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Tomás Calvillo Unna

31/08/2016 - 12:00 am

La investigación inconclusa (Parte II)

En Solidaridad con Javier Sicilia Pasemos a otro pensamiento: “Ojo que te cojo”. Otra vez encontramos aquí un ritmo sugerente, sin embargo más brusco y cortante. Esto se debe a la palabra “Ojo”, que como filológicamente sabemos, denota la acción de estar alerta. La parte que aún no logramos interpretar del todo es: “que te […]

No me detendré mayor cosa en el pensamiento siguiente que ya forma parte de nuestra tradición oral. Foto: Especial
No me detendré mayor cosa en el pensamiento siguiente que ya forma parte de nuestra tradición oral. Foto: Especial

En Solidaridad con Javier Sicilia

Pasemos a otro pensamiento: “Ojo que te cojo”. Otra vez encontramos aquí un ritmo sugerente, sin embargo más brusco y cortante. Esto se debe a la palabra “Ojo”, que como filológicamente sabemos, denota la acción de estar alerta. La parte que aún no logramos interpretar del todo es: “que te cojo”. Desde luego que hay una relación evidente entre “Ojo” y “cojo”; pero, ¿cuál es el verdadero sentido de esta especie de sufijo que es el “cojo”?

Si bien hay un solo signo que separa a “Ojo” de “cojo”, tenemos que tomar en cuenta los otros dos; me refiero a “que te”, siendo probable que sea en ellos donde esté la clave. Por otras frases ya conocidas, sabemos que representan también una forma suave, más sutil de llamar la atención. De ser cierto esto, entonces nos encontramos ante un verdadero signo de poder, un signo de difícil interpretación y que, seguramente, era del conocimiento y uso de unos cuantos sabios, a los que solemos llamar iniciados.

Sí, ciertamente el signo “cojo” está en el centro de toda una escuela de conocimiento que requería un gran esfuerzo de atención sin el cual el discípulo podía perderse y, ¿por qué no?, hasta ver su vida en serio peligro. La doble repetición del estado de alerta no puede tener otro significado más que el de advertir al neófito que acaba de entrar a un territorio donde corre graves riesgos. Si en la frase “Puja puja que es burbuja”, estábamos ante un pensamiento de carácter poético metafísico, en la frase “Ojo que te cojo” nos encontramos ante un pensamiento esotérico por antonomasia, de los riesgos de su revelación pueden ser inmensos.

Es tal vez por esto que sintamos cierta intención cortante en el ritmo. La advertencia, brusca y sutil a la vez, quiere impedir que la ignorancia o la pura curiosidad penetren a un conocimiento, a una experiencia reservada únicamente para aquellos que saben de las fuentes de los poderes ocultos. Por lo mismo no sería de extrañar que, alcanzado un grado de conocimiento avanzado, los iniciados se reunieran y, a coro, como solían hacerlo en otras ocasiones, pronunciaran: “Ojo que te cojo”, a manera de invocación, repitiéndola innumerables veces hasta lograr el éxtasis, para más tarde sumergirse en el silencio de su misterio.

No me detendré mayor cosa en el pensamiento siguiente que ya forma parte de nuestra tradición oral. Me refiero a: “No pienses mientras…”. Como todos sabemos, “No pienses” es un arquetipo lingüístico, es decir, un modelo universal. “No pienses” lo hemos podido descifrar gracias al estudio comparado de lenguas pertenecientes a culturas de la misma época. La expresión la hemos encontrado principalmente entre las élites poderosas de los distintos reinos, y no sería extraño que fuera un conjuro mágico de los grandes señores o un juramente de fidelidad para poder mantener el orden y llevar al cabo las grandes tareas de las últimas décadas anteriores a la hecatombe final.

Ahora bien, lo que aún no está claro es el significado de “mientras”. Tengo la impresión de que se ha perdido otro signo, que después de “mientras” existía otra palabra y que, al carecer de cualquier rastro de ella, nos vemos obligados a restringir nuestros estudios al enunciado “mientras” y a especular sobre sus posibles significados. Creo, sin embargo, que al verse precedido por “No pienses”, su sentido puede intuirse. “Mientras” hace referencia a un suceso paralelo, es decir, por un lado tenemos el juramento “No pienses” y, por otro, el “mientras”, señalando que ese juramento se realiza en el momento que otros sucesos se manifiestan: es una elección en tiempo y espacio determinados; una opción existencial, definitiva, sin vuelta de hoja.

