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María Rivera

27/11/2019 - 12:03 am

Mujeres migrantes

«Hay mujeres, las más indefensas entre las indefensas, que son vulneradas, junto con sus hijos, en medio de la miseria y el horror».

Foto: Cuartoscuro

Hace unos días el periódico español El País en unión con El Faro publicaron el capítulo cinco de una serie extraordinaria de seis reportajes titulados “Frontera sur” dedicada a exponer la situación de la frontera sur de México, atravesada por diversas problemáticas como la migración, el narcotráfico, la corrupción de los gobiernos. La suma de las violencias que este caldo del horror produce sobre los más indefensos ha sido extraordinariamente narrada en un ambicioso, exhaustivo y brillante trabajo periodístico, que ha logrado poner en la discusión el trato inhumano y degradante que reciben las personas en tránsito hacia Estados Unidos tanto en Guatemala como en México, bajo la nueva política migratoria mexicana, así como el corrupto negocio que le significa a muchas autoridades y ciudadanos la tragedia humanitaria. También ha exhibido la colusión de autoridades políticas con grupos criminales, economías sostenidas por la venta de drogas, muy lejos del discurso del Presidente López Obrador y las bondades de “la cuarta transformación”.

El capítulo cinco, “La trampa de la capital del sur”, se ocupa de la tragedia que ocurre en Chiapas, en la ciudad de Tapachula, con los migrantes centroamericanos, pero se centra en las experiencias de mujeres que están atrapadas en la ciudad, en el infierno de tener que prostituirse para poder comer y tener un lugar donde dormir. La miseria e indefensión en que se encuentran exhibe a México como un país brutal, mercenario, e inhumano. Es un reportaje sobrecogedor, impresionantemente bien documentado y narrado, que arroja luz sobre la verdadera situación en que se encuentra la frontera. Documenta con generosidad y precisión la tragedia de hombres, mujeres y niños que a diario son extorsionados, cazados, apresados, y explotados en la ciudad chiapaneca, pero también en las fincas cafetaleras de mexicanos que los esclavizan como hacen los norteamericanos con nuestros compatriotas pero con salarios infrahumanos. Leerlo deja la sangre helada y las lágrimas y la indignación a flor de piel. Especialmente, por las experiencias traumáticas y deshumanizantes que mujeres hondureñas padecen cuando se ven obligadas a prostituirse para poder comer y pagar pocilgas que les rentan mexicanos aprovechándose de su estado de necesidad, sobajándolas. Si huyeron de sus países para salvar su vida, llegaron a México a perder la dignidad, la salud y la esperanza. El reportaje, que puede ser consultado aquí, https://elpais.com/internacional/2019/11/22/actualidad/1574412254_489288.html así como sus demás capítulos, nos pone en una disyuntiva ¿qué hacemos frente a esa realidad lacerante? ¿cerramos los ojos o enfrentamos la condición que miles de seres humanos padecen en nuestro país?

Mientras diariamente se debaten tonterías semánticas por los dichos del Presidente López Obrador, hay mujeres, las más indefensas entre las indefensas, que son vulneradas, junto con sus hijos, en medio de la miseria y el horror. Esta situación ameritaría la sororidad radical de las feministas desde todas sus posiciones, tanto de las jóvenes que están levantando la voz con entereza, como las feministas mayores; no solo las feministas, todas las mujeres mexicanas (y todos aquellos que tengan decencia) tendríamos que estar exigiéndole a los gobiernos que saquen del infierno a esas mujeres pobres, que no tienen redes, ni voz, ni medios para defenderse de la opresión más brutal. Solo cuentan con su cuerpo, su indefensión y vulnerabilidad como instrumento para no morir de hambre, víctimas de la violencia estructural que se ceba sobre ellas, triturándolas.

La indignidad que permitimos como sociedad, ignorando su tragedia, no solo las lastima a ellas, sino a todas y a todos: aumenta las violencias ya de por sí inadmisibles que padecemos desde hace mucho las mujeres mexicanas.

Esto me recuerda la consigna “el Estado opresor es un macho violador” que mujeres jóvenes chilenas lanzaron estos días con gran creatividad, fuerza y verdad, en una coreografía política que, estoy segura, nos emocionó a muchas hasta las lágrimas, por su sentido profundo de coraje y valentía frente a la injusticia que padecen las mujeres en toda Latinoamérica. Escuchar sus voces, mirar sus cuerpos sosteniendo esa denuncia, es profundamente conmovedor: ellas encarnan, indudablemente, nuestro mejor presente y gracias a su valentía e inteligencia, las mujeres que vienen tras ellas tendrán un mejor futuro.

Y es que ya sea en Chile, en Argentina o en México la fuerza de las jóvenes ha logrado encarar al poder misógino a través de la voz: ya sea cantada, gritada o escrita sobre las representaciones simbólicas del poder, como ha estado sucediendo en México y como lo hicieron las jóvenes que se manifestaron hace unos días en el Hemiciclo a Juárez, cuando escribieron, como en el Ángel de la Independencia hace unos meses, sobre el monumento la palabra “feminicida”. Sus letras escurriendo sobre el pedestal de la Patria, son una perfecta metáfora de la sangre de las mujeres que diariamente son asesinadas e invisibilizadas, sumadas a una estadística oprobiosa.

La indignación hipócrita que ha suscitado en quienes defienden monumentos, piedras, y no mujeres y niñas que son diariamente agredidas, violadas y asesinadas revela que parte de la sociedad subestima, niega o es parte activa o pasiva de la violencia, empezando por el poder gubernamental, ejemplificado inmejorablemente en la sorna con la que el canciller Ebrard tuiteó, aliviado, a la mañana siguiente tras ver que el monumento había sido limpiado “Así luce el Hemiciclo a esta hora desde las oficinas de Relaciones Exteriores. Nuestros mayores decían: lo que el viento a Juárez. Bien por el Gobierno de la Ciudad y Claudia Sheinbaum!!!!”.

Aunque la violencia estructural esté conformada por elementos del Estado, hay que decirle al canciller Ebrard que se equivoca en su entusiasmo y estulticia: no hay lejía que pueda borrar el asesinato de mujeres, ni la palabra “feminicida” inscrita junto a la palabra “México”; ni poder que logre ya silenciar la rabia, la ira y el dolor compartido de mujeres, que es mucho más que un vientecito sobre la cabeza de los héroes.

No, no podemos esperar que este gobierno, ni este canciller proteja a las mujeres migrantes hondureñas, salvadoreñas, guatemaltecas que diariamente son vulneradas. Confirmamos que este gobierno, como los anteriores, es machista y misógino y que las mujeres solo pueden contar con las mujeres, como bien dicen las jóvenes.
Es por eso que hay que decirnos en voz muy alta y con todas las letras, escribirlo una y otra y otra vez que tenemos nuestra voz, nuestra sororidad, nuestra indignación para ellas: las más heridas, las más necesitadas. Encontremos la manera de decírselos.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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