SEXO ENTRE HOMBRES: AVENTURAS CLANDESTINAS

02/08/2012 - 12:00 am

Humberto no se llama Humberto, pero pide que se le nombre así. Es como un guía de turistas, conoce todos los rincones, sabe lo que pasa aquí y lo que sucede allá. Humberto muestra cada uno de los cuartos, como si él mismo habitara aquel lugar. Bueno, en realidad sí lo habita. Lleva tres años que visita La Casita, un lugar de encuentro sexual, ubicado sobre avenida de Los Insurgentes.

Por supuesto que La Casita no tiene algún anuncio. Su fachada, vieja y descuidada, sólo asoma una puerta de metal; a un lado, un botón que no deja de apretarse. Suena y enseguida se ingresa al empujar la puerta y subir unas escaleras que rechinan. Después de una revisión, de un rápido registro en la recepción, lo que sigue allí dentro es un vapor con distintos olores.

La Casita es un clásico para el ligue y los encuentros sexuales entre hombres en el Distrito Federal. En su página de Internet reza su anuncio: “Somos un club privado para hombres gay mayores de edad, en donde podrás disfrutar, con el máximo de seguridad y confort, momentos agradables en compañía de otros hombres gay”.

Para, Gabriel Gutiérrez, coordinador de enlace de la agencia de noticias Anodis –especializada en temas de diversidad sexual– hay que regular los lugares de encuentro sexual, incluyendo los que son “para heterosexuales”.

“Estamos hablando de lugares donde van hombres mayores, que asisten de manera consensuada, donde puedan sentirse bien, seguros por si algún día pasa algo”, sugiere el especialista.

Lo dice porque él mismo cuando fue a un lugar de encuentro sexual en Canadá de pronto se encendieron todas luces, por el altavoz indicaron que una ambulancia ingresaría. Enseguida entraron los paramédicos, revisaron y subieron a la camilla al accidentado. A los pocos minutos todo volvió a la normalidad.

Y se pregunta Gabriel: “Si pasara un accidente o algún sismo o incendio, ¿pasaría lo mismo, con la misma naturalidad acá en México?

Pero no sólo en cuanto a la seguridad, dice Gabriel Gutiérrez. Regular estos lugares también daría un mejor servicio, habría condiciones de salud y laborales. “El problema es que estos sitios aparecen como clubes y no como lugares de encuentro. No son ilegales, pero no están regulados y operan en el limbo”, señala.

MITOS DE UN FURTIVO ENCUENTRO

Pero antes de entrar en materia, tomemos de ejemplo a Humberto. Si él tuviera un accidente dentro de estos lugares, seguramente la atención no sería tan natural y evidente, como si le ocurriera en alguna tienda o restaurante. Gabriel Gutiérrez insiste en la regulación de los lugares, en pro de una sexualidad más placentera y segura.

Sin embargo, hay otros mitos sobre estos lugares y muchos de ellos son emitidos por usuarios interesados en conocerlos. En algunos grupos por Internet, como los de Yahoo, Carlito dice: “Son lugares sucios y van abuelitos a ligarse jotitas”. Xmir opina: “Quiero ir –se refiere a las cabinas en algunas sex shop– pero dicen que se te pegan enfermedades”. Tomi añade: “Yo fui a las orgías, por la Narvarte y ahí no está feo”.

Karla Barrios, psicoterapeuta y sexóloga aclara algunas dudas: “Es cierto que hay espacios diseñados para los encuentros sexuales (hoteles, cabinas, clubes) pero también hay muchos lugares donde la gente puede tener encuentros sexuales, en cualquier parte y tampoco se habla de ello. Lo cierto es que no se menciona el derecho al placer. Hay estigma. El lugar no es el que causa que haya infecciones de transmisión sexual (ITS), sino depende del autocuidado de cada persona. Es el prejuicio constante y la carga valorativa a todo lo que hacemos”, opina.

Humberto asegura que en estos sitios hay de todo. Hombres gay, bi y heteros. Viejos y jóvenes. De provincia y del extranjero. Él pensaba, antes de ir, que eran lugares para gente promiscua, solitaria y con todas las ITS habidas y por haber. “Pero hay de todo”, dice y sonríe, mientras camina por un pasillo de luz ámbar.

Pero Karla Barrios dice que nadie cuestiona si una persona contrae el VIH-SIDA en su casa, en su trabajo, con su pareja o con su amante. “Tiene que ver más con la práctica que con el lugar. Aunque también depende de si es más riesgo hacerlo en el parque o en un hotel, en las vías del tren o en la casa de mi abuela. Es cómo tomo la decisión de mi placer”, añade.

Llama la atención que dentro de estos lugares, las mujeres tengan poca o ninguna presencia

¿Por qué? ¿Acaso estos sitios son exclusivos para hombres? ¿Las mujeres buscan su placer en otros lados? ¿Las discriminan?

Gabriel Gutiérrez piensa que si no hay un lugar de encuentro sexual para mujeres, es por cómo se vive y se conceptualiza la vivencia sexual entre hombres y mujeres. Conoce algunos sitios de encuentro, pero para parejas heterosexuales, donde intercambian parejas o donde no importa la orientación sexual. Pero exclusivos para lesbianas y bisexuales, no.

