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Alejandro Páez Varela

13/05/2019 - 12:08 am

Mezquindad

Me consta que Luis Alonso, sin carro y con las mismas camisas raídas con las que lo conocí hace 15 años –y así pagó la escuela de dos hijas y un hijo–, va de negocio en negocio, de amigo en amigo, a pedir apoyos para la feria. Nadie le niega nada a ese hombre. Intercambia anuncios de su revista, MazTurismo, por una comida para los escritores, por cuartos de hotel. Se endeuda y paga a plazos. Así saca adelante FELIART. Es algo personal, eso de llevarle libros a la gente humilde; de llevarle a los autores en carne viva.

De regreso a la palapa. Foto: Luis Alonso Enamorado

Luis Alonso Enamorado es, como escribe Juan Villoro, un “personaje de ficción que por azar vive en la realidad”. Durante los años en los que lo he conocido he aprendido infinidad de cosas. La lección más importante para mí es que la honestidad hace individuos más felices que el poder.

Qué historia: El Salvador estaba en guerra cuando murió su madre, Concepción; Luis Alonso tuvo que irse a vivir a casa de Elvira, su abuela. Muy pronto, cuando apretó el hambre y las opciones se reducían a entrar a la guerrilla, tomó camino al norte, a México. Cruzó el Usumacinta a pie. Caminó por selvas, cerros, montañas y desiertos. Bebió agua de los charcos. Se calentó un trago de café en un bote de plástico. (“¿Sabías, hermano? ¿Sabías que se puede calentar agua en un bote de plástico cortado por la mitad?”, me dijo hace años en Puerto Viejo, la Meca de escritores, artistas, hippies y periodistas en Mazatlán). Sobrevivió comiendo las semillas que traía en el pantalón. (“Sabían a pan”, me contó). Eran semillas de guanacaste o huanacaxtle, como se conocen en México. Vienen de un árbol gigante y generoso como el corazón mismo de Enamorado.

Así llegó a Tijuana cuando era menor de edad. Allí, un hombre bueno le brindó protección; se llamaba Manuel Zepeda Rodríguez y murió en 1977. Enamorado lo ha llamado siempre “papá”. Y papá le pagó estudios de contador, y papá lo hizo administrador de la gasolinera Jai Alai. Alguna vez papá le puso en las manos 15 mil dólares para depositarlos en el banco. 15 mil dólares de entonces. Luis Alonso regresó con un recibo en la mano y la reputación intacta.

Tiempo después, cuando papá ya no quiso más ese negocio, Luis Alonso lo convenció de que no lo vendiera; le pidió que hiciera un colectivo de los trabajadores y le entregara la empresa. Papá lo hizo. Luis Alonso no quiso quedarse con una sola acción del nuevo colectivo: “Para los trabajadores”, le insistió ese hombre que vivía (y vive hoy) casi en la miseria y suele declamar a José Alfredo cuando se para frente al mar: “Aquí hasta un pobre se siente millonario...”.

La vida, que muchas veces es buena, lo llevó al paraíso, a Mazatlán. Llegó allí un año después de la muerte de papá, en 1978. Entró a trabajar a El Sol del Pacífico. Luego luego armó un sindicato para luchar por derechos laborales. Le ofrecieron dinero. Lo rechazó. Ganó la causa para los empleados y se siguió de largo porque así es Enamorado: si es dinero, se va de largo. Lo saben quienes han convivido con él durante todos estos años. Villoro tiene su historia (leer el cuento “Un podio en el Pacífico”). Rafael Pérez Gay, Paco Ignacio Taibo, Elena Poniatowska: decenas, quizás cientos de escritores, artistas y periodistas son testigos de su generosidad.

(Yo me río de lo flaco que es, a sus 62 años: le digo que si come moscos cuando sale a correr por las mañanas; que si vive de caldos de frijol. Más adentro, en el viaje a mi corazón, entiendo que vive del secreto que su abuela le puso en una bolsa del pantalón: son las semillas de guanacaste). (“Abuelita, ¡hueles a miel!”, le decía Luis Alonso. Era un chiquillo y se le acurrucaba en las enaguas. La abuela de miel y semillas de guanacaste murió en su ausencia: el niño migrante andaba lejos; no pudo decirle adiós).

***

La historia de la Feria del Libro y las Artes de Mazatlán está ampliamente contada. Juan Villoro narró, en el periódico Reforma del viernes pasado, que “en 1997 un grupo orgullosamente bohemio decidió organizar una feria del libro sin más recursos que el entusiasmo y las siglas de la iniciativa: FELIART. El inventor del proyecto fue el novelista José Luis Franco, convencido de que la promoción cultural pertenece a la caballería andante”. Más adelante, Juan cuenta: “Nada de esto hubiera sido posible sin la infatigable labor de Luis Alonso Enamorado”.

Me consta que Luis Alonso, sin carro y con las mismas camisas raídas con las que lo conocí hace 15 años –y así pagó la escuela de dos hijas y un hijo–, va de negocio en negocio, de amigo en amigo, a pedir apoyos para la feria. Nadie le niega nada a ese hombre. Intercambia anuncios de su revista, MazTurismo, por una comida para los escritores, por cuartos de hotel. Se endeuda y paga a plazos. Así saca adelante FELIART. Es algo personal, lo de llevarle libros a la gente humilde; de llevarle a los autores en carne viva. Con libros regalados ha hecho su biblioteca personal.

