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Alberto Ruy-Sánchez

29/09/2017 - 2:32 pm

Derrumbar el bando dos

El segundo deber al que nos obliga la experiencia extrema del temblor que acabamos de vivir es el de abandonar las respuestas fáciles para pensar las causas de la dimensión del desastre y, antes de reconstruir los mismo errores, reflexionar cada idea, cada certeza, cada acusación, cada duda. Los errores en tomas de decisión de […]

El bando dos ha sido una de las medidas con efectos más desafortunados en la ciudad y más de una vez se ha demostrado que lo que parecía una política populista de vivienda se convirtió en la panacea de las inmobiliarias. Foto: Cuartoscuro

El segundo deber al que nos obliga la experiencia extrema del temblor que acabamos de vivir es el de abandonar las respuestas fáciles para pensar las causas de la dimensión del desastre y, antes de reconstruir los mismo errores, reflexionar cada idea, cada certeza, cada acusación, cada duda. Los errores en tomas de decisión de gobiernos desde hace décadas, la avaricia de los constructores, la corrupción galopante son sin duda algunas de las muchas causas que nos indignan. Pero anclarse en una sola de ellas no nos explica todo el fenómeno ni basta para estar menos desamparados ante el sismo que viene y que, sin saber cómo ni cuando podemos tener la certeza de que vendrá. Hace falta la articulación de un pensamiento de múltiples factores para pensar una política urbana más sana y más segura. Y, aún dentro de la inmensa masa de ignorancia e indolencia con la que hemos hecho ciudad, no podemos dar la espalda a lo que sí sabemos.

Sabemos, por ejemplo, que hay una zona de la ciudad que es de muy alto riesgo, donde las ondas sísmicas se multiplican y la tierra se comporta como un oleaje. Quienes hayan visto ese video tomado desde una trajinera mal flotante durante el terremoto en las aguas de Xochimilco puede pensar que la agitación es similar en colonias como la Roma, por ejemplo. Sabemos que en estas zonas de maremoto terrestre el chicoteo de los edificios tiene una longitud de onda que afecta destructivamente a los edificios con más de cinco pisos. La aceleración de la onda en terrenos blando se puede acelerar hasta c00 veces más que en otras zonas. Y todo es muy variable. Sabemos que en todos los territorios urbanos que fueron el lago no deberían permitirse construcciones mayores. Y, sin embargo, los frenos que se habían creado para ello después del terremoto del 85, frenos que van desde los reglamentos hasta el miedo, fueron olvidados y derogados. El interesante estudio del 23 de septiembre firmado por los geólogos de la Unam, con Víctor Cruz Atienza al frente, corrobora que en el gran sismo siguiente, que serás mucho más grande que los que hemos vivido, es muy probable que los edificios más dañados sean los de más de cuatro pisos en la zona de alto riesgo.

Fue un proceso largo y complejo pero hubo un punto de quiebre fundametal en el que se entretejió el nudo de la corrupción de la memoria con la corrupción de la inconciencia y la corrupción inmobiliaria. Fue el día en que se promulgó en la ciudad de México una ley que hizo legal el abuso y desató la absoluta irresponsabilidad urbana que ahora vemos y vivimos como desastres de tráfico y falta de servicios en zonas de la ciudad de alta especulación y su complemento sombrío, el desastre urbano que intensificó la fragilidad en las zonas de alto riesgo. Ese terremoto legal que desató los demonios de esta ciudad sucedió en diciembre del año dos mil y se llamó Bando dos, porque fue la segunda ley emitida en su segundo día en el poder por el entonces nuevo Jefe de Gobierno de la ciudad, López Obrador. Esa medida pretendía sobrepoblar las zonas centrales de la ciudad que algunos consideraban despobladas y reconocía la responsabilidad del gobierno para dictar una política urbana. Algo aparentemente sano. Pero se dictó sin hacer estudios serios del efecto nefasto detrás de cada beneficio que tendría cada acción en zonas precisas. En las de alto riesgo, además del peligro sísmico para los edificios altos, se dejó de considerar la relación entre los servicios realmente disponibles y posibles y la nueva cantidad de habitantes. Comenzando por los desagües. Fue no algo así como «donde comen y duermen tres que coman cuatro» sino algo mucho más obscuro e irresponable: «donde cagan mil que caguen ciento cincuenta mil». En el otro desastre en puerta para la ciudad, el de las enormes inundaciones, el Bando dos también habrá aportado su parte. El bando dos ha sido una de las medidas con efectos más desafortunados en la ciudad y más de una vez se ha demostrado que lo que parecía una política populista de vivienda se convirtió en la panacea de las inmobiliarias.

La experiencia de ese megaproyecto afortunadamente abortado, hasta ahora, que con mentiras desde el nombre se llamó Corredor Cultural Chapultepec nos enseñó cómo opera irresponsablemente la mentalidad de emprendedores urbanos, tanto del sector privado como del gobierno, que nunca tienen al bien público como prioridad. Por principio nunca estudian los efectos urbanos globales de sus construcciones. Son completamente indiferentes, entre otras cosas, al efecto de una nueva construcción sobre otras. Con mucha frecuencia la nueva, ambiciosa, pesada y alta, debilita radicalmente las construcciones antiguas que la rodean. Véase por ejemplo el destructivo efecto del edificio de cristales negros de doce pisos en la Glorieta de Insurgentes que ha resquebrajado mortalmente a todas las casas vecinas. Los especuladores y constructores, por una parte le dan vuelta a la ley, no por nada los gobiernos son sus socios, y por otra, la ley, desde que existe el Bando dos, les permite ser irresponsables.

Si este terremoto sirviera para cuestionar de raíz los efectos urbanos globales de mil proyectos obscuros como el edificio de más de cuarenta pisos que ya se realiza en el triste Paradero al final de la Avenida Chapultepec; si sirviera para estudiar y detener el efecto urbano nefasto que ha tenido a sus alrededores el crecimiento de mega torres sobre avenida Reforma; si sirviera para reconocer que tanto Santa Fé como la Nueva Polanco son verdaderas aberraciones y desastres urbanos y se comenzara a pensar cómo remediarlos; si sirviera para que ningún edificio de más de cuatro o cinco pisos se construyera ya en las zonas de altísimo riesgo y se incrementara la seguridad de los que existen; si este terremoto sirviera para discutir sin conflicto de intereses y derribar el más peligroso de los edificios que nos amenazan, el que hace legal la corrupción desatada, la irresponsabilidad sistemática, el Bando dos, podríamos comenzar a creer que la sociedad civil de está ciudad de verdad ha seguido despertando.

Alberto Ruy-Sánchez
Escritor y editor. Hizo estudios de literatura y lenguajes sociales con Roland Barthes y de filosofía política con Jacques Rancière, Michel Foucault y Gilles Deleuze. Ha publicado más de 26 libros de narrativa, ensayo y poesía, entre los cuales las cinco novelas experimentales donde investigó y narró, una larga búsqueda del deseo: Quinteto de Mogador. Codirige con Margarita De Orellana desde 1988 el proyecto editorial independiente Artes de México. En el libro editado por Ricardo Raphael, El México indignado, explica su militancia por la poesía como socialmente urgente e indispensable para entrar en contacto con la realidad, más profundamente, con más libertad e imaginación. Foto de @Nina Subin.

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