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Ernesto Hernández Norzagaray

06/07/2018 - 12:00 am

Las elecciones que viví

Cada uno de los mexicanos vivimos de distinta manera la experiencia electoral del domingo pasado. Unos desde la ausencia, otros desde la indiferencia y la mía la viví desde antes que se instalara el Consejo General del INE para poner en marcha el proceso electoral.

Estamos pues ante un momento anticlimático que no habíamos tenido en décadas. Foto: Cuartoscuro.

Cada uno de los mexicanos vivimos de distinta manera la experiencia electoral del domingo pasado. Unos desde la ausencia, otros desde la indiferencia y la mía la viví desde antes que se instalara el Consejo General del INE para poner en marcha el proceso electoral.

Tengo el privilegio de escribir sobre política cada semana para tres medios impresos distintos (Sin embargo.mx, Noroeste y Riodoce) lo que exige una observación permanente del comportamiento de los actores políticos, las instituciones electorales y el ciudadano de a pie ese que desgrana entre las opciones que ofrece el sistema de partidos y ahora la iniciativa ciudadana independiente.

No me gustó, por supuesto, la actuación y el protagonismo del actor criminal que, como nunca, estuvo activo contra candidatos, dirigentes y operadores políticos y hasta contra el personaje más humilde como necesario, de la organización electoral: Los capacitadores asistentes, cuando algunos de ellos fueron asesinados queriendo mandar quien sabe que mensaje.

O quizá sí, llegamos a estas elecciones con la confirmación de una sospecha largamente incubada, en vastas regiones del país el actor criminal es amo y señor, es una versión renovada del viejo cacique de horca y cuchillo, que a golpe violencia decide sobre sus áreas de influencia.

Se sabe todopoderoso ante la debilidad o permeabilidad de las instituciones públicas. Ha revertido aquella relación perversa que narra el sociólogo sinaloense Luis Astorga, en uno de sus reveladores libros, por una peor cuando documenta que los narcos en los años ochenta todavía dependían de los políticos a los que rendían cuentas y pleitesía.

Aquella relación subordinada muchas veces humillante, no existe más, en algún momento se revirtió y ahora en algunas regiones la ecuación favorece a los cárteles o, menos, a los personeros de miles de células empoderadas y armadas que trajo la política calderonista de seguridad nacional, denominada, guerra contra el narco.

Estas células medúsicas, como lo ha documentado extensamente la prensa, operaron en estas elecciones intimidando y matando lo mismo en Chilapa, que en Estación Naranjo o Ciudad Victoria, Badiraguato u Ocampo, de sus agresiones no se escaparon ni siquiera los candidatos independientes, como sucedió con el joven Omar Gómez en Aguililla, la región michoacana, denominada como la República Marihuanera por los periodistas premiados en Europa Humberto Padgett y Dalia Martínez.

Por si fuera esto poco, para echar a perder la fiesta cívica, están los operativos de coacción y compra de votos que realizaron partidos y personajes en las zonas pobres del campo y la ciudad, más los carruseles que se echaron andar con el fin de inclinar la balanza a tal o cual coalición o candidato, constituyen todas ellas acciones destinadas a retorcer localmente el sentido de las preferencias electorales.

Poco o nada pudo hacer la autoridad electoral para impedir estas acciones que seguramente contribuirán en la nueva distribución del poder político. Cuántos de los candidatos que están detrás del crimen organizado, como de los caciques que financiaron las campañas de coacción y compra de votos, estarán en unos meses recibiendo la constancia de mayoría para tener en sus manos el destino de estados y municipios e incluso, sus personeros presionando en los cabildos y los congresos locales, y claro también los hay quienes compitieron por las posiciones federales para desde ahí en los próximos años ir a la conquista del poder ejecutivo de sus estados.

O sea, estamos sintiendo ya las palpitaciones de gobiernos con muchos rasgos criminales y eso sorprendentemente sucede mientras se habla oficialmente de una sociedad democrática, es decir, una sociedad capaz de resolver sus problemas civilizadamente. Vamos es una construcción social basada en estos intereses espurios. En estas ambiciones que rebasan con creces las existentes en los partidos políticos. No sabemos luego de estos comicios hasta adonde alcanza, hasta dónde esta presente en estados y municipios, hasta dónde podrán imponer su ley.

Porque una cosa es clara, el país es más que esos grupos armados, violentos y con mucho dinero. Podrán tener bajo control a regiones completas pero sus propias contradicciones pudieran ser el antídoto a su expansión.

Más aun, la nueva distribución del poder, la oferta esperanzadora y los hombres y mujeres con decisión y buena fe, serán decisivos para el futuro del país. Ya vimos el ímpetu, la voluntad de la gente de salir a votar, cumplir como funcionario de casilla o represente de partido, vigilar a través de las organizaciones creadas ex profeso para garantizar mínimos de calidad democrática (Ahí están, por ejemplo, la red #Romper el Miedo o la de Universitarios y Ciudadanos por la Democracia, entre muchas otras que pusieron su granito de arena).

Estamos pues ante un momento anticlimático que no habíamos tenido en décadas y eso haba bien de la sociedad mexicana, es la respuesta al gobierno que tomado decisiones por encima del interés público y ha sido incapaz de avanzar en el tema de la seguridad pública, que en este gobierno rebasó con creces al anterior, dejando como anécdota aquella máxima fallida que se deslizó en la campaña presidencial de 2012: Los priistas sí, saben como hacerlo.

Es decir, hacer la vieja política de pactos con el narco que fue exitosa durante décadas pero que ahora es inoperante, por la simple y llana imposibilidad de que aquellos, los que en algún momento estuvieron al servicio de los políticos priistas, han acumulado poder y lo ejercen con toda voluntad en las esferas de influencia. Incluido, el asesinato de candidatos y dirigentes priistas.

En definitiva, viví las elecciones entre el asombro de saber la fragilidad de los otrora poderosos políticos y la esperanza de millones de mexicanos, que lograron superar el miedo de saberse amenazados y dieron un paso adelante para sufragar por quien o quienes pensaron les garantizaban la esperanza de que el país no se fuera al traste.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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