Ernesto Hernández Norzagaray
21/09/2019 - 12:05 am
80 años del PAN
"El PAN no la tiene fácil, necesita recuperar la legitimidad perdida, pero eso se presenta no sólo difícil por el factor AMLO, sino por la propia circunstancia interna".
El pasado 16 de septiembre el PAN cumplió 80 años de existencia. Una larga travesía de la formación política más antigua de nuestro sistema de partidos. Y, cómo todo trayecto político largo, tiene inevitablemente tropiezos, cansancios, relevos, mudanzas.
Dice Manuel Alcántara, el destacado politólogo español latinoamericanista, que si se desea saber el lugar donde se encuentra un partido a vuelta de las décadas basta volver la vista hacia los resortes que le dieron origen, sus definiciones programáticas, su proyecto de futuro.
Esos resortes tienen que ver con sus motivaciones políticas e ideológicas, e incluso económicas, que provocaron que sus fundadores se organizaran y dieran forma a la idea de un partido. No fue casual que el PAN haya nacido en 1939 pues en aquel año prácticamente el gobierno cardenista entraba a su última etapa y estaban instaladas las estructuras de un sistema corporativo para los siguientes 60-70 años cómo sucedió puntualmente en el largo periodo priista.
La vocación anti estatista del PAN logró afiliar a cientos quizá, miles de mexicanos, en todo el territorio nacional y esa vocación fue sellada con la ideología de la democracia cristiana.
Es decir, los primeros panistas reivindicaban en los hechos valores vinculados a la persona humana, la subsidiariedad, el bien común, el estado de derecho, y la libertad ante el poderoso sistema omnicomprensivo que había creado el general Cárdenas y que vino a consolidar Miguel Alemán cuando este transformó el PRM en el PRI.
Una formación política que nace como partido de Estado y por ende con ánimo omnicomprensivo, aunque por razones de legitimidad democrática necesita de otras formaciones políticas para el juego electoral.
Sin embargo, el PAN, entre otros partidos a los que se les denominó “paraestatales”, sería el partido con una clara identidad opositora el resto cumplían el papel de comparsa electoral.
Sin embargo, la ley electoral de 1946 prácticamente eliminó al PAN para los siguientes 23 años. Será hasta reforma política de 1979 que buscaba restablecer la legitimidad perdida producto de la crisis económica, la represión estudiantil de 1968 y 1971, la guerra secreta contra el movimiento guerrillero y la demanda de un gran movimiento social a favor de la democratización de la vida pública.
En esa etapa, todavía el anclaje del PAN era muy ideológico, doctrinario, programático, no tenía experiencia en el ejercicio de gobierno y festinaban su triunfo electoral en Quiroga, Michoacán.
El realineamiento electoral que se vive en los ochenta les favorece, pero especialmente al neopanismo que habían llegado al partido con una visión más pragmática y dispuesto a llegar al poder.
Más, en clave, de ejercicio del poder, lo que le permitió muy pronto acceder a muchas alcaldías y empezó a disputar algunos gobiernos de los estados. Que finalmente terminó este ciclo con la llegada de Vicente Fox a Los Pinos y el refrendo de Felipe Calderón en circunstancias muy controversiales sino es que fraudulentas.
Justamente, lo diría Calderón, que el desafío del PAN era “ganar la Presidencia de la República, pero sin perder el partido”, cosa que en términos concretos significó la pérdida de la Presidencia en 2012 y el partido quedó destrozado. Y ahora ha venido perdiendo uno a uno gobiernos estatales y municipales.
Muchos panistas se preguntan donde estuvo la falla, la explicación última de su debacle electoral, al punto que aquel partido que durante décadas fue la representación más pura de la oposición de derecha, hoy deviene en lo que muchos sintetizan en la figura del PRIAN, es decir, que ambos partidos llegaron a ser prácticamente hermanos siameses y de la misma forma los persiga el mayor descrédito. Que adquiere niveles inversamente proporcionales a la figura carismática y esperanzadora de López Obrador.
Así, el PAN no la tiene fácil, necesita recuperar la legitimidad perdida, pero eso se presenta no sólo difícil por el factor AMLO, sino por la propia circunstancia interna. Hay una nueva generación de panistas que no saben de doctrina ya que se formaron en el ejercicio de gobierno y en toda esa concepción patrimonialista que dimana desde sus propios gobiernos.
No hay que ir muy lejos, sus dirigentes nacionales tienen honorarios al menos dos veces de lo que gana el Presidente de la República o sea les gusta el dinero público. No les dice nada la austeridad que hoy está en boga en el país. Está la concepción de que la política es para servirse no para servir a la gente.
Entonces, además del descrédito público, está la concepción patrimonialista, que no permite augurar que realmente haya interés en un debate de fondo sobre el futuro del partido.
Su líder nacional de vez en cuando lanza tiros de salva más que para abrir hoyos, contrastar, para decir ¡Ey, aquí estamos!, no nos olviden.
Voces críticas e inteligentes como la de Juan José Rodríguez Prats o la de Carlos Castillo, el hijo de Castillo Peraza, no parecen tener eco en las decisiones centrales. Y es que sus dirigentes formales están hechos insisto como partido en el gobierno, no cómo partido de oposición. Y eso es grave, México necesita una oposición constructiva, ante los riesgos que representa la notoria unipolaridad del poder.
Por eso, cuándo militantes cultivados en la doctrina del bien común llaman volver creativamente a los orígenes no les falta razón. El desvarío pragmático de esta nueva generación de neopanistas sólo puede tener anclaje en la idea y la voluntad fuerza que emergió en sus batallas contra el cardenismo y los sucesivos “gobiernos de la revolución”, si eso no ocurre, el PAN no tiene ningún futuro, seguirá medrando con las migajas cada vez menores del poder.
Nada frente a lo que aspiraban los fundadores del PAN. Afortunadamente algunos panistas han empezado el ejercicio autocritico -está semana circuló un artículo de Julio Faesler publicado en Excelsior y dos más del tabasqueño Rodríguez Prats- que necesariamente debe pasar por la renuncia de su actual dirigencia nacional para que haya una nueva que permita participar con cierto decoro en los comicios concurrente de 2021.
En definitiva, el PAN al cumplir 80 años, se encuentra en la mayor encrucijada de su existencia y hay más indicios de que el statu quo permanecerá más que un cambio profundo como el que necesita un país democrático en la diversidad política.
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