Barrios Rodríguez lo entiende desde una perspectiva de género. “Tiene que ver con el derecho al placer anulado u oculto de las mujeres. Como mujer sólo puedes tener relaciones sexuales si estás enamorada o casada. En cambio los hombres reafirman su masculinidad a partir del número de sus encuentros o parejas sexuales” y agrega:

“Estas enseñanzas no se dan con discursos, sino con acciones. Por ejemplo: si en el preescolar un niño besa a una niña, se le aplaude, incluso si ella no quería recibir el beso. Pero si la niña besa o dice que quiere besar a un niño, entonces se le tacha de precoz y de que debe ir al psicólogo. Desde ahí vienen muchas cosas. Más allá de la orientación sexual”.

Mitos y prejuicios, hicieron que Humberto dudara en ir tanto a las cabinas como a La Casita. Hoy, no duda en pagar 100 pesos cada noche. Claro, no paga hotel ni taxi. Espera a que amanezca y tome el transporte público. En las cabinas, paga desde 50 a 80 pesos. Parte de su ingreso se destina a su erotismo.

EL SEXO ENTRE HOMBRES, ¿REDITUABLE?

Karla Barrios explica las motivaciones de un hombre, independientemente de su orientación sexual, a tener relaciones sexuales sin tanto problema como las mujeres: “Se cree que los hombres tienen derecho al placer porque van a enseñarle al resto lo que aprendieron”, dice.

Lo cierto es que este deseo a algunas empresas o negocios privados del sexo les trae ganancias jugosas. Debido a que no están reguladas como tal, las cifras cuantiosas no tienen números oficiales. A ojo de buen cubero, Humberto dice que en la media hora que estuvo en el lobby de La Casita ingresaron más de 20 personas. ¡En media hora y en sábado por la noche! La Casita a reventar. Las literas atiborradas en los cuartos oscuros. También los cubículos, los baños, los pasillos, los sótanos. Si se toma en cuenta que la entrada es 100 pesos por persona, por lo menos en esa media hora que Humberto ayudó a calcular un monto, aquel lugar se echó a la bolsa dos mil pesos. ¡En media hora!

Luis tampoco se llama Luis. Es argentino. Un hombre espigado, guapo, con el cabello crespo. Vino de Argentina hace un par de años, no detalla. Él tiene un departamento al sur de la ciudad, por Tasqueña. A mediodía su casa es tranquila. Tiene un sillón blanco, grande, en la estancia. Enfrente, un plasma y una mesita circular. Tiene dos cuartos: en el primero hay una cama, otro sillón y un clóset que tiene como puerta un tul rosado; en el segundo, dos sillones raídos, una cortina de piel sintética y todas las ventanas cubiertas con una tela oscura. Pero en la noche, el apartamento de Luis tiene música lounge, hay vodka y condones. Los cuartos están repletos de cuerpos, de hombres en calzoncillo o desnudos, solazándose. Adentro, en el cuarto oscuro, hay un coro de gemidos.

Como negocio es redituable, dice Luis. Paga cinco mil pesos por la renta del apartamento. Lo alquilan entre tres personas. También los muebles y las bebidas se reparten entre los tres. La entrada cuesta 80 pesos, incluye bebida y condón. “Los días fuertes son los viernes y sábados, a partir de las seis”, dice Luis. Pueden percibir entre 20 y 40 mil en cada sábado. Las ganancias son ostensibles y el trabajo no es tan pesado.

Luis aprovecha su físico para salir a medianoche y coquetear con los clientes. Uno, recibe a los clientes, mete su ropa y pertenencias en bolsas de plástico, anota sus nombres y correos para anunciarles futuros eventos especiales. El otro, sirve las bebidas, se la pasa todo el tiempo en la cocina. “Estuvimos en la Condesa. Necesitábamos un lugar céntrico, en un primer piso para que no se oyera mucho, pero nos descubrieron y dejamos el departamento. Así anduvimos por la Roma y Coyoacán”, confiesa Luis.

Por su parte, Gabriel Gutiérrez considera que estos sitios no son exclusivos para encuentros eróticos. Muchos hombres, dice, buscan en ellos encuentros sociales. Incluso al también conductor del programa radial Código Diverso, asegura que en Guadalajara las cabinas y otros espacios para el placer son más limpios y seguros que los del Distrito Federal. ¿Por qué?, se le pregunta.

“Porque no es tan fácil ser gay en Guadalajara. Supongo que es por eso. Ahí encuentran un espacio para el placer y para convivir y sentirse parte de algo”, responde. Sin embargo, las orgías o los encuentros privados en departamentos pueden dejar un mal sabor de boca. “Llegan asaltantes y dejan a los chicos encuerados. Se aprovechan, porque muchos no denuncian. Piensan que se lo merecen por putos, así dicen muchos: Me lo merezco por puto”.

PLACER: ¿TIENEN MÁS DERECHO LOS HOMBRES?

