VANGUARDIA DE SALTILLO

Coahuilenses cruzan la frontera para vender su sangre

31/01/2016 - 9:25 pm

Al menos 500 mexicanos cruzan diariamente de Piedras Negras a Eagle Pass, Texas, para ganarse unos dólares a cambio de 1.5 litros de sangre. Aquí la crónica:

Desde antes de llegar al lugar, hay anuncios invitando a los donantes. Foto:Vanguardia
Desde antes de llegar al lugar, hay anuncios invitando a los donantes. Foto:Vanguardia

Ciudad de México, 31 de enero (SinEmbargo/Vanguardia).- En Piedras Negras, Coahuila, hay gente que comercia con su sangre al otro lado del río. Cruzan la frontera, se inyectan una aguja y regresan con una venda en el brazo y billetes de los verdes en su bolsillo. Para muchos es un ingreso extra, para otros su único sustento económico.

El centro de donación de plasma “GRIFOLS” está a menos de 500 metros del puente internacional de Eagle Pass, Texas. Como la compañía nos negó una entrevista o siquiera algo de información, me convertí en una de las 500 personas que a diario van ahí para donar el plasma que contiene su sangre a cambio de una “remuneración”.

Entré a aquel frío edificio y me topé con una ventanilla y un letrero que dice: “Nuevos donantes”. Anoté mi nombre en una hoja de registro y la recepcionista me ofreció sentarme prometiendo que me llamaría, no sin antes pedirme mi visa estadounidense, la normal, la de turista.

Es como un hospital, todos los trabajadores visten como enfermeros y el lugar está muy limpio. Es uno de los 150 establecimientos que GRIFOLS tiene en Estados Unidos dedicado a la recolección de plasma, por la cual ofrecen una remuneración económica a sus donantes, ya que la ley prohíbe catalogarlo como un pago.

En la sala de espera de los primerizos hay todo un estante lleno de folletos con los requisitos que hay que cumplir para ser candidato a donador y de los riesgos que ello conlleva. Como el 80 por ciento de ellos son mexicanos, hay más trípticos en español que en inglés.

Constantemente entra gente. Trabajadores de maquiladoras en su mayoría, amas de casa, jóvenes y adultos que saludan con mucha familiaridad a los empleados. Ellos se anotan en otra lista y se sientan en un área donde hay mesas y televisiones. Solo está permitido donar dos veces por semana con un intervalo mínimo de 48 horas entre una donación y otra.

Unos minutos después me llama la recepcionista y me da una pantalla para ver un video de cinco minutos en el que aparecen testimonios de donadores y pacientes que se vieron beneficiados con el plasma. Luego me dieron una pila de 25 hojas para leer y al final firmé, dando mi consentimiento.

Me mandaron a otra sala de espera, donde estaba Efraín. Me platicó que tiene más de 12 años donando sangre porque de ahí se apoya para comprar la despensa para su familia. Viste el uniforme de la fábrica en la que trabaja y tiene los dos brazos marcados de tanta aguja que le ha atravesado la piel..

“La donación se tarda media hora, aunque puedes estar varias horas mientras es tu turno. Yo vengo dos veces por semana y me dan 65 dólares, a veces más o menos, es un negociazo y el dinero me sirve mucho”, me dice.

En eso otra mujer, le calculo 45 años, se va porque de tanta gente que hay no alcanzó a donar y tenía que ir a recoger a su hijo a la escuela. Escucho mi nombre y me acerco a la zona de laboratorios, donde hacen los estudios médicos iniciales.

Con aparatos de punta, te revisan todo; desde la glucosa, los niveles de hierro, la presión, los reflejos, la vista. Con una especie de grapadora te pican el dedo, ponen la sangre que escurre en un pequeño vidrio y la meten a la máquina que en segundos arroja los niveles exactos de todo lo que se checó. La enfermera asiente con la cabeza y me manda de nuevo a sentarme.

Ya llevaba dos horas ahí y había al menos otras 50 personas esperando. Efraín siguió platicándome que la mejor hora para ir es como a las 11 de la mañana, porque casi no hay gente. Dice que la mayoría va a las ocho de la mañana que abren, a la hora de la comida y a las cinco de la tarde, cuando salen de trabajar.

Vuelvo a escuchar mi nombre, es otra enfermera, rubia ella, pero viste de un color diferente al resto. Entramos a un consultorio y me hace una entrevista de unas 50 preguntas o más, no las conté. Que si soy alérgico a tal medicamento, que si he tenido relaciones sexuales con otro hombre, que si tomo, que si fumo y hasta que si he ido a Europa; a casi todas dije que no.

-¿Por qué tanta pregunta?- le digo ya un poco cansado.

“Tenemos que checar hasta el más mínimo detalle, no podemos arriesgarnos en nada y cualquier anomalía tenemos que reportarla. La información de cada donador está etiquetada y también se sabe quién lo atendió, no podemos equivocarnos”, me contesta en un español agringado.