Antes de continuar mencionando algunas otras frases, quiero advertir que el descubrimiento de los muros de mosaico me hace creer que estamos frente a un verdadero monumento histórico; un compendio de sabiduría.

Todos los signos traducidos tienen un denominador común: la economía del lenguaje y su ritmo. Es indudable que pensamientos tan breves e intensos son un tesoro cultural de aquella remota época. En unas cuantas palabras el sonido encuentra un principio de entonación y la sugerencia de un eco interno, de tal manera que se forman verdaderos círculos vocales que son anillos lingüísticos perfectos. Las frases estudiadas son fuentes brotantes cercanas a las odas en su evocación; lo que me hizo suponer desde un principio que no pertenecían a un solo pensador sino que eran la creación de varios celebres sabios que antiguamente eran conocidos como los Tlamantines.

Estos hombres de ciencia eligieron aquel recinto para conservar una larga tradición de estudio, y el hecho de que sus pensamientos e intuiciones se plasmaran en los mosaicos era el resultado de un sofisticado método nemotécnico y pedagógico. De esa forma, sus hermosos cantos y sus máximas se convertían en un bien común, protegido por la jerarquía misma, que era determinada por la capacidad y el esfuerzo personal, y no tanto por las relaciones pública. Jerarquía de célebres, quisiera subrayarlo, que con sus avanzados conocimientos astronómicos escogieron el lugar indicado para construir el salón de los mosaicos o de la sabiduría, como un discípulo mío lo ha nombrado acertadamente. En otra ocasión ahondaré más en ese asunto de la arquitectura astronómica.

Pero, volvamos a nuestro tema original. Quisiera pronunciar otros pensamientos que hemos localizado, unos están incompletos y otros siguen siendo verdaderos acertijos. Escuchen estos, por ejemplo: “Límpiate bien el…”. Casi se nos presenta como una máxima sincrética, aunque truncada. Inmediatamente debajo de ese pensamiento encontramos, en mejores condiciones, este otro: “lo que haces es lo que eres”.

Hay claramente aquí un señalamiento filosófico y práctico a la vez; recordemos la desnudez humana que priva en la antigüedad, y que simboliza la naturaleza propia de cualquier expresión cultural, más allá de sus oropeles y fantasía. Creo entrever en ese último pensamiento, cierto ascetismo, en el sentido de reconocimiento y renunciación, y a pesar de su suavidad tónica, una imagen telúrica parece esconderse bajo su aparente simplicidad.

“El Borolas es Puto”, “Yo puto”. He querido pronunciar estos dos enunciados uno en seguida del otro, porque la repetición de la expresión “Puto” parece ser esencial. “Puto” se dice dos veces pero, a diferencia de otras expresiones donde sucede lo mismo, aquí está acompañado por distintos caracteres a manera de pronombres. Es decir estamos ante un atributo seguramente codiciado por las élites de la sociedad. “El Borolas” hace referencia a algún príncipe admirado, era sin duda un personaje público que logró, gracias a sus virtudes guerreras, alcanzar el grado de “Puto”; tal vez el grado más elevado de ciertas jerarquías. Recordemos que la guerra como la filosofía de la vida, estaban en el corazón de aquella civilización.

Ahora bien, qué significa “Yo”. ¿Será una fórmula mágico-lingüística, como una plegaria por medio de la cual el Tlamantine buscaba adquirir las cualidades que engrandecieron al “Borolas” por haber llegado a ser el “Puto”? no lo sé a ciencia cierta, pero hay indicios en esa dirección y en el sentido de que la expresión guarda en sí misma un poder especial, como una consigna para evitar cualquier desviación o distracción posible que pudiera alejar al postulante de su destino deseado.

“Sostén bien tus merengues”. Volvemos a este pensamiento que dentro de los diversos temas que hemos ido develando, ocupa el lugar de la justicia. En él se nos muestra un acto de fe práctica y de equilibrio. La palabra “Sostén”, con sus signos que producen una sonoridad que es casi un susurro, se presenta como piedra angular sobre la que se erige “bien” que como ya sabemos es un sinónimo de perfección. “Sostén bien” es un consejo para afrontar cualquier peligro o adversidad, es un llamado al valor y a la justicia en su acepción de equilibrio.

