La risa es sabia y no perdona

31/10/2013 - 12:01 am

Cada año, el 12 de noviembre, Día del Libro, la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana publica y regala un libro que sea aliciente para la lectura y festejo de la letra impresa. Este año, al cumplirse tres décadas de la muerte de Jorge Ibargüengoitia en un accidente aéreo, el libro elegido es su recopilación de textos implacables como su risa, Sálvese quien pueda. Ésta es mi introducción que la acompaña.

LA RISA ES SABIA Y NO PERDONA
Sálvese quien pueda

De Jorge Ibargüengoitia recuerdo con especial placer la carcajada. Pero la suya siempre venía después de la risa abierta de quienes lo escuchábamos con enorme placer. Era afilado hasta ser terrible con las flaquezas y ridículos que describía. Algunas veces lo hacía de manera irónica, serio como si no dijera lo que estaba diciendo, implicando lo contrario de lo que parecía afirmar. Otras lo hacía con burla desatada pero siempre con alegría reflexiva. Y su carcajada venía como colmo de los arranques de risa que iba sumando hasta explotar en esa catarata que coronaba su voz. Si alguien no reía en la sala ya sabíamos que esa persona, no era de criterio muy amplio pero sobre todo era probable que, como Jorge, fuera de Guanajuato,  y muy probablemente de Irapuato, blanco privilegiado de su humor.

Sin proponérselo, ni presumirlo y ni siquiera pronunciarlo, Jorge Ibargüengoitia hace un retrato humorístico de un regionalismo que, aunque es muy típico del centro de México termina teniendo muchos rasgos comunes con el conservadurismo irracional del resto del país. Por ahí se vuelve fácil de reconocer como retrato humorístico de un carácter nacional y hasta de varias flaquezas humanas que se dan en cualquier región del mundo bajo cualquier bandera y pasaporte y color y creencia o filiación. Por eso, si la conferencia o la lectura de Jorge se hacía en el extranjero era muy probable que la persona adusta y asustada fuera de México y se estuviera poniendo el apretado saco de los guanajuatenses ofendidos. O cualquier otro posible, que eran muchos los sacos ridículos que Ibargüengoitia desplegaba al aire como tendedero infinito para que siempre alguno le quedara a alguien, por lo menos en algún momento. Porque Jorge se burlaba de todo mundo. Se burlaba, por ejemplo, de todos los prejuicios contra la mujer, sobre todo en sociedades ridículamente conservadoras. Y podía hacerlo tomando la voz de quienes criticaba, es decir con ironía: diciendo lo contrario de lo que quiere decir. Inmediatamente después se burlaba de los lugares comunes y del conformismo de quienes critican los prejuicios contra la mujer con nuevos prejuicios que perjudican drásticamente lo que declaran defender. Así que, como nadie, mostraba el sexismo del anti sexismo irreflexivo. Como cualquier otra militancia galopante más que pensante; obediente más que dueña de sus decisiones; sumisa más que rebelde. Al hacerlo nos brinda también un testimonio de las ideas comunes de una época. Vistas por el bisturí de la literatura de contradicciones y risa las podemos observar en su dinámica, como si filones del pensamiento de un momento cultural se volvieran ante nuestros ojos serpientes temibles que asustadas de pronto se mordieran la cola.

Pero por supuesto que su risa crítica no terminaba ahí. Lo suyo no era dar lecciones morales ni salvarse de críticas poniéndose del lado “políticamente correcto”. Todo lo contrario: en el impulso de su verdadero inconformismo terminaba burlándose incluso de sí mismo. Porque a final de cuentas todo es paradójico y en la sociedad con mucha frecuencia cada cosa, cada fuerza social, cada movimiento se puede volver su contrario. Y porque nadie que tenga algo de inteligencia o sentido común puede considerarse a salvo de una muy pequeña o muy grande ración de ridículo total. Por eso, este libro fue titulado con enorme certeza Sálvese quien pueda.

Ibargüengoitia tuvo siempre conciencia de ese principio literario indispensable para el humorista puesto que implica la capacidad de tomar distancia con uno mismo: saber que el narrador, aunque diga yo, no es el escritor sino un personaje más que se construye e inventa incluso cuando escribe en primera persona. En estos textos breves, encargados por periódicos y revistas, muchos que aparecieron los jueves en su columna semanal, Jorge Ibargüengoitia pone en acción a varios narradores que se contradicen y se complementan. Muestran más y mejor la complejidad real del individuo y de la persona que, como hacen otros columnistas, la defensa argumentada de una idea. Algo completamente inusual en las secciones de opinión donde muchos de estos textos aparecieron. Al mostrarse tan llenos de dimensiones distintas exhibían hasta sin quererlo lo plano y unidimensional del periodismo de opinión mexicano de su tiempo. En ese contexto había un acto de provocación en sus columnas al que respondieron en su momento los lectores asiduos con cartas e intervenciones. En ocasiones Jorge respondió indirectamente en una columna siguiente, pero, para sorpresa de todos lo hacía incluyendo o mostrand como suya la posición del que lo criticaba, llevándola muy poco a poco y no sin sufrimiento verdadero al absurdo. Su capacidad de desarrollar la lógica de una idea hasta contradecirse o ponerse en crisis no tenía fin.

