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Sanjuana Martínez

03/12/2018 - 12:03 am

Los símbolos de AMLO que anuncian el cambio

López Obrador aprovechó su discurso de investidura para insistir en que la venganza no es su fuerte y prefiere seguir siendo partidario del perdón y la indulgencia, para no juzgar a sus antecesores y a los funcionarios corruptos de sus gobiernos: “No habría juzgados ni cárceles suficientes”.

«El momento más conmovedor fue cuando López Obrador se arrodilló durante el ritual de la entrega del Bastón de Mando frente a un indígena hincado que lloraba para entregarle un crucifijo». Foto: Moisés Pablo, Cuartoscuro

Fue un día cargado de simbolismo. Pequeños detalles que anuncian lo que nos espera en los próximos seis años. Fue una forma distinta de llegar a ocupar el poder. Fue una toma de posesión inédita, tranquila, sin sobresaltos, con certezas, con cambio de paradigmas. Un cambio de régimen político, un antes y un después.

Por primera vez en la historia reciente democrática, un Presidente de México llegaba al Palacio Legislativo de San Lázaro en su propio coche, un jeta blanco. Mientras una larga fila de lujosas camionetas blindadas ingresaban al estacionamiento del lugar con gobernadores, secretarios, funcionarios, políticos y el séquito de Enrique Peña Nieto, López Obrador, llegaba sin protocolo ni escoltas y caminaba sonriendo junto a su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, para entrar al recinto.

Lo esperaban pocas pancartas, apenas algunas del grupo parlamentario del Partido Acción Nacional, PAN, protestando por los precios de la gasolina y unos cuantas de un lado de diputados de lo que queda del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Su discurso fue también diferente. Inició agradeciendo a su predecesor no haber intervenido en las pasadas elecciones, tal y como, hicieron otros ex presidentes. Primero le reconoció, pero después fue enfático y duro en la critica de los saldos que deja el sexenio peñista. Se centró en el mal endémico de México: la corrupción y en los males que nos han dejado los gobiernos neoliberales: “El distintivo del neoliberalismo es la corrupción”, remató.

López Obrador aprovechó su discurso de investidura para insistir en que la venganza no es su fuerte y prefiere seguir siendo partidario del perdón y la indulgencia, para no juzgar a sus antecesores y a los funcionarios corruptos de sus gobiernos: “No habría juzgados ni cárceles suficientes”.

Su discurso del perdón sigue dejando a muchos con mal sabor de boca. Pero ya veremos lo que decide el próximo mes de marzo cuando se consulte a la ciudadanía sobre la posibilidad de llevar a juicio a ex presidentes y sus colaboradores acusados de corrupción.

Frente a la defensa de los fueros que perpetúan la impunidad que padecemos, AMLO anunció una iniciativa para la reforma al artículo 108 de la Constitución para eliminar la impunidad y los fueros de altos funcionarios públicos, claro, empezando por él mismo: “El buen juez por la casa empieza… dejo en claro que si mis seres queridos, mi esposa o mis hijos cometen un delito deberán ser juzgados como cualquier otro ciudadano”.

Según López Obrador, el otro distintivo de su Gobierno será la separación del poder económico del poder político, con esto pretende que el Gobierno deje de ser un simple facilitador para el saqueo y el robo al erario como ha sucedido en los últimos sexenios que han enriquecido a unos cuantos y empobrecido a millones.

Cuando los panistas se pusieron de pie mostrando sus pancartas exigiendo bajar el precio de las gasolina, AMLO interrumpió la lectura de su discurso y de manera espontánea y riendo dijo: “Ahora resulta que los que aumentaron el precio ce las gasolinas están pidiendo que bajen”, y se comprometió a que bajarán esos precisos cuando se terminen las seis refinerías que van a construir.

Su discurso estuvo lleno de anuncios, guiños, propuestas e iniciativas que tardaremos un tiempo en analizar tranquilamente cada uno de los cambios y nuevos pasos en la estructura de la llamada Cuarta Transformación. Pero lo principal son las reformas constitucionales, como la anunciada para establecer el “estado de bienestar” y garantizar el derecho de los ciudadanos a la salud, la educación y la seguridad social.

En ese orden de ideas, AMLO le puso los pelos de punta a más de un empresario, sobretodo a aquellos que están de acuerdo con el actual sistema de explotación laboral que mantiene a los trabajadores con la caída del 60 por ciento del poder adquisitivo de sus paupérrimos salarios. En su Gobierno, anunció se incrementará al doble el salario y esté no se volver a fijar por debajo de la inflación como ha sucedido durante los últimos gobiernos.