Después del interrogatorio pasé a una camilla, donde la rubia enfermera me toma la respiración, me mide la temperatura, me golpea las rodillas con un martillo, apunta a mi boca abierta con una lámpara, me pide que grite y que tosa. Es el segundo filtro, solo para los que van por primera vez.

-¿Ya comiste?- me pregunta la enfermera cuando me disponía a salir del consultorio. Apenas moví la cabeza de un lado para otro y sacó de un refrigerador un Gatorade y de un cajón una barra energética como amenazándome: “Para donar tienes que venir comido, no vaya a ser que te desmayes”, me sentenció como queriendo asustarme.

Regresé a la sala de espera con el resto y conocí a John, que aprovechó la hora de la comida en su trabajo para ir a donar sangre porque el cumpleaños de su hijo estaba cerca y quería comprarle un regalo, fue lo que le alcancé a entender con su inglés perfecto. Era el primer estadounidense que veía en el centro de donación.

También me acerqué con Joaquín, que leía una revista ya impaciente de que tocara su turno porque tenía que regresar a Piedras Negras en una hora. Me contó que ya tiene siete años yendo a donar sangre y el dinero lo usa para las constantes emergencias de su casa. Que si un abono, que si la tanda, que si para pagar la luz. “Nunca está de más”, me cuenta.

Ya son las seis de la tarde, ya voy para cuatro horas ahí. Me hacen estudios, me siento, voy al baño, volteo a la televisión, me piden llenar una encuesta en una computadora, platico con el de al lado y me dice que tenga paciencia. La fila de donadores en espera no tiene ni para cuando, no parece disminuir.

La gente que acude a donar cruza desde temprano para hacerlo antes d e ir a trabajar.
Este es el mostrador del centro de donación que se encuentra ubicado a 500 metros del puente. Foto: Vanguardia
Este es el mostrador del centro de donación que se encuentra ubicado a 500 metros del puente. Foto: Vanguardia

LA DONACIÓN

Por fin me hablan, me dicen que aprobé todos los estudios y cruzo la puerta hacia el área de la donación. Es un lugar grande, hay más de 50 camillas una al lado de la otra y más enfermeros que desfilan a toda prisa por los pasillos.

Ahí me llegó el nerviosismo, cuando me acosté en la camilla y recosté mi brazo derecho. Al lado hay una caja grande, que según me explica el enfermero que me tocó, es a donde va a parar la sangre que le extraen a cada paciente y el aparato hace la función de separar el plasma de la sangre. “Plasmaféresis” se llama el proceso.

El enfermero trae un carrito y de una caja totalmente sellada saca dos tubos con sus bolsas y la aguja. Me abrocha un baumanómetro (aparato que se usa para medir la presión) y con un líquido rojo limpia mi brazo mientras con el dedo atina a la vena. Me acerca a la aguja grande y gruesa (así la vi yo) y siento un fuerte dolor.

La aguja va conectada a dos tubos. Por uno me extraen la sangre y la conduce hasta la máquina. “Abre y cierra tu mano para que bombee más rápido”, me recomienda el enfermero y atiendo al instante.

Así como a mí, el mismo enfermero está atendiendo al menos a otras tres o cuatro personas al mismo tiempo. En la zona de camillas también hay una televisión, pues cada donación tarda en promedio 30 y hasta 50 minutos dependiendo de cada persona.

Yo sólo veo que una botella se va llenando lentamente con un líquido color amarillento, ese es el plasma sanguíneo. El enfermero me dice que lo normal es extraer alrededor de 750 mililitros de cada paciente. Cuando el recipiente va a la mitad yo empiezo a sentir hambre, mi cuerpo debilitado y un ligero dolor de cabeza.

-Es normal- me dice él.

Media hora después la botella está casi llena y automáticamente la sangre empieza a regresar a mi brazo por el otro tubo, ya sin el plasma. De acuerdo con GRIFOLS, una vez que se realiza la donación, el cuerpo tarda 48 horas en regenerar el plasma extraído.

El enfermero desconecta la botella llena de plasma y la lleva a otro cuarto que después me platicaron que es el banco donde se guarda. Me desconecta mi brazo de la máquina y todo el material utilizado va a dar a la basura, pues por cuestiones de higiene y salubridad no puede volver a usarse con otro paciente la misma aguja o los mismos tubos.

Ya estoy listo, me siento débil y hambriento y el enfermero me pega una calcomanía en el brazo con la hora que será cinco minutos después. Cuando el reloj marca esa hora me acerco al mostrador y me dan una bebida energética. Me la bebo toda casi de un sorbo.

Regreso al mostrador y me piden el recipiente vacío, se los doy y me piden firmar una hoja junto con mi nombre. De una caja registradora saca cuatro billetes de 10 dólares y me los entrega así sin más, sin un recibo de por medio. Además me entrega un pase rápido para mi segunda visita.

