Parcial y subjetivo | C’est la vie

31/08/2012 - 12:00 am

Haciendo uso del estereotipo, se podría decir que los franceses tienen fama de petulantes. Dicen habitar la ciudad más bella del mundo, preparar la mejor comida del mundo, hablar el idioma más musical del mundo, producir los mejores vinos del mundo… y, en muy buena medida, algo tienen de razón. Eso, sin incluir sus tradiciones en ámbitos tan diversos como la perfumería, los quesos y postres. Claro está que todas esas apreciaciones son subjetivas y forman parte de discusiones tan absurdas como prolongadas. Lo que es indudable es que, en efecto, Francia es un referente en lo que concierne a varios productos.

Su literatura ha tenido momentos gloriosos a lo largo de los siglos. Ya sea que se le mire desde la perspectiva de sus grandes pensadores y ensayistas, ya que uno se deje seducir por el poder de sus dramaturgos o se permita el arrobo de la mano de sus novelistas. Existen corrientes literarias surgidas en esas tierras, movimientos culturales sin los que no podríamos entender nuestra actualidad e, incluso, experimentos poéticos y narrativos que han revolucionado las letras en su momento.

La pregunta obligada es si su literatura sigue teniendo la fuerza de antaño. Contestar en cualquiera de los sentidos es injusto. Las obras referidas entran en la categoría de los clásicos y, contra ellos, siempre es imposible competir. Sin embargo, eso no implica que las letras francesas no estén tan vivas como en sus mejores momentos. Para muestra, elegí a cinco autores con diferente nivel de fama. Decidí, además, no incluir a ningún premio Nobel para no tomar rutas sencillas. Como siempre que menciono autores, junto a su nombre incluyo uno de sus libros que bien puede servir como punto de partida para quien se inicie en su lectura.

Marie Darrieussecq. Nacimiento de los fantasmas

La identidad de cada uno de nosotros está fundada en una considerable cantidad de elementos. Sin embargo, existen algunos que, de ser modificados, son capaces de trastocarlo todo. Darrieussecq gusta partir de esta premisa para sus novelas. En ellas se pueden identificar varios temas comunes; desde la ausencia hasta la transformación. Todos ellos, en realidad, no son sino el mismo pretexto visto desde diferentes perspectivas: ¿cómo se define la persona que somos? Para conseguir respuestas plausibles, hace uso de una prosa sencilla que no tiene reparos en adentrarse en mundos mágicos e imposibles: ya sea porque una de sus protagonistas se va transformando en un cerdo (simbólica o literalmente) o porque ha llegado el momento de reconstruir la vida tras haberse cumplido una década de la muerte de un hijo. Leer a esta autora es confrontarse con posibilidades que, aunque lejanas, es sencillo volver propias.

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Patrick Modiano. El horizonte

Hay autores que se repiten a lo largo de su obra, como si abordar los mismos temas una y otra vez no fuera sino un recurso para llegar a la perfección narrativa o para exorcizar sus propios demonios. Modiano es uno de ellos. Sin embargo, no es en sus historias donde se encuentra la repetición sino en algunas pistas que va dejando a lo largo del camino. Leerlo es ser testigo de primera mano de sus obsesiones. La más evidente de ellas radica en su predilección por un momento histórico determinando: la Francia ocupada. Más allá de todo lo que puede ofrecer esta ambientación, existe un elemento mucho más representativo de sus novelas: la búsqueda. Los personajes siempre parecen estar a medio camino de una pesquisa que no los llevará a otra parte sino a descubrirse un poco más a sí mismos. Algo que resulta cautivador desde el primer momento porque sus novelas no inician junto con la trama. Ésta se extiende tanto que no alcanza a cerrar. Más que una historia en concreto, Modiano narra el desasosiego. De ahí que leerlo implique correr un gran riesgo, el del contagio.

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Muriel Barbery. La elegancia del erizo

Si bien es cierto que a muchos autores se les puede considerar filósofos por las reflexiones que incluyen dentro de la trama, pocas veces verdaderos filósofos se adentran, con éxito, al campo de la literatura. Muriel Barbery es una de ellas y eso se nota de inmediato. Sus personajes suelen partir de dilemas muy concretos que se irán resolviendo conforme la trama avanza. De hecho, por momentos puede dar la impresión de que la historia que se cuenta no es sino un pretexto. Sin embargo, esto no impide que la sucesión anecdótica atrape de inmediato. Si lo hace, es porque ella ha conseguido crear personajes complejos y entrañables a un tiempo. Así, leerla es acercarse a un mundo muy parecido al que habitamos pero desde una perspectiva única: la del personaje que busca algo tan especial que ya se ha resignado a no obtenerlo. Algo que bien puede funcionar como contrapunto al consumismo contemporáneo.

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Michel Houellebecq. Las partículas elementales

En un mundo donde la asepsia se ha vuelto uno de los valores más importantes, en el que se debe cuidar cada una de las palabras para no correr el riesgo de herir alguna susceptibilidad, Houellebecq hizo su aparición por su afición de ir contracorriente. En otras palabras, es un provocador que gusta de encontrar esos resquicios en donde la sociedad está dolida. Así, no tiene empacho a la hora de narrar la decadencia de dos hermanos cuarentones con una clara y gráfica obsesión por el sexo, producto de una crianza hippie de la que no salieron bien librados. O, mejor aún, burlarse de todas esas nuevas religiones que se van volviendo moda de la mano de un personaje tan siniestro como caricaturesco. Esa tendencia le ha valido una doble fama. Por un lado, se le ha acusado de racista; por el otro, se ha convertido en un escritor de culto tanto por su literatura como por sus desplantes personales. Al margen de ello, lo cierto es que su obra produce reflexiones porque confronta a quien lo lee. Algo por demás apetecible para quienes están cansados de los mismos cuentos.

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Emmanuel Carrère. Una novela rusa

Lo cotidiano no suele ser terreno fértil para las grandes novelas: es predecible, abundante en descripciones y pobre en sorpresas. Sin embargo, algo se encierra dentro de toda esta cotidianeidad. Al menos, si se sabe poner la mirada en el lugar adecuado. Carrère es un especialista en este particular. Casi todas sus novelas parten de acciones pueriles, con personajes que, muchas veces, son él mismo. Así poco puede resultar atractivo. Pese a ello, de pronto se inserta el asombro con una contundencia absoluta. Primero sólo es una sospecha, un guiño, algo que podría pasar inadvertido; una anécdota contada al vuelo, casi sin querer. Es una pequeña bola de nieve que pronto se vuelve avalancha para arrasar todo, personaje, narrador y autor incluido. Porque este asombro toma a todos desprevenidos, volviendo a lo cotidiano algo inaudito.

No cabe duda de que las letras francesas viven un gran momento. Al hacer este listado me di cuenta de que varios autores iban a quedar fuera. Todos se distinguen por el rigor y la calidad de su prosa y, sobre todo, porque abordan temas con los que es sencillo identificarse. La búsqueda de sentido y de la propia identidad son una constante que no sólo muestran y desarrollan. También, como con la buena literatura, contribuyen a que el lector lleve a cabo sus propios descubrimientos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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