Viaje al interior de uno mismo

31/10/2013 - 12:01 am

Mi aventura comienza de la forma más inesperada posible. Justo en la entrada del salón una gran figura animal, de unos cinco o seis metros de alto, me espera. Es difícil precisar la verdadera dimensión desde aquí abajo, mi cabeza apenas sobrepasa su rodilla. Puedo decir que jamás había estado tan cerca de una jirafa, igual que jamás había visto su interior, sus entrañas, sus huesos, sus órganos. Intento reprimir un poco al niño que llevo dentro; no es morbo. Mi asombro brota por todos lados y necesito observar el cuerpo plastificado del rumiante africano con más detenimiento. Trato de reconocer, desde los puntos posibles que mi pequeñez me permite, su intimidad. En ese momento, recuerdo la constelación que lleva su nombre “Camelopardalis”, del griego “kamelos” (camello) y “pardalis” (leopardo). Sin duda, la enormidad del animal y la elegancia de sus manchas le hicieron digno merecedor de un lugar permanente en los cielos del hemisferio norte. El interior de su cuerpo es increíble y fascinante, pero lo que estoy a punto de ver, el resto de mi viaje, lo es aún más.

El cuerpo humano es una máquina perfecta y funciona de manera impresionante en todos los sentidos. Nuestro esqueleto, por ejemplo, sustenta los muchos kilos de músculos, piel, órganos y líquidos; sin esa estructura bien armada simplemente seríamos una plasta inmóvil sometida a los designios de la gravedad terrestre. Aún más, muchos de los órganos fundamentales no tendrían protección alguna y nuestra fragilidad sería mayor de lo que ya es. Imagina nuestros pulmones y corazón sin una caja torácica, nuestro cerebro sin cráneo, nuestro sistema nervioso central sin su firme y poderosa cubierta, la espina dorsal. Incluso huesos tan pequeños como el martillo, el yunque y el estribo, que componen el oído medio, tienen la tarea de transmitir las ondas sonoras hacia regiones internas y liquidas. Sin esos huesecillos escuchar sería imposible. 206 huesos, en promedio, componen el esqueleto de cada ser humano.

Mi recorrido continúa entre salas oscuras y vitrinas traslúcidas en cuyo interior puedo ver los ‘cómo’ de mi funcionamiento. ¿Qué necesitamos para andar, correr, saltar, descansar, mantener la postura, incluso bombear sangre y procesar los alimentos? Rodeando nuestros huesos encontramos una maraña de tendones y músculos, tensando y relajando siempre para llevarnos a donde nos plazca y permitirnos realizar prodigiosas obras o despiadadas acciones. Con los huesos y músculos de las manos y brazos somos capaces, por ejemplo, de realizar complicadas cirugías o por otro lado, romper en varios pedazos un trozo de madera. Los movimientos de los músculos además producen calor mientras realizan su trabajo y mantienen nuestra temperatura corporal dentro de los límites adecuados.

En este viaje, el cuerpo humano y las partes que lo componen están a la vista de todo el mundo. Las figuras completas, sus músculos, huesos y órganos dan la impresión clara de movimiento. Sus ojos expresan la acción. No hay nada que temer, somos nosotros por dentro.

A lo largo de la exposición puedo leer datos impresionantes que me invitan a pensar en mi interior, como el de la sangre bombeada por el corazón. Consideremos que el corazón late unas 72 veces cada minuto en promedio, lo cual se convierte en unas 100 mil por día o 3.7 millones de veces en un año. Cada latido impulsa unos 75 mililitros de sangre, unas tres cucharadas soperas. Supongamos que esto lo hace durante un promedio de 75 años, ¿a cuánto equivale todo el esfuerzo realizado? Bueno, a lo largo de la vida promedio de una persona se habrán movido unos 200 millones de litros de sangre, que es más o menos el volumen de un cubo gigante de 60 metros por lado o el ancho de una cancha de fútbol.

Otros datos son casi poéticos: el número de células nerviosas o neuronas en nuestro cerebro es similar al de todas las estrellas de nuestra galaxia, algo así como 100 mil millones.

Está oscuro a mi alrededor y los reflectores estratégicamente colocados me permiten ver y leer solamente las piezas expuestas. Sin embargo, la poca luz reflejada me deja apreciar los gestos humanos de los aún vivos. En general, expresiones de incredulidad, miedo, pero sobre todo, admiración. Es curioso, por dentro todos somos iguales… o casi lo somos. Hay diferencias notables entre los órganos de personas sanas y enfermas o de aquellos que llevaron vidas saludables y los que no. Basta ver dos masas negruzcas, pequeñas y sucias que un buen fumador dejo tras de sí, eran sus pulmones. Un poco más adelante pueden verse también las consecuencias de la mala nutrición: signos de obesidad, diabetes, presión arterial alta, etcétera.

La contemplación no es el único objetivo de la travesía, hay que detenerse y pensar qué hicimos y qué hacemos con nosotros. La obesidad, por ejemplo, es una pandemia en México, 70% de los adultos y 30% de los niños sufren este problema hoy en día. Y señalo “hoy en día” que en unos años se convertirá en una serie de enfermedades incurables, miles de millones de pesos gastados en atención de salud e innumerables muertes asociadas a un problema que en el presente es ignorado y desestimado. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012, la diabetes atacó a 6.4 millones de personas en México.

La sensación de verse e imaginarse uno mismo de carne y hueso literalmente es un poco extraña pero muy interesante. Incluso puede verse el pasado y principio de cada uno: cuando apenas habían pasado unos días después de la fecundación, unas pocas semanas, un par de meses, seis, ocho, nueve meses. Así llegamos hasta aquí.

La exposición “Body Worlds Vital!” se encuentra ahora en Universum, dentro del área cultural de Ciudad Universitaria. Es toda una experiencia. Impresiona, sí, pero además nos invita a reflexionar sobre nosotros, nuestra salud, nuestros hábitos alimentos, de ejercicio, de descanso y de amor. Es una magnífica oportunidad para echar una mirada al interior del cuerpo humano y recordar que nuestro interior es similar, funciona de la misma manera para todos y que, sin embargo, somos frágiles y la más mínima descompostura y descuido podrían ser fatales. Transitar frente a cuerpos y órganos plastificados de otros humanos tiene una carga emocional mucho más grande que simplemente mirarse al espejo. Nos pone frente a escenas inolvidables, nos da el tiempo para impresionarnos, fruncir el ceño, cruzar los brazos, ponerse la mano en la boca, respirar, suspirar, llevar la mirada de arriba a abajo sin saber donde detenerla, nos deja admirar, pensar, meditar y aprender.

Muy pocas cosas hay como verse a uno mismo por dentro. Si pueden, vayan. Es una experiencia que jamás olvidarán.

 

Vicente Hernández

Twitter: @naricesdetycho

Vicente Hernández
Astrónomo y divulgador de la ciencia
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