En toda esta agudeza hay sin embargo la capacidad de empatía. Ibargüengoitia sabía que una caricatura, dibujada o escrita, para serlo de verdad necesita incluir una parte de verdad no caricaturizable. Que no basta con inventar lo ridículo o burlarse de un aspecto de algo o alguien: es indispensable que la exageración sea un fermento que se desarrolle a partir de algo consistente y verdadero. Toda personalidad caricaturizada sabe reconocer las mejores caricaturas de las malas. Las que atinan en el blanco son las que sí tocan y consideran el corazón innegable del caricaturizado aunque muestren además sus dimensiones risibles. Y de nuevo, él paga la cuenta: para lograr esa empatía con la humanidad caricaturizada un autor tiene que asumir plenamente su identificación y su propio ridículo.

Nada extraño entonces que una parte interesante y no menos divertida de los escritos de Jorge Ibargüengoitia sea autobiográfica. Aquí se incluyen varios textos que son claves para darle amplitud al goce y comprensión del resto de su obra. Especialmente de sus novelas. Hay varios recuerdos desbordantes de simpatía de su infancia y juventud. Uno donde muestra sin pudor ni heroísmo su iniciación literaria. Cuenta sus miedos, su propensión a mezclar lo que leía o veía en el cine con lo que estaba viviendo. Su gran capacidad de imitar. Arranca y termina en el escenario familiar, los personajes son descritos a profundidad con poco trazos en escenas simples pero significativas. La beatería del entorno guanajuatense, el cine y su impacto en la vida, el Acapulco muy pobre y pueblerino que dejó de existir hace tanto, las cosas valiosas de la familia que cuando no se pierden o son arrebatadas pierden su valor nos hace sonreír una y otra vez sin el chantaje emocional del melodrama con el que el cine y la literatura suelen abordar estos temas.

Con esas armas de humor y lucidez, Ibargüengoitia detecta las contradicciones y absurdos de los relatos de la Independencia de México. Y no solamente de los relatos sino de la historia misma: traidores y oportunistas encumbrados, héroes que lo son algunas veces sin querer, tenaces hijos de la situación bochornosa más que de la decisión épica. En la pequeña obra de teatro que se incluye aquí, “La conspiración vendida”, el autor muestra toda esa actitud radicalmente crítica y anti solemne ante la historia oficial que veremos florecer en sus grandes novelas irónicas sobre la Revolución mexicana y la guerra de Independencia: Los relámpagos de agosto y Los pasos de López. En ellas, el autor mezcla ya las cualidades que en este librito vemos por una parte en la obra de teatro y por otra en el resto de los textos breves donde la vida cotidiana reluce con todas sus aristas afiladas. Su descripción de los desfiles militares desde la visión de los vencidos, es decir desde la visión del público, es más verdadera y crítica que todo lo que se pueda escribir sobre esa aberración cívica que quiere ser eco de guerras patrióticas y mostrar en su mejor momento a sus participantes. Al leer este libro podemos gozar tan sólo con imaginar lo que Ibargüengoitia se hubiera reído y lo que nos hubiera hecho reír durante las penosas celebraciones del Bicentenario y del Centenario que se vivieron en México en 2010. Incluso un texto aquí titulado ¨Festejos cívicos¨ parecería haber sido escrito para ese año de tantos desatinos compartidos.

Cada uno de los capítulos tiene una suerte de endemoniada actualidad. Los que son nostálgicos siguen siendo ácidos con el pasado y el presente, los que hablan del gozo y del ocio del adolescente y del hombre joven son tan pertinentes ahora como cuando los publicó. Los tacos y tortas, los crucigramas, el horror a levantarse temprano, el cultivado desorden de los papeles, las casas prestadas, las cosas, en fin, que siguen hablándonos de lo que somos cuando, aunque sea por un instante, podemos mirarnos sin solemnidad y listos para reír. Sus siete novelas, sus libros de cuentos, sus aclamadas obras de teatro y sus otras recopilaciones de breves textos periodísticos llevan de alguna manera los destellos que el lector de Sálvese quien pueda podrá gozar. Es claro que el accidente aéreo que nos arrebató a Ibargüengoitia a los 55 años de edad interrumpió una obra literaria que iluminaba la cotidianeidad de nuestra lengua como nadie lo ha podido volver a hacer de nuevo. Pero tenemos sus libros cada vez más apreciados, más vivos y hablándonos sin cesar de cosas importantes a partir de la risa.

Alberto Ruy-Sánchez
Escritor y editor. Hizo estudios de literatura y lenguajes sociales con Roland Barthes y de filosofía política con Jacques Rancière, Michel Foucault y Gilles Deleuze. Ha publicado más de 26 libros de narrativa, ensayo y poesía, entre los cuales las cinco novelas experimentales donde investigó y narró, una larga búsqueda del deseo: Quinteto de Mogador. Codirige con Margarita De Orellana desde 1988 el proyecto editorial independiente Artes de México. En el libro editado por Ricardo Raphael, El México indignado, explica su militancia por la poesía como socialmente urgente e indispensable para entrar en contacto con la realidad, más profundamente, con más libertad e imaginación. Foto de @Nina Subin.
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