Luis se anuncia por chat. Busca los principales foros gay de la ciudad. Platica con unos cuantos e intercambia correos. Enseguida platican de manera más personal en el MSN o Facebook. Proporciona la dirección, un teléfono celular y envía un croquis para orientarse.

Pero el caso de Luis es uno de tantos. Algunas orgías se anuncian en varios puntos de la ciudad. Cerca de algún transporte público o en un sitio seguro. “Buscamos departamentos en planta baja, donde no haya muchos inquilinos. A veces nos tardamos en encontrarlo y volvemos a hacer difusión”, cuenta Luis.

Pero hay otro lugar, más selectivo y por obvias razones más costoso. Sodome se anuncia por Internet. Se anuncian ofertas. Cualquier chico puede reservar y festejar su cumpleaños. Cuenta con sauna, jacuzzi, un laberinto donde se puede ligar exóticamente, baños, cuartos con proyecciones de películas porno, habitaciones privadas con costo extra, un bar con DJ, bebidas. Relata Lucas un cibernauta que recomienda el Sodome:

“La última vez que fui (que sólo han sido dos veces) es de 200 pesos el puro cover. Te dan un casillero, una toalla, unas sandalias, condón y lubricante. Yo he ido como a las tres de la mañana, saliendo del antro me lanzo para allá en sábado. A esa hora hay bastante gente. Los que van son medio mamones, pero hay de todo, sólo que como es algo caro, hay muchos de pose, pero sí va gente guapa”.

Es claro que si estos lugares tienen muchos clientes, es porque la demanda es alta. Y si la demanda es vasta, ¿es porque los hombres tienen más avidez sexual que las mujeres? Karla Barrios contesta:

“Muchos hombres van al club de encuentro o con la trabajadora sexual porque ellos sí tienen derecho al placer, aunque muchas veces se tiene relaciones sexuales sin placer. Un hombre es exigido a tener varios encuentros sexuales y si no los cumple es agredido o señalado por los otros. Se les tilda de homosexuales, cuando también muchos gays viven la misma situación. Lo importante del placer”, dice Barrios Rodríguez “es decidir cómo quiero, cómo es mi ritmo, mi deseo, cuándo y dónde, sin importar el lugar”.

INSEGURIDAD Y PLACER, DIFÍCIL MEZCLA

Salas con plasma y videos porno. Un subir y bajar escaleras donde se escuchan los gemidos y susurros. La oscuridad, en algunas partes, ocasiona que choques con cuerpos extraños, con manos que se deslizan y miden tamaños, formas. Allí no se habla, la luz exhibe y los olores viajan de un cuarto a otro, de un piso a otro piso. Hay que cuidarse de no tocar algún mueble embadurnado con fluidos o de sentarse en un sillón de piel sintética sin que caigas encima de una pareja.

Humberto es un cliente asiduo, pero no sólo de La Casita. El tour es incierto. “Si te tocan y no te gusta o está muy chiquita –se refiere al pene–, sólo avientas la mano y ya”, advierte como buen conocedor. Durante el recorrido también recomienda tener cuidado de los “viejitos” y de no prender las luces en los cuartos oscuros.

Recuerda una escena dentro de La Casita: un chico, en pleno acto sexual, rodeado por un grupo de voyeristas, comienza a gritar. “¡Mi celular”. Desnudo, comienza a buscar entre las sombras el dichoso celular. El amante es el primer sospechoso. Los dos hurgan entre sus ropas pero no aparece. Enseguida llaman al de seguridad. Un chico que apunta con una lámpara. Nada. El grupo voyerista se ha dispersado, entre la oscuridad. Por supuesto, dice Humberto, la víctima no sólo interrumpió su placer, “También se lo transaron, pobre… por eso todo lo dejó en la mochila”.

Pero Humberto no ha pensado qué haría en caso de un sismo, por ejemplo. ¿La Casita tiene salida de emergencia? Duda un momento y enseguida dice que no sabe. ¿Un robo o algún pleito? Humberto cavila: “Seguro nos sacan o me quedo sin mis cosas, como aquel güey”.

En el caso de Luis, su departamento está en planta baja. No hay salida de emergencia, a decir por la puerta angosta donde entran y salen los clientes. En un sábado por la noche, con más de 30 personas dentro, desnudas, ¿existen las condiciones?

“No en muchos casos. Además de sucios, son inseguros. Tanto para quienes los frecuentamos, como también para los trabajadores. Como usuarios deberíamos sentirnos en un lugar limpio y seguro. Hay una especie de limbo aprovechable”, opina Gabriel Gutiérrez.

-¿A qué te refieres con limbo aprovechable?

 -Hay un limbo legal. Sí, son legales, pero habría que revisar la Ley de Establecimientos Mercantiles, la Ley de Salud o consultar las leyes locales.

Humberto, después de una lluvia de preguntas acerca de su seguridad, llega a la conclusión de que él y su placer están desprotegidos. En la próxima visita, ya sin el tour, buscará los lugares seguros o la salida de emergencia. Luis, en cambio, lanzará para el siguiente fin otra invitación, seguro de que una treintena de hombres acudirán puntualmente al goce.

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