos no todos. Esto me lleva a preguntarme qué harán con las escuelas y los niños, ahora que la OMS, e incluso las máximas autoridades sanitarias de Estados Unidos, como el doctor Anthony Fauci, han advertido recientemente que se debe tener precaución con los niños, porque contrario a lo que se pensaba, bebés, niños y adolescentes sanos han muerto o enfermado severamente por un síndrome inflamatorio, muy peligroso, producto de la COVID-19. También, es inevitable preguntarse qué harán con toda la población vulnerable, que en México alcanza a un gran porcentaje del total. ¿Habrá medidas y políticas especiales para personas mayores, personas con sobrepeso u obesidad, diabetes, hipertensión para que no arriesguen su vida, mueran bajo las ruedas de las necesidades de la economía? Resulta muy angustioso pensar que quienes decidirán por la vida de todos no consideran las pruebas como elemento de contención, así como no consideraron que la mayoría de la población mexicana era de alto riesgo a la hora de diseñar su estrategia. El doctor López-Gatell tendría que explicar, a detalle, cómo lo hará.
El día de mañana, que se publica esta columna, se anunció que el Presidente López Obrador dará a conocer el plan de apertura de ciertas regiones, donde no hay casos detectados. Debido al enorme riesgo que significa exponer la vida de millones de personas, es y será necesaria, más que nunca, una crítica informada capaz de señalar los errores, las irresponsabilidades que puedan cometerse, como se cometieron desde enero. No es un misterio que todos los gobiernos están siendo presionados por la situación económica y que están ante el dilema de priorizar la vida de las personas o reactivar la economía, como estamos viendo en Estados Unidos y como vimos en nuestro país, incapaz de poner restricciones en las fronteras desde el comienzo de la pandemia, en enero. Ninguna de las descalificaciones o estrategias que el Gobierno despliegue para combatir la crítica a las autoridades de salud tiene la menor importancia frente a una situación de extremo riesgo como la que atravesamos: bots y trolls en redes, apelativos como “conservadores”, “infodemia”, qué más da mientras haya quien le señale al Gobierno que el conductor maneja con los ojos vendados y pueda corregir el rumbo.
Lo cierto, querido lector, es que aún estamos lejos de haber salido de la primera ola y es muy probable que no hayamos siquiera alcanzado a ver el pico de la curva. Tengamos paciencia y tolerancia, pero sobre todo solidaridad con la tragedia de miles de familias que estos días lloran a sus familiares y amigos. Es evidente ya que nuestra vida no volverá a ser la misma en el futuro cercano: que tendremos que, como nunca, actuar crítica e independientemente, esto es, ver por nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Exigirle, como mínimo al Gobierno, un plan responsable que incluya quitarse la venda de los ojos para que comience por donde debió comenzar, hace meses: ajustando el presupuesto y comprando pruebas, imponiendo restricciones a viajeros, entre otras importantes medidas. Las vamos a necesitar, si pretendemos alcanzar esa nueva normalidad que nos prometen.
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