Ernesto Hernández Norzagaray
03/11/2017 - 12:04 am
El Ezequiel, el Chico Enamorado
“Me pelan la v… todos/ Llegó su compa, Ezequiel, vámonos, Machiwi/Saca el perico compa, artesanal, de Culiacán”.
“Me pelan la v… todos/ Llegó su compa, Ezequiel, vámonos, Machiwi/Saca el perico compa, artesanal, de Culiacán”.
Los sinaloenses hemos tenido que convivir con el narco y una legión de ellos ha asimilado su subcultura, ese sistema de antivalores que caen en campo fértil entre jóvenes que buscan un asidero donde colgar su vida, su expresión más acabada es el buchón quien tiene en el narcotraficante a su alter ego. Su fantasía no realizada pero ansiada con insuperable deseo.
Es la percepción de que el mundo se puede conquistar a golpe de plata o plomo; el respeto a golpe de arrojo y temeridad; la admiración por la capacidad de tener a su alcance el mayor número de mujeres y mejor las más operadas que tienen redimensionados rostro, tetas y nalgas; y claro el desparpajo de comprar el vehículo más caro del mercado automotriz, el más vistoso y poderoso pero, esa subcultura no se agota ahí, la cultura narca ha sido capaz de imponer un estilo de vida, una estética, un lenguaje, una música.
Un platillo agridulce que es toda una provocación para una persona creativa. ¿Cómo transformar esa imagen todopoderosa en objeto de deseo? Los Tigres del Norte lo intentaron y lo lograron con "Camelia, La Texana"; Lenin Márquez lo ha representado ese mundo a través de la plástica expresionista.
Y esas manifestaciones han generado a su vez nuevas expresiones a través del cine, la música, las artes plásticas, la moda, la cirugía estética. Es decir, ha creado una industria que al mismo que recrea ese mundo genera cientos de millones de pesos anualmente y favorece una mayor expansión de los mitos del narco. El narco así convertido en una mercancía como cualquier otra que existe en las llamadas tiendas departamentales.
Ahí está, para el consumo de masas, el hiperrealista reportaje de David Beriain: Viaje a las entrañas del Cártel de Sinaloa o las varias series de Netflix que incursionan en diversas dimensiones de ese mundo cada día más consolidado no solo en estos géneros sino, ahora, en el mundo de la comedia.
La comedia es un género que había estado ausente como representación del narco, lo viene a cubrir Cid Vela, el actor y productor de Culiacán, quien extiende la Galatzia de Tachas y Perico (¿En dónde estoy? creo que mi nave se extravió pero no importa, porque tengo tachas y perico, tachas y mucho perico), con un nuevo personaje del espectáculo bajo el nombre de El Ezequiel, un personaje entre real y ficticio que surge del Culiacán profundo.
El Ezequiel representa el alter ego del narco joven, exitoso, todopoderoso, temerario, audaz, locuaz, buchón, efímero. Juega al narco que fastidiado de hacer dinero en el “negocio” se decide un día incursionar en el mundo del espectáculo. El mundo de cantantes del tipo de Larry Hernández o Lenin Ramírez, o el Komander, que han generado un público seguidor del narcocorrido más allá de las fronteras.
El Ezequiel es una sátira ácida a este segmento de la cultura del narco. Sin perder el estereotipo que se ha vendido a través de canciones y el cine de hombre guapo y bragado al que le “vale verga todo”, es decir, las formalidades, los rituales, los convencionalismos, la política y los partidos, y se presenta llano como un desierto nocturno, chispeante como un rayo en la madrugada de la serranía.
El personaje no tiene más que ganas de alcanzar el estrellato, pero su voz es desafinada, las letras de sus canciones abusan de la frase pegajosamente vacía. Es el sonsonete que remarca insistente las obsesiones de esta legión de seguidores culturales del narco. La Galatzia en 2015 tenía un millón 794 mil seguidores en su canal de YouTube, 2 millones 188 mil seguidores en Facebook y 521 mil seguidores en Twitter y es probable que El Ezequiel le agregue de decenas de miles que al verlo y escucharlo se desentornillan de la risa.
Lo suyo es el video locuaz y cada que se sube uno a las redes sociales se multiplica con extraordinaria rapidez entre un público joven que no tiene tótems de culto y tampoco busca razones sino emociones. Reírse del mundo que le tocó vivir y es bien recibido por que habla netas, en lenguaje sencillo, suyo, el de todos los días.
Y curiosamente esta incapacidad manifiesta de hacer un canto tonal, que arrulle el corazón y estalle los sentidos con historias de amor y desamor, o hacer de la letra un resorte de las emociones, es lo que ha hecho de este personaje locuaz un éxito en las redes sociales y en escenarios donde se recrea ese mundillo procaz al que reduce a su insignificancia.
El Ezequiel recrea el mito del narco a través del humor y el lenguaje soez en medio de una sonrisa espontanea. Su estética es la del exceso y su canto es infame pero sorprendentemente exitoso por su irreverencia a lo socialmente correcto. Camisa holgada de seda Versace y pantalones de “8 millones de pesos, que son baratos, pa mí pues” es su indumentaria, su apariencia, su desafío al otro que probablemente lo desea en su foro interno. Una cadena de argollas de oro que cuelgan cansadas de su cuello y que estaría dispuesto arrojarla al público en su momento de mayor éxtasis musical. Lentes Dolce and Gabbana y botas amarillas de piel de cocodrilo. Una barba bien cuidada que le brinda un aspecto chulo, clandestino y arrojo al estilo de El Barbas de la familia Beltrán Leyva.
Pero, donde alcanza la cumbre del exceso de su representación, es en el lenguaje procaz que exhibe toda la pobreza verbal del buchón y la referencia constante al órgano sexual masculino o la mujer convertida en objeto de escaparate, de tentación y realización de fantasías sexuales. Así la interpretación de Chico Enamorado lo deja más que claro: “Tengo 7 hummers, una arriba de la otra/ Pero me falta su boca, esa que a mí me provoca/Tengo 8 millones, sólo en estos pantalones/Pero nunca en mi cara, haz restregado tus calzones/Tengo un lanzallamas, pero tú ya no me llamas/Tengo una bazooka, pero no eres mi ruca”.
En definitiva, hablar de El Ezequiel es hacerlo de una parodia del mundo de los narcos jóvenes y buchones, del desenfreno de los Chapitos o los excesos de los buenos tiempos de los Ántrax, todos ellos han contribuido al perfil iconoclasta de El Ezequiel, un ser ubicuo, sin apellidos, sin rumbo, pero con esa gracia ácida y profunda de las aspiraciones del buchón de omnipresencia culichi, de Culiacán. Si señor.
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