Hubo un tiempo en que las elecciones estatales eran tremendamente homogéneas, rutinarias, previsibles, aburridas.
Quizá, el único toque distintivo entre ellas era el candidato que salía de las llamadas fuerzas vivas, muchos forjados en las epopeyas de la revolución o en las luchas sociales, que estando en el poder gobernaban con un fuerte personalismo y frecuentemente con horca y el cuchillo.
Cómo olvidar aquellas estampas tiernas del microcosmos de San Garabato de las Tunas que espléndidamente mostró Eduardo del Río, Rius, en su historieta Los Supermachos, donde Don Perpetuo Del Rosal, despachaba entre trago y trago en la cantina El Sanatorio bajo la máxima: "Para atender asuntos de Estado, da lo mismo un escritorio que una barra".
Cómo, no recordar además, a Juan Caltzonzin, el filósofo del pueblo, quien reflexionaba desde el nirvana pueblerino sobre los grandes sobre los grandes problemas de la humanidad.
Bueno, de aquella parodia del México poscardenista, sobreviven retazos de los rituales de la política priista en el estado de México, y muy especialmente, exhibidos en su cierre del pasado domingo. Acarreo de personas hacia Toluca, gran escenario para discursos ganadores, mucho pueblo, música, confeti, color y músculo.
Solo, que ahora en tiempos de alta competitividad electoral y de comunicación política estratégica, aquella parafernalia espectacular es insuficiente, son necesario más recursos que los de la plaza pública, resultan indispensables profesionales de la imagen, el discurso, la exposición del candidato.
La imagen de Alfredo del Mazo es una hechura de los tiempos de marketing político, presenta al candidato como una suerte de ejecutivo de empresa lejano de las señas de identidad partidaria y menos con aquello que lo vincule con el priismo corrupto que representan los Duarte, Moreira o Borge.
Se trata ahora de vender un producto, no un programa de gobierno. Una alternativa de solución a los problemas graves del estado de México. No es casual que la imagen de del Mazo haya sido trabajada como antes fue la de Enrique Peña Nieto. Vamos, que se hayan puesto a su servicio todos los recursos para salir avante y es que no es una elección más, se trata de la residencia de donde están los poderes reales de la política mexicana, el de las familias que integran el llamado Grupo Atlacomulco, donde una derrota electoral significaría no solo un asunto de votos sino del imaginario del priismo de los últimos cuarenta años.
Hablar de este grupo significa hablar de Enrique Peña, Carlos Salinas, Arturo Montiel, la familia Hank y del Mazo, pero sobre todo, de una forma de hacer política cupular y negocios al amparo de lo público.
No es casual que hoy como ayer muchos políticos priistas quieren estar cerca, ser vistos en sus conclaves y todavía mejor ser bendecidos con una candidatura, con un cargo público. Es, por eso, que el llamado hecho para que estuvieran “todos” no podría ser despreciado por ninguno de los secretarios del gobierno federal, los gobernadores y presidentes de las alcaldías más importantes del país y los legisladores del Congreso de la Unión.
Se trataba en el PRI de mostrar sentido de cuerpo y presentarse como uno solo y como siempre omnipotente. Una pieza que recoge y moviliza voluntades en un escenario de competencia que se ha vuelto complicado, el resorte de descontento social ha activado el resorte político de las oposiciones y alcanza según las principales casas encuestadoras en promedio el 75% de la intención de voto o sea en alguna forma el priismo de Atlacomulco ya fue derrotado. Pero, además, puede serlo en las urnas por la maestra Delfina Gómez Álvarez, quien encabeza las preferencias electorales.
Y de ganar esta mujer de apariencia sencilla e inofensiva, de hablar quedo, representaría un golpe a la arrogancia que ha caracterizado a este grupo y hecho de la política un negocio con beneficios imponderables, por eso el próximo domingo es previsible que se pondrán servicio de del Mazo todos los recursos para que gane el gobierno del estado.
Sin embargo, una gran incógnita es que va a pasar en un estado de los más politizados del país, con una elección que si atendemos las encuestas ya se polarizó a dos candidatos y eso ya sabemos lo que significa en elecciones estatales: voto útil y voto diferenciado.
¿Cuáles son los incentivos de un ciudadano promedio para votar a los candidatos a gobernador del PAN o el PRD cuando las posibilidades de triunfo son remotas? Incluso, votar que significa a la independiente: María Teresa Castell de Oro Palacios
Estamos ante un electorado que ha venido perdiendo lealtad partidaria y en una elección puede votar por A y en la siguiente por B o C, esto habla de un voto estratégico para hacer ganar a quien se encuentre más cerca de sus preferencias. Y eso, es lo que mete incertidumbre a esta contienda “histórica” porque se intuye que una franja del electorado panista y perredista votara en forma útil. Sea por del Mazo o Gómez. Y aquí el factor “descontento” podría ser decisivo pues a la dinastía de Atlacomulco se le ve como culpable de la situación que vive el estado.
Más aun, aquella franja de votantes del PAN y el PRD, que en estos momentos reflexionan sobre a quién otorgar su voto para gobernador, van a provocar el llamado voto diferenciado, es decir, para gobernador la primera opción es el candidato A mientras para alcaldes y diputados los candidatos del partido B o C. Esto es una constante ya en muchos estados y eso provoca un mosaico político diverso. Gobernadores sin mayoría en los congresos o principales alcaldías gobernadas por la oposición. Es la primera imagen de una democracia que es la expresión de la diversidad ya si son o no eficaces es otro asunto.
En definitiva, las elecciones dejaron de ser lo que fueron para volverse competitivas, alternantes.