Ernesto Hernández Norzagaray
28/09/2019 - 12:05 am
La disculpa del Estado a Martha Alicia
Quizá por eso, es de singular importancia el discurso de Martha Alicia, cuando recuerda el rol que tuvieron actores de esta “guerra”, donde los victimarios nunca han pagado, y probablemente nunca paguen, por vidas que ni siquiera tuvieron sepultura.
A Martha Alicia Camacho Loaiza, la sobreviviente sinaloense de la llamada “guerra sucia”, quien recientemente fue destinataria de una “disculpa pública el Estado Mexicano” ubicua, la conocí el año pasado al final de la presentación que hice en Culiacán del libro Adiós al 68 de Joel Ortega, el colaborador de Milenio recién separado de sus páginas, conversamos brevemente y me presentó a su hijo Miguel Alfonso que nació en aquellos días aciagos para esta familia que perdió a Manuel Alapizco en la tortura en la novena zona militar de Culiacán.
Un día cualquiera de los 49 que está mujer que vivió en carne propia por la tortura física y psicológica, es suficiente para destrozar una vida o varias colaterales, más aún para vivir con el miedo encima el resto de sus días, pero hay organismos fuertes que producen sus propios antídotos para curarse y seguir con la vida con la fortaleza que deja el recuerdo de un deber cumplido.
Al final de aquellos días aciagos Martha Alicia se hizo de una profesión y alcanzó una plaza en la Universidad Autónoma de Sinaloa, donde actualmente se comparte como profesora investigadora y es presidente de la Unión de Madres con Hijos Desaparecidos de Sinaloa.
Esto tiene un significado muy especial para la UAS que recordemos varias decenas de sus estudiantes dejaron las aulas para incorporarse a la Liga Comunista 23 de Septiembre y con las armas en la mano fueron a combatir el autoritarismo que había golpeado las ideas libertarias de 1968 y 1971.
La singularidad uaseña fue que el grupo que nutrió principalmente, no el único, a la Liga fue el de los llamados “enfermos”, una corriente ultraizquierdista de corte leninista que se auto declaraba enfermo del virus del comunismo.
Aquel ultra izquierdismo que esgrimía con las armas en la mano las tesis de la Universidad fabrica donde se contemplaba la destrucción de la Universidad por ser una “institución burguesa” al servicio del capitalismo, de la explotación del hombre por el hombre.
Sin embargo, ese pasaje oscuro de la UAS, que en otro tiempo fue tema de reflexión colectiva hoy ya nadie parece querer acordarse, y muchos que fueron protagonistas, lo llevan como mala conciencia. Se hicieron viejos y quieren olvidar.
En esos espacios universitarios, cómo también en otras universidades rojas, cómo las calificó Jesús Reyes Heroles desde la titularidad de la SEP, se viven otros tiempos y aquel discurso ideológico dio paso paulatinamente al de la racionalidad académica donde los indicadores de calidad se ha vuelto una obsesión para alcanzar nominalmente la excelencia académica.
Hoy, sin embargo, repentinamente cobra vigencia cuando el Estado mexicano a través de Olga Sánchez Cordero, ofreció a esa generación a través de Martha Alicia: “una disculpa pública por la transgresión de sus derechos ocurrida en un contexto de violencia política del pasado, en el periodo conocido como 'guerra sucia', donde usted fue detenida arbitrariamente y desaparecida…les ofrezco -sentenciará en un sentido plural-, una disculpa pública por el daño a la imagen, al honor y a la dignidad de su familia”.
Estas palabras tienen un alto significado en un país donde el perdón no estaba en los códigos del poder no tiene precedentes, la violencia institucional siempre ha encontrado la ruta para evitarlo. La historia oficial está cargada de mentiras donde a las víctimas frecuentemente se les vuelven victimarias, y sin decirlo están sustantivamente hay leyes de facto, de “punto final”, de triste memoria en Chile y Argentina.
Quizá por eso, es de singular importancia el discurso de Martha Alicia, cuando recuerda el rol que tuvieron actores de esta “guerra”, donde los victimarios nunca han pagado, y probablemente nunca paguen, por vidas que ni siquiera tuvieron sepultura.
Martha Alicia dijo en su discurso ante la responsable de la política interior: “El evento de reconocimiento es una luz, una esperanza, un punto de partida” para luego agregar que espera “que esta puerta también se abra para otras familias y que el acto no quede sólo en una disculpa”.
Más todavía, lamentó con agudeza, “que no estuviera presente ningún representante de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), lo que consideró como la pérdida de una oportunidad de reconocer las atrocidades que cometieron en esa época. Qué lamentable”.
Ese es el punto. Ciertamente estamos en el marco de un gobierno civil y son estás autoridades las que son depositarias del poder político, sin embargo, más allá de esta formalidad de jerarquías, una petición de perdón obligaba a las fuerzas armadas a ser parte.
Imagino que Martha Alicia cuando hablaba se le cruzaron por la mente los días que pasó en cautiverio militar y, peor, la imagen de su compañero que murió en ese mismo espacio producto de la tortura.
La experiencia de otras “disculpas públicas” en América latina es que no basta un acto protocolario, un mensaje mediático que exalta el valor democrático del perdón para cerrar heridas, de abrir un presidencialismo que tiene muchos secretos y que detrás de los crímenes cometidos además del dolor que han dejado entre sus deudos está el deseo de justicia.
Los argentinos, por ejemplo, después del primer Gobierno del restablecimiento democrático encabezado por Raúl Alfonsín (1983-1989), encontraron que había pactado con los militares la llamada Ley del Punto Final y aceptado el principio de “obediencia debida”, con la que prácticamente había un borrón y cuenta nueva por la detención y desaparición de 30 mil personas, lo que generó un gran movimiento hasta alcanzar durante el Gobierno de los Kirchner que los militares fueran llevados ante la justicia y juzgados por crímenes de lesa humanidad.
Y los Videla fueron sentenciados y han acabado sus días prácticamente en las prisiones argentinas, en México no sabemos qué va a pasar, pero sospecho que en la agenda del Gobierno no va más allá de este perdón mediático y dependerá de las familias que eso vaya hasta otro nivel para que realmente se haga justicia.
Mientras aquello ocurra o no, Martha Alicia hizo lo que tenía que hacer por su esposo y otros de sus camaradas que desaparecieron y nunca más se volvió a saber de ellos. Martha Alicia representa hoy algo que ayer no se le reconocía. A la UAS en alguna forma le corresponde algo de esta disculpa por los atropellos del pasado contra miembros de la casa de estudios
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