En ese estado del bienestar se incluyen medidas que seguramente a muchos ricos y millonarios acostumbrados a la filantropía y a las dádivas para reconfortar sus conciencias, no les gustarán, sobre todo las 10 millones de becas a estudiantes de todos los niveles de escolaridad, la construcción de 100 universidades públicas, los contratos para los 2 millones 300 mil jóvenes que ganarán 3 mil 600 pesos mientras se capacitan, el incremento del 100 por ciento a la pensión a los adultos mayores y su carácter universal, la pensión a ese millón de personas con discapacidad o con capacidades diferentes que empezarán a recibir una pensión igual que la de los adultos mayores, las ayudas a los productores del campo con subsidios y precios de garantía, la venta de una canasta básica a precio justo para combatir la desnutrición y el hambre de 28 millones de mexicanos…

Seguramente tampoco gustó a funcionarios y políticos enriquecidos con el saqueo del erario, la forma en la que AMLO les leyó la cartilla, insistiendo en la baja de los sueldos de los altos funcionarios, para que aumenten los sueldos de los de abajo, la cancelación de los 5 mil millones de pesos anuales destinados al servicio médico privado para ellos, la eliminación de las cajas de ahorro especial de los funcionarios, el anuncio de que nadie podrá viajar en aviones o helicópteros privados a expensas del presupuesto público, el anuncio de que él ganara el 40 por ciento de lo que ganaba Peña Nieto, la cancelación de compras de vehículos para funcionarios, la cancelación de oficinas del Gobierno en el extranjero, la desaparición del Estado Mayor Presidencial y el anuncio de que sus 8 mil elementos, pasarán a formar parte de la Guardia Nacional, al igual que los 3 mil 200 agentes de la Secretaría de Gobernación que estaban dedicados al “espionaje”, sí a espiarnos a periodistas, opositores, funcionarios, políticos, luchadores sociales… etcétera.

Tampoco creo que le guste a los miembros de la Policía Federal creada hace 20 años, la opinión del nuevo Presidente que la definió como una agrupación que carece de “disciplina, capacitación y profesionalismo” o a los agentes del Ministerio Público y cuerpos policiales estatales y municipales, la consideración de que muchos de ellos, están movidos por “la corrupción” y no por el verdadero servicio público.

Defendió nuevamente a las Fuerzas Armadas, seguramente para no enemistarse con el ejército y buscar su lealtad, e insistió en la creación de esa Guardia Nacional compuesta por militares y civiles. Defendió a nuestros hermanos migrantes y dejó en claro que durante su Gobierno migrar no será “una obligación”.

En definitiva, AMLO dejaba en claro que está preparado para no fallarle a la gente y contó una anécdota conmovedora: “Ahora que venía para acá, se emparejó un joven en bicicleta y me dijo: Tú no tienes derecho a fallarnos. Y ese es el compromiso que tengo con el pueblo: No tengo derecho a falla”.

Y para sorpresa de algunos, el nuevo Presidente soltó una frase para la posteridad que será recordada para bien o para mal: “Nada material me interesa ni me importa la parafernalia del poder. Siempre he pensado que el poder debe ejercerse con sabiduría y humildad, y que sólo adquiere sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás”.

Dijo que México necesita tres cosas para salir de la crisis y dos ya las tiene: un pueblo trabajador, y suficientes recursos naturales, mientras la tercera, “un buen Gobierno”, pronto lo tendrá.

AMLO promete trabajar 16 horas, actuar sin odios, ni hacerle mal a nadie, respetar las libertades, apostar a la reconciliación y buscar la concordia. Y lo más importante, promete no reelegirse, incluso anunció que en dos años y medio se someterá a la revocación del mandato, para demostrar que el pueblo es quien tendrá las riendas del poder en sus manos: “porque el pueblo pone y el pueblo quita, y es el único soberano al que debo sumisión y obediencia”.

Quizá los símbolos más destacados de esta Cuarta Transformación que ayer inició, se dieron en el evento del Zócalo de la Ciudad de México. Por primera vez, un Presidente mexicano fue “purificado” por los pueblos indígenas. Una ceremonia cargada de emociones, palabras, llanto, miradas, gritos, alegría, folclore y música.

El momento más conmovedor fue cuando López Obrador se arrodilló durante el ritual de la entrega del Bastón de Mando frente a un indígena hincado que lloraba para entregarle un crucifijo.

Luego en su discurso recordó que es partidario de un liberal puro, Ignacio Ramírez El Nigromante: “me hinco donde se hinca el pueblo”.

Durante casi dos horas, leyó la lista de sus 100 compromisos, un compendio de cambios en la agenda social, política y económica del país, constituida básicamente por buenas noticias encaminadas a elevar el nivel de vida de los mexicanos.

A punto de las lágrimas, Lopez Obrador se sinceró frente a su gente, esa gente que ha llenado en muchas ocasiones la plaza que ha sido testigo de su lucha social durante los últimos 18 años: “No habrá divorcio entre pueblo y Gobierno. Yo les necesito, porque como decía Juárez, “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”.

Y conmovido dijo: “No me dejen sólo porque sin ustedes no valgo nada o casi nada; no me pertenezco, soy de ustedes, del pueblo de México. Sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente, pero con ustedes, me van a hacer lo que el viento a Juárez. Yo les pido apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que traicionarles”.

En el arranque de este nuevo Gobierno, ciertamente los cambios ya empezaron a llegar. Cambios que pretenden beneficiar a la mayoría, aunque ahora será la minoría enriquecida en los últimos sexenios, quienes se opongan con fuerza a este nuevo rumbo del país.

Pero será la sociedad en su conjunto quién tenga que cambiar. El cambio de México no se logrará sólo con un cambio de régimen político, se requiere el compromiso de todos. Ojalá y así sea. ¡Vientos!

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Sanjuana Martínez
Es periodista especializada en cobertura de crimen organizado.

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