Peniley Ramírez Fernández
25/06/2017 - 12:00 am
¿Quién espía al Presidente?
Nací y crecí en una isla del Caribe donde ser espiado era una parte indisoluble de nuestra existencia. Muchos años atrás, quienes creyeron en la revolución cubana diseñaron un sistema de lucha popular, de masas, que terminó convertido en una desoladora red en la que todos nos hurgábamos con la mirada, bajo un manto de sospecha.
Nací y crecí en una isla del Caribe donde ser espiado era una parte indisoluble de nuestra existencia. Muchos años atrás, quienes creyeron en la revolución cubana diseñaron un sistema de lucha popular, de masas, que terminó convertido en una desoladora red en la que todos nos hurgábamos con la mirada, bajo un manto de sospecha.
Cualquier hombre con una camisa de cuadros era un posible agente de la Seguridad del Estado, cualquier vecina mirando por la ventana era una posible informante del partido, cualquier periodista extranjero con una ideología de izquierda era un posible delator.
Crecimos y vivimos desconfiando, todos de todos.
El Estado cubano funcionaba como un monolito, no había capas allí, como creo que aún no las hay en muchos sentidos. Las listas de incómodos eran pocas y nadie se atrevía a tener sus propios objetivos, porque ser descubiertos podría significar cárcel, por traición.
Pero México no funciona así. En México, contrario a la visión que he encontrado en muchos de mis colegas y mis fuentes, el gobierno ni es monolítico, ni goza de controles políticos (ni siquiera fácticos) internos. Básicamente, cada quien hace lo que quiere, porque hacerlo es barato y trae pocas consecuencias.
Por ello considero que detrás del escándalo de #GobiernoEspía no existe una lista única de objetivos.
Por lo menos tres dependencias del Gobierno federal renovaron este sexenio las licencias de compra de NSO Group, que habían sido adquiridas por el gobierno de Felipe Calderón, esto es, por Genaro García Luna, el hombre fuerte del espionaje en México.
No es posible explicar la presencia intermitente y casi imperceptible de García Luna en este gobierno sin su socio, Mauricio Weinberg, uno de los grandes brokers de la inteligencia israelí en México.
Durante varios años, las fuentes de inteligencia han seguido mencionando a Weinberg en un susurro. Pero su rastro es invisible, ha estado detrás de asociados, de representantes, de compañías, mientras él y su hijo, Jonathan Alexis Weinberg, mantienen una agitada vida pública en Miami, casi como miembros de la socialité local.
¿Quiénes compiten con Weinberg por el control de los contratos de espionaje en el México de Peña Nieto? Muy pocos. La presencia, también intermitente y casi imperceptible de Susumo Azano es quizá la única que le haría sombra. Fuera de ellos, lo demás son minoristas, que no son menores, porque han provisto de una gran cantidad de herramientas a dependencias públicas, sobre todo estatales y a privados.
Es por este panorama que considero muy serio, y muy grave, que Peña Nieto dijera públicamente en Lagos de Moreno, Jalisco, que él también se siente espiado.
Más allá del registro obvio que tiene el Estado Mayor presidencial sobre cada una de las actividades y secretos del Presidente, el cual carece de toda auditoría, a Peña Nieto lo ha traicionado su propio gabinete y sus propios allegados.
Más de una vez en Los Pinos se han preguntado, con genuina incredulidad, quién ha sido la fuente de alguna columna política, que publicó información de reuniones en las que no participaron más de tres personas, incluido el Presidente.
En otras ocasiones, por ejemplo, la información ha llegado a los periodistas después de que el mandatario contara detalles diplomáticos en una reunión del gabinete, como sucedió con la noticia de que Luis Videgaray había modificado el discurso de Donald Trump sobre la relación con México.
Unas horas antes de su discurso en Lagos de Moreno, Peña Nieto sostuvo una dura reunión con varios colaboradores cercanos. Estaba molesto, se sentía traicionado, como pocas veces se mostró atrapado en una situación que no ha podido resolver en todo su gobierno, acerca de permanecer cerca de sus colaboradores o deshacerse de ellos, como una medida para salvar su propia figura.
Y una vez más, inexplicablemente, como lo hizo ante la fuga del Chapo, ante el caso Ayotzinapa, ante el escándalo de Apatzingán, prefirió (¿o lo hizo sin tomar dimensión de lo que hacía?) asumir el mayor golpe político, sin tocar a uno solo de sus subalternos.
¿Peña Nieto es consciente de que varias de esas crisis pudieron resolverse si él tomaba medidas disciplinarias contra uno, o varios miembros de su gabinete? Varios de quienes le aconsejan dicen que sí, pero alguna razón le ha hecho, una y otra vez, no solo recular en la decisión del despido de sus colaboradores, sino enfrentar el escarnio público, poniendo la otra mejilla.
No sé si llegaremos a saber en los próximos años cuál era el funcionario o los funcionarios que estuvieron detrás de cada uno de los ataques a periodistas y activistas, denunciados en el informe #GobiernoEspía. Pero esta confesión de fragilidad, exhibida muy poco antes de que comience el proceso electoral, solo crispará aún más a una sociedad civil organizada que parece cada vez más decidida a todo y a un gobierno en que la línea de mando se disipa, a cada segundo.
@penileyramirez / [email protected]
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