Ernesto Hernández Norzagaray
14/09/2018 - 12:00 am
Puccini tras las rejas tropicales
La convocatoria era a las 10 de la mañana en el penal de Mazatlán y luego de cruzar los filtros de gruesas barras de hierro, cámaras y rostros adustos que menguaban con los primeros acordes de violines, trompetas, timbales, voces agudas y graves.
La convocatoria era a las 10 de la mañana en el penal de Mazatlán y luego de cruzar los filtros de gruesas barras de hierro, cámaras y rostros adustos que menguaban con los primeros acordes de violines, trompetas, timbales, voces agudas y graves.
Cuando salí del ultimo de las barreras se desplegó un pasillo largo en medio de una fuerte malla y al fondo una explanada seca con el primer grupo de internos la mayoría jóvenes de pelo corto con camisetas blancas.
Todos ellos se dirigían a las visitas con amabilidad y estaban expectantes sobre lo que habría de suceder con ese numeroso grupo de músicos y cantantes.
Enrique Patrón de Rueda había llegado temprano, y estaba montado sobre un escenario improvisado, en un quiosco olvidado que había sido castigado por el olvido y la humedad marina que le dejaban huellas de oxido y tatuajes de grafiti.
Las autoridades del penal buscaban crear las condiciones para que el concierto se llevará a cabo sin ningún contratiempo, acompañaban a los que habían llegado con un algún retraso, la mañana veraniega dejaba sentir sus estragos levantando el mercurio del termómetro -Siempre me habían dicho que las calamidades en prisión eran peores.
No obstante, la expectativa se mezclaba con un cierto aire de alegría, era domingo y, por lo tanto, día de visita cuando todos esos hombres se arreglan para recibir a sus seres queridos.
Su contacto con el exterior es a lo sumo a través de sus visitas y los custodios. Quizá la televisión o una radio. Los menos un celular guardado celosamente en algún rincón del penal. Y si a eso le agregamos, un promedio educativo, más bien bajo, el aislamiento es mayor.
Quizá, por eso, la noticia de que Enrique Patrón de Rueda dirigiría la sinfónica para los internos del Cereso-Mazatlán seguramente poco o nada le decía a esa población mayoritariamente joven. Tengo cuatro años en este penal y nunca había ocurrido algo de este tipo -me dijo un veinteañero saludable que forma parte de un grupo en rehabilitación por consumo de drogas.
Había expectativa sobre lo que escucharían y mientras oteaban desde lo lejos, con cierto aire de duda. Patrón de Rueda los llamó para que se acercaran y es que sabía que si no lograba acercarlos aquello podría ser un fracaso por no haber hecho clic con esa singular audiencia que es muy probable nunca habían escuchado uno de ellos.
Se fueron acercando y otros permanecieron imperturbables a una distancia prudente. Pero desde los ensayos de cada uno de los instrumentos y sus voces calentaban el ambiente. El termómetro igual empezó a dispararse rápidamente. Había una sensación térmica de no menos 35 grados. No obstante, los músicos y cantantes se les veía imperturbables, todos vestidos casual con una camiseta negra con los sellos del instituto de cultura.
El programa bajo la máxima Canto a la Vida había sido diseñado especialmente para quienes están cautiverio, una mezcla de música mexicana con la de algunos de los clásicos de la ópera, estaban para interpretarlos tenores y sopranos egresados de la Escuela de Artes del Instituto de Cultura, y qué han destacado en el mundo del canto, entre otros los casos de Rebeca de Rueda, Penélope Luna, Alejandro Yepes e Iván Valdez, que despojados de la solemnidad propia de este tipo de conciertos cantaron relajados para una audiencia muy distinta a la que suele asistir a los teatros donde ellos cantan con elegantes vestuarios y escenografías fastuosas.
O ‘mío Babbino Caro (Oh, mi querido papá) el aria de la ópera Gianni Schicchi que inmortalizaría la legendaria María Callas y que en esta ocasión estremeció a todos con el dúo de voces formado por Rebeca de Rueda y Penélope Luna, quienes la interpretaron en italiano:
Oh mi papá querido
Me gusta, es bello, bello
¡Voy a ir a Porta Rossa
a comprar el anillo!
¡Sí, sí, allí quiero ir!
¡Y si le amase en vano,
iría sobre el Puente Viejo
más para arrojarme al Arno!
¡Me angustio y me atormento!
¡Oh Dios, querría morir!
¡Papá, piedad, piedad!
¡Papá, piedad, piedad!
Le siguieron otras piezas mexicana para cerrar un fragmento Nessum Dorma, de la ópera Turandot, también de Puccini que alguna vez grabaron los tres grandes tenores Plácido Domingo, José Carrera y Luciano Pavarotti y qué en esta ocasión, lo hacían a capela los jóvenes tenores César Delgado, Héctor Valle, Iván Valdez y Alejandro Yepes.
¡Nadie duerma! ¡Nadie duerma!
Tampoco tú, oh Princesa,
en tu frío cuarto
miras las estrellas
que tiemblan de amor y de esperanza...
¡Pero mi misterio está encerrado en mí,
mi nombre nadie sabrá!
sólo cuando la luz brille…
Cuando terminó el aplauso fue estruendoso todos estaban literalmente “prendidos”, la música cumplía con su papel liberador, transportador a mundos más altos, más reconfortantes incluso algún interno confiaría al periodista Héctor Guardado, que cuándo saliera de su reclusión se inscribiría en la Escuela de Música, quizá como lo han hecho muchos jóvenes llegados quizá de los mismos barrios de donde proceden estos muchachos de camiseta blanca pero que tuvieron la oportunidad de encontrarse con la música y es parafraseando a un amigo brasileño: ¡La música salva vidas!.
Henry Miller, uno de los grandes escritores de la llamada Generación Perdida, alguna vez escribió en una de sus obras que Arthur Rimbaud con su obra breve había salvado la poesía y qué a él, en cambio, lo había salvado la literatura, salvado quizá de caer en una vida sin sentido como la de muchos neoyorkinos del periodo de entreguerras.
Cuando miré el escenario con todos esos jóvenes sosteniendo sus instrumentos y elevando sus voces, volví la vista sobre los otros que estaban bajo una sombra, no pude dejar la tentación de invertir los roles, y es que en las prisiones hay tanta gente talentosa que lamentablemente sus energías fueron destinadas a conductas antisociales, y con ello ellos perdieron y con ellos la sociedad.
Se lo escuché decir de otra forma a Enrique Patrón al final del concierto, estamos aquí “porque queremos contribuir a una mejor sociedad”, con uno o dos que esa mañana se les haya despertado el amor por la música, la sociedad ya ganó.
Claro, falta la política pública, que abra las rejas de la imaginación y despierte las capacidades.
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