No obstante, la parte más difícil para nuestro entendimiento son las dos restantes palabras: “tus merengues”. “Tus” es una dicción plural, pero ¿de quiénes? “Merengues” es casi intraducible, a no ser que imaginemos que cumple el papel de una metáfora. De ser así, el pensamiento estaría haciendo una exhortación a un numeroso contingente de guerreros a punto de marchar a alguna batalla. Quiero aclarar que aquí ya estamos en el campo de los supuestos y que, en realidad, ésa no es la metodología que nos interesa.

En otra plática expondré las comparaciones que estamos haciendo con los documentos del Titicaca, que podrán ayudarnos a ser más precisos en nuestras indagaciones. Por lo pronto, veamos de otra manera lo que he expuesto hasta ahora.

Pensemos en esos signos, los cuales hemos traducido como palabras-pensamientos y que derivan de la clase social más elevada culturalmente de una civilización desaparecida. ¿Qué relación existió entre estos pensadores, sus obras filosóficas y el desastre de su mundo? ¿Para qué sirvieron tan excelsos pensamientos? ¿Acaso su refinamiento cultural, sus logros intelectuales, los aislaron de las mayorías de sus pueblos? ¿Las palabras y los pensamientos de la clase ilustrada y dirigente eran ajenas por completo a la realidad de los demás miembros de la sociedad? ¿El sentido y el significado de las palabras que se habrían perdido, al grado de que ya eran puros sonidos huecos e incoherentes? ¿Esos desabios de la cultura, sin proponérselo, se convirtieron en sus mismos verdugos a causa de la sofisticación en el uso de la lengua que impidió a los demás habitantes conocer el sentido original de toda palabra? Y, tal vez, una interrogante más difícil de contestar sea: ¿Aquellos sabios fueron los primeros en separar la palabra del pensamiento y del acto? Es decir, ¿Fueron acaso los precursores de esa corriente subterránea, que aún en nuestra civilización no desaparece del todo? Me refiero al sofismo, a la inversión del conocimiento a través de la palabra; a la creación del engaño por medio del discurso; a la construcción de una cultura a partir de la ilusión.

De encontrar una respuesta afirmativa, estaríamos ante un gran descubrimiento que nos podría ayudar a comprender el pasado y también nuestro presente. Tendríamos que reflexionar sobre los intrincados mecanismos y distorsiones que se derivan del uso erróneo de la palabra y de su inconsciente explotación posterior…

Las palabras de José Hernández Ruiz se interrumpieron. La cinta, al terminarse, no alcanzó a grabar toda la conferencia. Algunos de los asistentes narraron que el investigador denotaba cierto nerviosismo, a pesar de su gran entusiasmo y que al finalizar la conferencia, invitó al público a asistir al día siguiente a lo que él nombro “Segunda parte de una investigación inconclusa”. Dicen que anunció a los oyentes que su próxima exposición trataría sobre “el poder, la palabra y la pérdida de la identidad: una teoría sobre la indiferencia del alma mecanizada en su camino a la aniquilación”. Una mujer testificó que vio al investigador tomar el Metro; advirtió que tres jóvenes vestidos de azul oscuro y gorros negros lo rodearon cuando acababa de subir a vagón. Desde el andén, vio al investigador que levantaba su brazo y hacía un signo con su mano, signo que no pudo descifrar bien porque el tren partió rápidamente. Nadie más supo de él.

Ha surgido un pequeño grupo de seguidores de sus enseñanzas que propone, desde la clandestinidad, la publicación de sus obras completas, que difundirán sin importarles la censura impuesta a su doctrina a partir de su última conferencia, misma que hemos transcrito fielmente. Los tiempos que se avecinan no son para los temerosos; José Hernández Ruiz no lo fue, él ha sido un precursor. Aún está por conocerse su ciencia completa y el valor de sus hallazgos. Sus reflexiones sobre la tradición del sofismo parecen haberle costado la vida; es el primer mártir de esta desigual batalla.

            In Memoriam.

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