María Rivera
25/03/2020 - 12:03 am
Primero los pobres
La irresponsabilidad del Gobierno mexicano, desde enero, de permitir el contagio en todos los estados del país, nos saldrá muy cara
Hace apenas unas semanas, veía yo con azoro los videos que salían de China, luego que salían de Irán y después de Italia. Parecen meses, pero no, son semanas. Es muy notable cómo nuestra percepción del tiempo se altera cuando enfrentamos tiempos críticos. En apenas unas semanas nuestra realidad cambió inconmensurablemente. Hoy, lo que parecía un mal sueño de una película apocalíptica vista en China, se presenta frente a nosotros como una realidad global. Como nunca antes, y en un tiempo simultáneo, personas de todos los continentes padecen las mismas circunstancias, en mayor o menor medida: el mundo entero ha entrado en una cuarentena que recluye a las personas en sus casas por semanas (¿o serán meses?) para evitar que el coronavirus infecte a toda la población y ocasione que los sistemas públicos de salud colapsen, dejando miles de muertos a su paso.
Para nadie es ya un misterio la razón y mucho se ha escrito sobre ello. La irresponsabilidad del Gobierno mexicano, desde enero, de permitir el contagio en todos los estados del país, nos saldrá muy cara: la población mexicana tiene características que la vuelven especialmente vulnerable al COVI-19. Debieron, en Palacio Nacional, tomar en cuenta estas vulnerabilidades, antes de diseñar una estrategia tan irresponsable. No lo hicieron. La Ciudad de México y la zona conurbada será, muy probablemente, por esa estrategia errática (y hasta criminal) uno de los focos epidémicos más importante de Latinoamérica por la densidad poblacional. No se necesitaba ser un genio epidemiólogo para saber, desde enero, que esto ocurriría. Hay que decir hoy que dejaron que ocurriera. No es una catástrofe estrictamente biológica, sino política aunque el Gobierno la presente como tal, conferencia tras conferencia. La llamada “Cuarta Transformación”, con sus gobernadores, fue incapaz, por tozudez ideológica de López Obrador, de proteger a los mexicanos, entre ellos los más pobres y vulnerables. No, López Obrador no quería parecerse a Calderón en la crisis de la influenza H1N1. Sí, esos que el Gobierno decía que iban primero, esta vez, fueron los últimos, a la hora de proteger sus vidas; no sus votos. Son ellos, mayoritariamente, los más vulnerables ante el virus, los que no pueden aislarse porque es muy caro, los que reciben el mensaje ignorante e irresponsable de López Obrador de exponerse al contagio. Así como son los pobres los que generalmente tienen peores condiciones de salud, y por ello padecen enfermedades que aumentan su condición de riesgo para enfermarse severamente. Poblaciones enfermas y jóvenes, además de adultos mayores. Por si esto fuera poco, estarán sujetos a la insuficiencia de los recursos públicos de salud, como lo han estado crónicamente y en este sexenio, de manera exacerbada. A eso hay que sumarle que para toda la población que vive en la informalidad, hasta el momento, el Gobierno no ha anunciado ningún plan de salvamento económico a la altura de las circunstancias.
La población de calle, los migrantes que atraviesan nuestro país, están también en un gran riesgo y no se ve, por ningún lado, la implementación de albergues que funcionen como los centros de cuarentena china, con suficiencia alimentaria y atención médica capaces de derivarlos al sistema hospitalario. Los albergues podrían también ayudar a cortar las cadenas de transmisión del virus mientras se garantiza a la población más vulnerable, alimentación y atención médica.
Sí, se necesitan muchos recursos, no decretos solamente, ni videos informativos. Se necesita generosidad para entender la hora crítica que atravesamos. No necesitamos trenes mayas, ni refinerías, ni aeropuertos. Necesitamos dinero para salvar vidas, como lo haría un Gobierno auténticamente de izquierda. Dinero para evitar que la gente muera en las calles, como en Irán o en China, o en pasillos de hospitales atiborrados, o que sencillamente no tenga que comer, o caiga en la ruina.
También habría que pensar en la gente, mayoritariamente mayor, que no tiene acceso al sistema bancario y que recurre a instituciones de préstamos prendarios, bajo condiciones desventajosas y, sobre todo en estos momentos, gravemente riesgosas por el peligro de contagio en sus sucursales. ¿Qué harán esas instituciones con muchos mexicanos que no tienen acceso al sistema bancario y de ese modo se financian?, ¿los obligarán a contagiarse en sucursales donde es imposible cualquier distanciamiento social? Y frente a la crisis económica, ¿se verán obligados a perderlo todo?
Las mismas preguntas habría que hacer para los artistas y creadores que están en la total indefensión, ¿qué va a hacer la Secretaría de Cultura, los abandonará a su suerte? Hay que recordar que el Fonca tiene la capacidad técnica de transferir recursos, que tiene el padrón más extenso de creadores del país y que este año la Secretaría de Cultura tiene destinado al proyecto de Chapultepec, un proyecto centralista por donde se le vea, mil 668 millones de pesos, que representa un 12 por ciento del total del presupuesto de Cultura. Tal vez sea hora de decirle a López Obrador y a la Secretaria Frausto que no queremos obras en la capital mientras artistas mexicanos caen en la peor pobreza, en todo el país, y que exigimos que usen ese dinero para aliviar la crisis brutal que se avecina en el sector artístico.
A Gabriel Orozco habría que pedirle que se pronuncie al respecto: no necesitamos una obra millonaria en Chapultepec, sino ayudar a quienes producen arte y cultura en nuestro país.
Por último, hay que decir que pese a todo, y sobre todas las cosas, frente a las peores adversidades los mexicanos hemos sabido responder con solidaridad. Es en esa sociedad crítica, la que ha comenzado a cuidarse y a cuidar a otros, en quien confío: estoy segura que es nuestra mejor defensa contra cualquier catástrofe y que estará a la altura de las circunstancias en las semanas por venir, con el valor y la generosidad extraordinarias que la caracterizan, a pesar de cualquier diferencia.
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