México
Trabajadores de la salud en Coahuila.
VANGUARDIA DE SALTILLO

Médicos y enfermeras mexicanos narran su frustración: pacientes que no respiran, que no mejoran

03/05/2020 - 3:30 pm

Desde que se desató la pandemia por el COVID-19 en México, la vida de Denisse y su esposo, como la de muchos otros doctores, dio un giro completo. Han tenido que dejar de ver a su suegra, a los abuelos de su esposo, a las hijas de su esposo que tuvo con otro matrimonio y ella no ha visitado a sus papás que viven en Monterrey.

Por Francisco Rodríguez

Coahuila, 3 de mayo (Vanguardia).– Las siguientes son historias de trabajadores de la salud. Ellos y ellas, quienes están en el frente de batalla de la pandemia mundial por la COVID-19, cuentan sus historias, sus miedos, sus experiencias, sus cambios en las dinámicas familiares, sus motivaciones y sus frustraciones. Todo para estar allí cuando alguien los requiera.

Denisse Lazarín Valles, especialista en Urgencias. Labora en el hospital Ángeles de Torreón y en la clínica 51 del IMSS en Gómez Palacio.

Hace unos días, el esposo de Denisse Lazarín llegó de la guardia de urgencias del hospital donde trató a un paciente probable sospechoso de COVID-19. Era de mañana. “Vente a acostar”, le dijo Denisse, especialista en urgencias igual que él. Pero su esposo se resistió. En la mente traía haber tratado al sospechoso de la enfermedad que en Coahuila ha matado a más de 40 personas. “Me voy a bañar”, le dijo su marido. Él no se quería acercar a ella.

El equipo que a diario enfrenta esta pandemia en la Clínica 51 del IMSS, nunca baja los brazos. Estos expertos en salud trabajan duro, y a las complicaciones diarias le ponen su mejor cara. Foto: Cortesía para Vanguardia

A Denisse, que tiene 6 años desde que se recibió de la especialidad de Urgencias, esas experiencias son las que más le frustran: el estar lejos de la gente que quiere, el no poderle dar un abrazo a su esposo y reconfortarlo porque la guardia estuvo pesada, el no tener una convivencia normal.

“Se siente muy feo”, dice la doctora Denisse enfatizando en el “muy”. “Es algo para lo que no te preparas, te preparas para estar muchas horas sin comer, muchas horas de pie, para no ir al baño, pero aislarte, es horrible”, añade la urgencióloga que labora en la Clínica 51 del IMSS de Gómez Palacio y en el área de urgencias en el Hospital Ángeles de Torreón.

ENFERMEDAD QUE LES CAMBIÓ LA VIDA

Desde que se desató la pandemia por el COVID-19 en México, la vida de Denisse y su esposo, como la de muchos otros doctores, dio un giro completo. Han tenido que dejar de ver a su suegra, a los abuelos de su esposo, a las hijas de su esposo que tuvo con otro matrimonio y ella no ha visitado a sus papás que viven en Monterrey.

“Tengo compañeros que han decidido rentar una casa para no llegar con su familia”, cuenta la doctora. “Uno busca reconfortarse con la familia y tener que hacerlo ahora a través del teléfono, no es humano”, añade.

El 8 de marzo fue la última vez que vio a sus papás. Cumplieron 37 años de casados y decidió ir a visitarlos antes de que aumentaran las restricciones. “Dije, es verlos ahorita o ya no verlos en meses”, pensó Denisse. El 19 de marzo ella cumplió años y esa sensación de no poder estar con su familia completa también le provocó un nudo en la garganta. “Cuesta mucho. Mi mamá me dice que me extraña, que me quiere ver y eso cala mucho”, insiste la doctora.

Denisse Lazarín pone todo su conocimiento al servicio de los pacientes. Foto: Cortesía para Vanguardia

ALEJARSE DE LAS PERSONES QUE QUIEREN; LA PRUEBA MÁS DIFÍCIL

Por eso, para Denisse y su esposo, lo más difícil, lo más feo es decir que “no” a las personas que quieren, porque buscan cuidarse de no transmitir la infección. “Tú tiene todas las precauciones debidas y todo el equipo pero no puedes saber quién va a llegar y aun así te puedes infectar y llevarlo a alguien”, explica la doctora.

