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Adrián López Ortiz

10/02/2019 - 12:04 am

La “mañanera” y los datos duros

Todos los días, el Presidente López Obrador pone la agenda. La “mañanera” –como le dicen los periodistas– es el desayuno informativo del día. Durante más o menos dos horas, el presidente sube a la arena y exhibe su capacidad para comunicar: tira temas, explica, revira, descalifica, pide fingidas disculpas, divaga (¿gasolineras o gasolinerías?), responde y […]

"AMLO ha generado una enorme expectativa y no podemos regatear la esperanza que mantiene la población sobre las posibilidades finales de su liderazgo". Foto: Cuartoscuro

Todos los días, el Presidente López Obrador pone la agenda. La “mañanera” –como le dicen los periodistas– es el desayuno informativo del día. Durante más o menos dos horas, el presidente sube a la arena y exhibe su capacidad para comunicar: tira temas, explica, revira, descalifica, pide fingidas disculpas, divaga (¿gasolineras o gasolinerías?), responde y –también– evade preguntas.

Es un Presidente en el ejercicio legítimo y necesario del diálogo público. Podrían ser mejores ejercicios de transparencia, como señala Daniel Moreno, no lo dudo; pero se agradecen después de una presidencia sorda y muda como la de Peña Nieto.

Ese Presidente al que se descalificó por “viejito” y anticuado pone el ritmo y hace madrugar a medios y reporteros. Sus transmisiones en redes sociales son una sensación de impacto. Para cuando nosotros vamos, el ya viene, dice bien Jorge Zepeda. Hasta sus colaboradores le reconocen el paso acelerado.

Pero en política la velocidad no garantiza efectividad. Fijar la agenda no cambia la realidad. Ayuda, pero no alcanza. Y la promesa del AMLO candidato fue cambiar la realidad. En los hechos, no en los encabezados.

Recordemos. La plataforma electoral de López Obrador se basó en tres grandes promesas: pacificar a México, erradicar la corrupción y reducir la pobreza. Alcanzar esos objetivos significaría concretar la Cuarta Transformación de México. Esa es la altísima aspiración de su presidencia.

Pues bien, los tres grandes objetivos tienen ya elementos concretos para el debate en el ejercicio de Gobierno: la guardia nacional, el combate al huachicoleo y los diversos programas sociales.

De la guardia nacional todavía hay tiempo para recapacitar e impedir la militarización de la seguridad pública; dudo que haya la intención. Y sobre el combate al huachicoleo ya hay abasto y pipas carísimas, pero ¿peces gordos detenidos? ninguno.

Por eso hoy me referiré al tercer tema: la política social.

Según su propio discurso, el objetivo general de la política social de AMLO es poner primero a los pobres. Ayudarles a que dejen de serlo. Movilidad social, pues.

El problema es enorme toda vez que en México la movilidad social es bajísima. De acuerdo con un estudio del CEEY en 2015, “En términos de la dimensión de riqueza, 8 por ciento de las personas que partieron del quintil más bajo alcanzó el quintil más alto de la distribución” a lo largo de su vida. Además, “… las personas no invierten esfuerzos adicionales en formación de capacidades al percibir que éstos no generan ganancias de largo plazo (…)”.

En tres muy recomendables entregas en su blog de Animal Político, el Dr. Guillermo Cejudo del CIDE analiza las características y aspiraciones de la política social de AMLO. Destaca, y yo comparto, el cambio de enfoques y prioridades, el carácter multisectorial y universal de los programas, así como la aspiración de atacar poblaciones objetivo (jóvenes, adultos mayores, personas con discapacidad, etc.).

Pero sobre todo hay que poner atención a la apuesta de hacerlo vía transferencias directas de dinero a los beneficiarios. “Para evitar los intermediarios” ha dicho una y otra vez López Obrador, pero como bien señala el Dr. Cejudo, esa decisión “… amplía los márgenes de libertad de quienes reciben el dinero pero disminuye la posibilidad de incidir en el comportamiento o en las condiciones de vida de las personas”.

Es decir, el diablo está en el dinero y por eso se hace necesario contar con sistemas de información robustos que garanticen la certeza, la transparencia y la efectividad de dichos programas.

Por otro lado, es preocupante el vacío de información que tenemos sobre el diseño de operación y el avance del famoso “Censo del bienestar”, la herramienta informativa con la que se definirá quienes será los beneficiarios finales de dichos programas. Solo sabemos que se “está haciendo”, al tiempo que vemos que las tarjetas ya han empezado a repartirse durante las giras del presidente los fines de semana.

Vale recordar que estamos hablando de muchísimo dinero: 100 mil MDP para pensiones de adultos mayores y 44 mil 300 mdp para Jóvenes Construyendo el futuro. Tan solo en dos de los programas prioritarios. Dinero que podría ser usado de manera opaca y clientelar por las estructuras de Morena si no fiscalizamos su uso desde el inicio.

AMLO ha generado una enorme expectativa y no podemos regatear la esperanza que mantiene la población sobre las posibilidades finales de su liderazgo. Mientras que las calificadoras castigan a PEMEX y las instituciones financieras ajustan a la baja nuestra expectativa de crecimiento con un PIB de 1.8 por ciento para 2019, el índice de confianza del consumidor alcanza niveles históricos con 46 puntos en enero. La gente espera que le vaya bien, los expertos no lo creen tanto.

Tal vez esa disonancia entre la opinión de la gente y la de los expertos tenga que ver con lo que leen, ven y escuchan cada uno. Con la diferencia entre la narrativa que comunica “la mañanera” y el diagnóstico del país que comunican los datos duros y la
evidencia. Números fríos que, a la larga, tiene el mal gusto de tener razón.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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