También en el viaje a mi corazón entiendo que Enamorado lo hace por Pepe Franco. Pero Pepe Franco apenas se entera: es un Quijote –retomo a Villoro– que vive en un sueño largo a causa de un accidente. Apenas se enterará lo que hace Enamorado por él. Pero eso no importa.

***

El verano pasado, feliz, Luis Alonso me pidió que lo acompañara a ver al Alcalde electo de Mazatlán. “¡Ganó la izquierda!”, celebraba; Luis Alonso se jacta de ser un hombre de izquierda. Quería que Luis Guillermo Benítez –así se llama– viera que tenía ya todos los apoyos de patrocinadores y escritores para la feria del libro que había sido suspendida unos años con la llegada del PAN al poder. Lo acompañé, faltaba más: estaba de vacaciones en Mazatlán. Y sí, el Alcalde electo le prometió todo el apoyo. Y los meses pasaron.

Después, de acuerdo a lo que leí en la prensa, empezó a esquivar el compromiso. No hago este cuento largo porque existe Google (y el personaje me da flojera): simplemente, días antes de la Feria y siendo Alcalde de Mazatlán, canceló la feria del libro. Luis Alonso nos habló a los invitados y patrocinadores para disculparse. Jamás culpó al Alcalde; se echaba la culpa él, por “no haber amarrado bien” los apoyos y el permiso.

Luego leí que Benítez, a quien llaman “El Químico”, dijo a la prensa local que hubo “poca transparencia” de los organizadores, es decir, de Enamorado y su gente, que no cobran un peso doblado en dos por realizar la FELIART. Me quedé con el ojo cuadrado. Señaló que “habían pedido millones de pesos” y se los querían gastar en ellos. Una verdadera estupidez que es, simplemente, imposible de creer. Se puede acusar a Luis Alonso y a sus voluntarios de lo que sea, menos de eso. No me extiendo en argumentar a favor de él.

Después leí esto: justo cuando cancelaba la FELIART, con menos de seis meses en el cargo, el Alcalde se enfrenta a un gran escándalo interno. Miembros de su propio partido, Morena, lo señalan de corrupción. ¡Unos meses en el cargo y es señalado de corrupto! Pues sí. Datos duros: Elsa Bojórquez, de Morena, quien trabajó para llevar a Benítez a la Alcaldía (hoy es Síndica Procuradora) turnó hace unas semanas al Órgano de Control Interno del Ayuntamiento una lista con 33 nombres que están emparentados con el Alcalde. Y –cito a Río Doce– pidió explicación por el despido de 240 trabajadores y la contratación de 490 con salarios abultados. “Mi opinión es que ganó Morena, pero no gobierna”, dijo en una entrevista con la revista sinaloense, casa del periodista Javier Valdez.

Mi decepción con “El Químico” fue mayor. Se atrevió a acusar a Luis Alonso Enamorado y a su equipo por recursos que ¡nunca se liberaron!  y tender una cortina por las acusaciones en su contra. Un acto ruin. Un ataque injusto desde el poder para salvar el pellejo.

Luego pensé: uno no es el que se ve en las fotos. Tampoco es el que aparece en un espejo o el que se refleja en el charco enturbiado de los aduladores. Somos, antes que nada, las consecuencias de nuestros actos. Un individuo que intenta aplastar a otro que es humilde puede describirse en una palabra: mezquino. Tengo más adjetivos en mente, pero me quedo con ese.

***

Durante un tiempo, en años difíciles, Luis Alonso vivió en una palapa arriba de dos palmeras en un terreno cerca del mar, a las afueras de Mazatlán. Allí leyó, me dijo, todo Gabriel García Márquez. Su amigo Alfredo le prestaba esa palapa. Otra cosa, Alfredo. Sólo él puede competir con Luis Alonso en generosidad.

Ahora Luis Alonso ha vuelto a la palapa. Lo sé, porque me mandó una foto desde allí. He hablado poco con él después del episodio de mezquindad. Yo le digo que se quede allí tres años, lo que dura el tipo este en irse de la Alcaldía, si no lo derrumban antes las acusaciones de corrupción. Yo se que a Luis Alonso no le faltará de comer. Presiento que le sobran semillas de guanacaste en el bolsillo.

(También pienso que si se va a refugiar de la mezquindad tendrá que pasar el resto de sus días allí. Esa es la realidad. El mundo está lleno de gente mezquina, de individuos pobres por dentro. Pero eso no se lo digamos. Las semillas que trae en la bolsa son, en realidad, ampolletas de esperanza).

Qué contrastes permite esta historia: El hombre que “ganó” la Alcaldía de Mazatlán y canceló la feria del libro (en realidad se colgó del tsunami López Obrador) se dice de izquierda y es un empresario acaudalado; presume su cercanía con el Presidente y a la vez, según su propio partido, traiciona sus tres postulados: no mentir, no robar, no traicionar. Y Luis Alonso... es Luis Alonso. Y ya. Poco puedo agregar.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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