Por eso, para Denisse Lazarín como a la mayoría del personal de salud, el sentimiento es de preocupación. Preocupación de infectar a personas que no tendrían por qué enfermarse. Ella, además, tiene antecedentes de una cardiopatía.

UNA ENFERMERA CON TEMPLE DE ACERO

A los 13 años, Adilene Salazar tuvo que ser hospitalizada por una intoxicación con arsénico, y fue allí, en un cuarto de hospital, rodeada por enfermeras y médicos, batas y jeringas, que se enamoró del ambiente.

“Me agradó el trabajo que hacían los médicos y enfermeras”, recuerda Adilene, de 33 años y madre de tres hijos.

Llegó a estudiar un semestre de Medicina, pero por azares del destino no pudo seguir y decidió estudiar la Licenciatura en Enfermería.

“La vida me llevó a estudiar Enfermería. Me gusta ayudar a la gente, compartir sus historias, escuchar. El mejorar, aunque sea un poco su estado anímico”, comenta Adilene con esa voz que arrastran 11 años como enfermera, actualmente en el Hospital General de Torreón.

Adilene Salazar casi nació para ser enfermera. Foto: Cortesía para Vanguardia

ENVENENARSE CON ARSÉNICO MARCÓ SU VIDA Y SE VOLVIÓ ENFERMERA EN LA LAGUNA

Una de las cosas que más le gusta a la enfermera Adilene Salazar es platicar con los pacientes, inclusive cuando están sedados. “Les platico qué hacemos, les digo cómo está el clima, aunque estén sedados los pacientes escuchan”, menciona.

Su interés por reconfortar al enfermo lo supo cuando muy joven sufrió envenenamiento con arsénico que la mantuvo hospitalizada mucho tiempo. Esa experiencia la encaminó a ser una profesional de la salud.

Ahora, con la emergencia sanitaria por la COVID-19, Adilene se siente como un perro de pelea esperando que lo suelten, esperando poder entrarle al ruedo y hacer lo que todos los días tiene que hacer como enfermera.

“Me gusta mucho mi trabajo, me apasiona. Para eso estudié, para enfrentarme a situaciones difíciles. Estamos al pie del cañón, enfrentándonos a todos. Inclusive a la misma gente que no cree. Gente que tiene ignorancia, que dice que es algo del gobierno, que es una creación”, cuenta Adilene.

Pero ella sabe que no es así. Lo vive diario y diario tiene miedo, principalmente de llevar el virus y contagiar a su familia, con quien desde que se decretó la emergencia y el aislamiento social, no ha podido pasar tiempo como antes.

La doctora Denisse Lazarín da todo por los pacientes. Foto: Cortesía para Vanguardia

RECIÉN TUVO UN BEBÉ

Adilene regresó el 18 de marzo a trabajar, luego de estar incapacitada por el nacimiento de su bebé. “Prácticamente a sus dos hijos los ve cada fin de semana. La niña se queda con mis papás, que son adultos mayores y batallan ahora ayudándole con las clases virtuales. El niño está con su papá. La bebé me la traen hasta en la tarde”, relata la enfermera.

Por eso Adilene extraña pasar tiempo con la familia, comer juntos, platicar con sus hijos, verlos dormir y hasta verlos pelearse. También le puede leer mensajes de WhatsApp de la escuela de su hija, donde relatan las tareas y manualidades que hacen y en las que ella no puede ayudar.

“Eso me estresa porque yo no puedo hacer eso con mis hijos”, menciona. También se estresa cuando su hijo el más grande le habla y le pregunta cómo está todo en el hospital, y ella lo escucha preocupado.

Adilene se frustra.

A GRANDES MALES…

El día que la enfermera Adilene vea que el problema por el coronavirus está sobrepasado, no regresará a casa. Me lo afirma con una seguridad espartana, con el dolor, también, de que si llega ese día no podrá estar con sus hijos, especialmente con su bebé recién nacido. “Voy a preferir estar en un rincón en el hospital”, asegura. Inclusive entre los compañeros y compañeras ya han platicado rentar una casa entre todos. El temor del personal es llevar el virus a casa. Adilene me asevera que muchas compañeras han optado por no ver a sus hijos por miedo a contagiarlos.

