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Ernesto Hernández Norzagaray

21/09/2018 - 12:03 am

El show debe continuar

La noche del 15 de septiembre la gente despedía al presidente Peña Nieto con un sonoro, uniforme, contundente y desgarrador: ¡Vete ya!

Era la despedida infame de un sexenio. Foto: Cuartoscuro

La noche del 15 de septiembre la gente despedía al presidente Peña Nieto con un sonoro, uniforme, contundente y desgarrador: ¡Vete ya!, era un espectáculo triste, sobrecogedor, lamentable, solo escuchado antes en el adiós a Felipe Calderón y este como aquel tuvieron que apechugar estoicamente, ondear la bandera como si no nada pasara.

Era la despedida infame de un sexenio, de un presidente, de una gestión, de un estilo de gobernar, que, si se le mide por la aceptación en el inicio de su gestión, nada tenía que ver con lo sucedido esa noche en la plancha del zócalo de la ciudad de México, sin duda, el mejor calibrador de los humores públicos de la nación.

Así como Peña Nieto estaba en el balcón presidencial ondeando la bandera a unos cuantos miles de kilómetros, allende la frontera, estaba Saul El Canelo Álvarez en la antesala de su pelea contra el kazajo Gennady GG Golovkin en la saturada T Mobile Arena de Las Vegas que se vestía de luces, ronroneo y música electrónica.
¿Que simetrías tiene Peña Nieto en el ocaso de mandato constitucional y un boxeador tapatío exitoso, en el mejor momento de su carrera profesional?

Aparentemente ambos representan las antípodas, el fracaso y el éxito, sin embargo, hay dos puntos de encuentro en su momento estelar de esa noche: Peña Nieto, al momento de dar el grito, obtuvo el unísono la repulsa de la muchedumbre mientras en Las Vegas, los jueces resolvían una pelea de cuerpo a cuerpo que el triunfador era El Canelo Álvarez por “decisión mayoritaria”. Lo quería decir que hubo al menos un juez que vio ganar a Golovkin, sin embargo, las opiniones al menos estaban divididas sobre quien había sido realmente el triunfador.

Al margen de la justeza de una y otra opinión, de su éxito o fracaso, ambos protagonistas de esa pequeña historia nocturna tienen coincidieron en el rechazo de los connacionales, así leí buena parte de los comentarios en redes sociales a los que tuve acceso esa noche, había la sensación que la pelea se la habían robado al kazajo Golovkin qué el triunfo de El Canelo por tanto era espurio, ilegitimo, robado.

Y lo mismo sucedía con Peña Nieto quien era y es percibido como la representación del engaño expresado en la construcción de su candidatura presidencial basada en una narrativa telenovelesca, muy eficaz para conquistar los votos de un sector de la sociedad mexicana que consume este tipo de productos sin dejar de ser ajenos a valores dominantes y no parecieran distinguir entre lo virtual y la realidad, por el contrario, afirman un mundo binario, de los que tienen éxito en sus vidas y los fracasados.

El otro punto de encuentro es el espectáculo. Peña Nieto se inscribe perfectamente en la máxima de Guy Debord, el filósofo situacionista francés, que a finales de los años sesenta ya alertaba sobre la tendencia a incorporar el espectáculo en todas las dimensiones de nuestras vidas: “Todo lo que una vez fue vivido, nos dice el galo, directamente se ha convertido en una mera representación", es decir, hay “una declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. Es la magia del capitalismo ficción. Que rige tanto la esfera de la política, como el deporte, como la vida.

Peña Nieto fue un producto creado para cachar votos y dar espectacularidad a una política tradicionalmente solemne, grandilocuente, pero al mismo tiempo sosa, aburrida, pero sin duda perseverante en sus manías, y así son los últimos actos de su mandato, es la autodespedida en Palacio Nacional donde hizo un resumen de su informe de gobierno, entre lágrimas de su mujer e hijas, entre aplausos e hipocresía; pero también es el derroche en la noche del grito ¡Viva México!, las imágenes más que enorgullecer a la muchedumbre desbocada están pensadas para portadas de revistas tipo Hola!, lejos han quedado el verbo vehemente de López Portillo con la última predica del nacionalismo revolucionario, ahora todo es imagen, posturas, representación.

Lo mismo sucede en el boxeo. En las grandes catedrales del pugilismo mundial y que mejor en Las Vegas, donde toda fantasía se vuelve realidad, representación de un mundo ubicuo, con sus canales venecianos, la Torre Eiffel o las pirámides de Luxor. Una ciudad hecha para la impostación, el disfrute, el gozo, el recuerdo o el olvido, ahí esta la máxima del desenfreno, el exceso, la fiesta: Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

En eso que se ha convertido el nuevo boxeo, ya no interesa tanto quien gana o quien pierde, sino que haya espectáculo, que cumpla con la expectativa recreativa, pero sobre todo con el negocio, el negocio del espectáculo no es casual entonces el acompañamiento esa noche de grandes figuras del deporte y el cine. Ahí estaban en primera fila Will Smith, Triple H, Prince Royce, Lebrón James, Mike Tyson, Verónica Castro y Luis Miguel, entre muchos otros, que le daban un toque distintivo y mayor espectacularidad a esa representación.

Cierto, la pelea tuvo la garra requerida como cumplimiento de la expectativa colectiva, la sombra del empate de diciembre de 2017, el dopaje de El Canelo que le sancionó la Comisión de Boxeo de Las Vegas que postergó la pelea hasta septiembre, las bravatas de Golovkin y las casas de apuestas, daban como amplio favorito al kazajo, y todo ello generó la atmosfera, la expectación de la “pelea del año” y lo era por los cientos de millones dólares en juego.

Entonces, en la puesta en escena de Palacio Nacional y el ring de T Mobile Arena, hay un punto de encuentro que es la representación, pero está igual es efímera, para paulatinamente ir desapareciendo, renovándose en otras representaciones, sean políticas o boxísticas, lo que se trata es de convocar a la masa sea a través de la televisión, las redes sociales, o la presencia física, donde el enojo y la mentada de madre, son como los cacahuates agrisalados que se pasan con un sorbo de cerveza. Así de banal, e irrelevantes, son los tiempos que nos toca vivir en esto que Vicente Verdú, el recién desaparecido sociólogo catalán, llamaba capitalismo ficción.

Ya veremos en 2019, cual es el sello del espectáculo que se manifiesta en Palacio Nacional y en Las Vegas, quienes son los protagonistas de las nuevas peleas que animan a la apuesta, a la confirmación de que el show, sin duda, debe continuar.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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