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Julieta Cardona

31/10/2015 - 12:00 am

La deshumanización de los Godínez

Un video para introducirlos al godinismo: Usted los verá por ahí, trabajando, saliendo a comer y tomando una chela en estado de hacinamiento. Laboran en bancos, corporativos, museos, organismos gubernamentales –o no–, agencias de publicidad (los que se creen más cool), etc. Hay grados de godinismo, por supuesto: desde el call center de la Zona […]

Un video para introducirlos al godinismo:

Usted los verá por ahí, trabajando, saliendo a comer y tomando una chela en estado de hacinamiento. Laboran en bancos, corporativos, museos, organismos gubernamentales –o no–, agencias de publicidad (los que se creen más cool), etc. Hay grados de godinismo, por supuesto: desde el call center de la Zona Rosa –que debe ser el más culero– hasta los elegantes corporativos de Santa Fe –dígase esclavitud aspiracional–; el caso es que todos tienen elementos que los hacen gozar de una misma esencia: su deshumanización.

En la jerarquía Godínez el dinero es factor de marca, no de etiqueta, pues los hombres regularmente visten de corbata y las mujeres de falda a la rodilla. Ambos con camiseta fajada y vistiendo su ambición desde las nueve de la mañana buscando ser el empleado del mes o persiguiendo el jugoso bono de productividad.

Se dice que tienen costumbres graciosas como la de no molestar al jefe bajo ninguna circunstancia; ¡ay esta esclavitud posmo que me rompe las pelotas! En serio, un amigo me platicó que cuando trabajaba en telemercadotecnia tenía, más o menos, 15 párrafos con distintas contestaciones al cliente con la única intención de no comunicarle nada al superior, pues si acaso su llamada llegaba hasta él, su puntaje como El Analista De Datos Operaciones Para Nuevos Negocios se veía afectado. Y adiós bono. Ese que te dan cuando llegas a la meta que regularmente consiste en alcanzar –quién sabe cómo– números altísimos que significan una sola cosa: que usted convenció-manipuló-suplicó por teléfono –extraído ilegalmente, por cierto– a la raza para que adquiriera la nueva tarjeta de crédito que es la más reciente mascota-sanguijuela del banco en cuestión. Es impresionante el enriquecimiento al imperio del mal que puede lograr una sola persona a cambio de un bono que se gastará en un acapulcazo. Sí, en un acapulcazo.

Bueno, eso en el caso de telemercadotecnia, pero hay un montón de analogías godín que te llevan a un mismo resultado: la sistemática deshumanización. ¿Cuál será el pacto entre las multinacionales y las universidades para que la mayoría de los graduados quieran trabajar para ellas? Serán pactos como los de los estados con El Vaticano a puerta cerrada: ese que consiste en esparcir un poquito de fe –en cualquier cosa–, a cambio de quedarse con su alma. Y alma es todo lo que tenemos, y un poco de tiempo.

La estafa el godinismo es exactamente igual a la de las estructuras piramidales. Te aseguran que hay unos cuantos “líderes” que ganan cientos de miles de pesos al mes que no hacen casi nada –como el típico jefe godín– y que tú empezarás pagando una docena de jugos milagrosos porque, en realidad, lo único que tienes que hacer es vendérselos a tus amigos y convencerlos de que trabajen para ti, y por supuesto para el líder. El engaño es muy claro: por cada cien godínez miserables hay un par de jefes. No queda claro cómo puede “ofrecer oportunidades” un lugar que funciona así. Es una estafa de gran escala. Sobre todo si eres mujer, indígena, homosexual o vives con alguna discapacidad. Si es el caso, verás a los hombres blancos y casados ascender en el escalafón, mientras tú sigues planeando el cumpleaños de “el jefe” con la ayuda de Mari, “la secretaria”. Esperando que, con este lindo gesto, finalmente entres al siguiente nivel del tabulador).

El reclamo hacia esta gigante subcultura viene desde dentro, en serio: ¿No se cansan de actuar mecánicamente? Incluso he llegado a creer que, cuando alguno siente profunda tristeza, no deja de ser un robot. Un robot que llora.

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