Denisse siente que es en estos momentos de emergencia sanitaria que los especialistas en urgencias están experimentando el motivo por el cual decidieron estudiar lo que ahora hacen. Foto: Cortesía para Vanguardia

DISCRIMINADAS

Adilene cuenta que hay compañeras a las que no han querido subir los choferes de camiones. Ella misma ha batallado con el transporte, pues si pide un taxi, no quieren llevarla porque saben que va al hospital.

TRISTE PROCESO

Cuando termina su turno y sale a las 15:00 horas, Adilene se queda afuera de su casa y desinfecta su ropa y zapatos con cloro y alcohol. Lleva todo al patio y empieza con la limpieza de toda la casa: barre, trapea, desinfecta todo con cloro y después se baña. Hasta entonces comienza a preparar su comida. “Me relajo un poquito y ya es cuando llega mi marido y mi bebé, como a las 7 de la noche”, relata.

DOCTORA LAGUNERA VE LA SALA DE URGENCIAS COMO SU CASA

Cuando la doctora Denisse estaba en la escuela de medicina, sintió que un chip le prendió cuando llegó al área de urgencias y dijo “aquí es donde pertenezco”. Se sintió en su lugar.

Desde hace semanas, un día en el frente de batalla para la doctora es llegar de civil al hospital, decisión que se tomó desde que a una compañera enfermera le aventaron una cerveza camino a su casa. Foto: Cortesía para Vanguardia

A la doctora le gusta no saber qué va a entrar por la puerta. “Tienes que tener un conocimiento muy amplio de patologías para tratar de sospechar todo en menos de 10 minutos”, comenta. “Estar en urgencias es una cajita de Pandora, no sabes qué te va a llegar”, dice.

Denisse siente que es en estos momentos de emergencia sanitaria que los especialistas en urgencias están experimentando el motivo por el cual decidieron estudiar lo que ahora hacen. “Es aquí cuando puedes demostrar todo lo que te ha costado, todos los desvelos, mal comidas, todos los regaños, para poder aplicarlos; no es que uno busque reconocimiento, todos debemos hacer lo que nos toca”, menciona.

Desde hace semanas, un día en el frente de batalla para la doctora es llegar de civil al hospital, decisión que se tomó desde que a una compañera enfermera le aventaron una cerveza camino a su casa. Después vestirse con equipo especial: obligatoriamente usar lentes de protección y careta que deja marcas e irrita la piel, pero es algo que tiene que llevar todo el turno, aunque no haya pacientes.

Si le avisan que hay un paciente con una patología respiratoria se tiene que preparar, usar botas, doble guante, usar el cubrebocas N95, usar goggles. “Te transformas y entras al área de enfermedades respiratorias que está aparte y te quedas vestido hasta que termines, hasta que el paciente se haya dado de alta u hospitalizado. No te puedes cambiar. Pueden pasar muchas horas”, relata.

Cuando sale del área se baña, se desinfecta. Una persona de limpieza entra a desinfectar el área. Se tiene que cambiar de ropa y usar un uniforme nuevo y seguir la rutina. El turno nocturno, que a veces le toca, es de 11 horas; 11 horas en los que tiene que usar el equipo completo, no puede ir al baño, no puede comer, no puede tomar agua.

Adilene Salazar (i) enfermera del Hospital General de Torreón, no se dobla, a pesar de enfrentar una enfermedad poco conocida. Foto: Cortesía para Vanguardia

“Estar de este lado y ver que llega el paciente y empieza a toser, y sigue tosiendo y que ves que batalla para respirar y no levanta su nivel de oxígeno, es cuando te preocupas. Tienes tanto equipo y batallas que te lo quieres retirar y no puedes hacer eso. Sí es mucho el miedo de infectarse, pero más infectar a los demás”, relata.

Cuando termina el turno, el equipo lo guarda en una bolsa y se resguarda en un área especial de contaminado. Se lava constante las manos, tanto que ya las tiene lastimadas. Las marcas en la cara por el respirador y los goggles ya son parte del cariz. El personal del hospital se ha convertido en su familia.

CUIDADOSA

Cuando llega a casa mantiene el ritual de prevención. Desinfecta los zapatos, no entra por la puerta principal. Se desviste y deja la ropa en otro lado para lavarla. Y antes de acostarse, le llega ese sentimiento de aprendizaje, de apreciar más a la familia.

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