Ernesto Hernández Norzagaray
07/09/2018 - 12:00 am
Noroña, política de pactos y constitución
Es un viejo debate transicional. Las transiciones históricamente están selladas por una serie de pactos y acuerdos entre los que se van y los que llegan para garantizar un mínimo de tersura sucesoria. Se podrá decir, no sin razón, que en una sociedad democrática no debe haber otro pacto que no sea el constitucional y las leyes que de ella emanen.
Es un viejo debate transicional. Las transiciones históricamente están selladas por una serie de pactos y acuerdos entre los que se van y los que llegan para garantizar un mínimo de tersura sucesoria. Se podrá decir, no sin razón, que en una sociedad democrática no debe haber otro pacto que no sea el constitucional y las leyes que de ella emanen.
Sin embargo, en la realidad casi nunca sucede así, los que se van exigen garantías y concesiones en aras de lograr una cierta armonía con los factores reales de poder. Con ello se caen los discursos fogosos de las campañas electorales y se impone lo que genéricamente se conoce como realpolitik, es decir, la política de pactos, acuerdos, intereses.
Y en este momento mexicano no podría ser la excepción. La ceremonia fastuosa que se llevó a cabo en Palacio Nacional para presentar el sexto informe de gobierno, bajo el eufemismo de Mensaje a la Nación, nos remite inevitablemente a lo que pensábamos que ya había desaparecido gracias a la transición democrática: El Día del Presidente.
Pero, si bien cambio de escenario, por resultar incómodo presentarlo ante una mayoría opositora aplastante sustantivamente escaló porque ahora el presidente puede seleccionar a sus invitados y hacer todos los autoelogios que sean necesarios para despedirse en medio de un largo aplauso condescendiente.
El artículo 69 constitucional expresamente señala que “en la apertura de Sesiones Ordinarias del Primer Periodo de cada año de ejercicio del Congreso, el Presidente de la República presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país (…) Cada una de las Cámaras realizará el análisis del informe y podrá solicitar al Presidente de la República ampliar la información mediante pregunta por escrito y citar a los Secretarios de Estado y a los directores de las entidades paraestatales, quienes comparecerán y rendirán informes bajo protesta de decir verdad.”
Hasta aquí es la Constitución, no se contempla ninguna ceremonia para rendir de viva voz, el informe del estado que guarda la administración pública federal. Mucho menos que sea en la sede del propio Poder Ejecutivo, como ocurrió en Palacio Nacional, dónde con la presencia innecesaria de los morenistas Porfirio Muñoz Ledo y Martí Batres Guadarrama, presidentes de la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, respectivamente, legitimaron mediáticamente este acto fastuoso de despedida del presidente Peña Nieto.
No se olvide que producto del proceso de desmantelamiento de lo que se llamó coloquialmente “El Día del Presidente” desde hace unos años el Secretario de Gobernación entrega el informe al Poder legislativo. Obviamente dos abogados como son Muñoz Ledo y Batres Guadarrama saben perfectamente del carácter de esta ceremonia y su presencia es un aval que tiene una carga simbólica y probablemente se explica por la política de pactos y acuerdos que en está ocasión es un nuevo espectáculo frívolo de los que nos acostumbró Peña Nieto desde que se montó la telenovela que lo llevaría a la Presidencia de la República. Una ceremonia fatua e irrelevante para alimentar el ego de la familia presidencial y en ese trance se mezclan frivolidad y política.
La cúpula del morenismo, aunque diga todo lo contrario pactó una serie de acuerdos que con el transcurso del tiempo iremos conociendo. Eso explica que después de la tempestad electoral haya venido la necesaria calma sucesoria. Los ajustes a la agenda de campaña para transformarlo en políticas de gobierno. Acaso, ¿no nos dice nada la marcha atrás en aquella consigna de campaña de que los militares volverían a los cuarteles o qué los altos salarios de los magistrados de la Corte no se tocarían? Claro, esa es la política real, la que ya hemos visto con otros ropajes.
Los pactos y acuerdos transicionales son naturales a la política quizá lo novedoso en el caso de México es aceptar lo sucedido en Palacio Nacional, donde en medio del autoelogio, la nula autocritica y, mucho menos la crítica natural del Poder legislativo más el toque, el sentimental, novelesco de las lágrimas de La Gaviota y sus hijas, dejaba un balance ajeno a la verdad que se apoderó de la nación y el pasado 1 de julio el pueblo de México decidió dar casi todo el poder a López Obrador y a su partido.
Se que se dirá que para eso está la glosa al informe a la que deberán asistir los secretarios del ramo y serán ellos los que abundaran en los detalles del informe, pero eso poco le sirve al debate público, se ha vuelto una rutina absolutamente irrelevante y cosa distinta sería que fuera el presidente en turno quien rindiera cuentas ante el legislativo.
Gerardo Fernández Noroña con la animosidad y el protagonismo que lo caracteriza, a quien de otra manera nadie le haría caso y reducirían a su mínima expresión a quien tiene casi 800 mil seguidores en redes sociales, lo señala cuándo recuerda que la mayoría de las fuerzas de la coalición Juntos haremos Historia debería al menos no prestarse para este tipo de “parodias” presidenciales, diría yo, para estos actos frívolos.
Y eso explica que Fernández Noroña no pueda desprenderse de la lectura puntual de la Constitución porque ahí radica la comunicación con sus simpatizantes y eso lo lleva a la confrontación con sus compañeros de viaje que están haciendo política de poder y en ese ejercicio Muñoz Ledo es un genio.
En la visión de Noroña no hay espacio para los pactos o mejor dicho si estos se dan deben ser en el marco constitucional y en la sede de los poderes republicanos. Pero, la política real, no siempre pasa por la esfera de lo público, con mucha frecuencia sucede off the record, cómo sucedió con el Pacto con México que fue presentado luego de una serie de reuniones entre quienes fueron comisionados para tal función reformista.
La pregunta que habría que plantearse como reflexión final es si en las sucesiones PRI-PAN, PAN-PRI, se estructuró una política de pactos para garantizar una transición tersa: ¿Qué ingredientes tiene la sucesión PRI-MORENA?
Algunos de líderes de opinión coinciden con aquel decálogo que el profesor de ciencia política Samuel H. Huntington expuso en su libro La Tercera Ola: La democratización a finales del siglo XX, dónde en forma destacada recomienda un ajuste con el pasado, el borrón y cuenta nueva, mirar simplemente al futuro que exige todas las energías.
El problema quizá habría que plantearlo en dos planos: Uno, el principal que permita conciliar intereses que le den viabilidad al gobierno lopezobradorista y no estar en el corto plazo metidos en un problema de conducción institucional y, el otro, es cómo hacer compatible los pactos con las expectativas de cambio que se han sembrado desde la campaña presidencial de 2006.
En ese vértice es donde se encuentra esa corriente que encarna Fernández Noroña qué desea ir más allá de lo que ofrece López Obrador y es claro que su propósito no era el de asistir en calidad de observador a esa ceremonia de autoelogios y banal sino simple y llanamente reventarla con gritos y sombrerazos.
En definitiva, el problema no es que haya pactos, y mucho menos el jaloneo que le dieron a un diputado, sino lo que venga debe ser tan esperanzador como el discurso cuestionador que escuchamos durante años. Así de sencillo.
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