Ahí me acordé que en las cuatro horas de espera que tuve, una muchacha me platicó que cuando es tu primera vez, tienes que regresar una segunda vez, de lo contrario la donación inicial que hiciste no sirve y es desechada. A las 06:53 salí del edificio de GRIFOLS con una venda que te pone el enfermero en el área del piquete cuando termina la donación.

Dieron las siete de la tarde y regresamos a Piedras. Por la orilla del puente vi al menos a unas 10 personas con el brazo vendado.

El centro cuenta con una sala de 40 camillas donde la gente pasa alrededor de 40 minutos mientras le extraen aproximadamente 750 mililitros de plasma mientras se entretienen viendo la televisión. Foto: Vanguardia
El centro cuenta con una sala de 40 camillas donde la gente pasa alrededor de 40 minutos mientras le extraen aproximadamente 750 mililitros de plasma mientras se entretienen viendo la televisión. Foto: Vanguardia
LOS EXPORTADORES 

En el bulevar República conocimos a Samuel Vazquez, quien trabaja como operador de retro excavadora para una constructora local que le paga mil 500 pesos por 48 horas de labor bajo el sol por semana, pero a que le expriman la sangre de su brazo solo va dos veces por semana, unas ocho horas como máximo en total y le dan unos mil 200 pesos.

“Ya sabes los sueldos base cómo están y allá te dan alrededor de 65 dólares por ir dos veces por semana. A como está el dólar es la raya de una fábrica”, me platica.

Él tiene un año haciéndolo y dice que el dinero que obtiene lo usa para pagar la luz, el gas, el agua. Nunca lo ha ahorrado ni lo ha usado para comprarse ropa o unos zapatos.

“Aquí me pagan mil 500 y de la sangre saco unos mil 100, tengo dos hijos y con eso la hago. Es un apoyo que para la luz, para el agua. Hay gente que me platica que lo usa para dar un abono en Coppel o en Famsa. En mi caso no lo hago por gusto o para comprarle algo para mí, yo dono sangre porque necesito el dinero”, dice Samuel.

A veces pide permiso para salir una hora antes y alcanzar a ir a donar, a veces se lleva a su esposa para completar de dinero. “Lo voy a seguir haciendo porque es dinero que gano fácil, nadie te da 65 dólares por un rato que estás ahí”, asegura.

También está el caso de doña Bertha, una señora de 53 años que tiene 25 yendo a donar. Vive sola en la colonia Las Argentinas, de estrato medio-bajo y ella jura que vive de su sangre. Que con lo que le dan le alcanza para comprarse de comer, para pagar sus servicios y hasta ropa de vez en cuando.

“Yo vivo sola, no tengo hijos ni esposo y de eso vivo. Antes tenía un trabajo, pero ahora ya nada más saco dinero vendiendo sangre y completo muy bien para todas mis necesidades. No me falta nada”, dice.

Pero a unas cuantas calles de distancia vive José, a quien le pagan 700 pesos por semana por su trabajo como operador en una fábrica local. Sin falta dos veces por semana cruza a Eagle Pass para donar sangre, pues con su sueldo no le alcanza para mantener a su esposa y sus cuatro hijos.

“Imagínate, me pagan más por ir a donar la sangre que por las 50 horas que estoy trabajando en la fábrica”, me dice sonriendo.

Los obreros llegan a ganar más haciendo una donación de sangre, que en una jornada de 8 horas de trabajo bajo el sol. Con sus visitas a donar logran cubrir los gastos de su familia. Foto: Vanguardia
Los obreros llegan a ganar más haciendo una donación de sangre, que en una jornada de 8 horas de trabajo bajo el sol. Con sus visitas a donar logran cubrir los gastos de su familia. Foto: Vanguardia

EL NEGOCIO DE LA SANGRE

Regresé dos días después al banco de sangre.  Por la urgencia de la segunda dosis de mi plasma, ahora mi estancia no fue ni de una hora. El mismo proceso, pero ahora cuando me pagaron fueron 60 dólares, 100 en dos donaciones.

Esa cantidad solo es posible sumarla en las primeras dos donaciones. A partir de la tercera empieza a disminuir el monto de la remuneración, pero no baja más de 35 dólares.

El negocio de la sangre se ha convertido en una práctica cada vez más común entre los nigropetenses.. Un trabajador de GRIFOLS me confió que de las 500 personas que atienden diariamente, entre un 80 y un 90 por ciento son mexicanos, de Piedras Negras y municipios aledaños como Nava o Zaragoza.

La cantidad se duplica considerando que además hay otro banco de sangre en Eagle Pass que recibe a un número muy similar de donadores por día.

En GRIFOLS tienen tan identificado su mercado, que hasta ofrecen estímulos. El actual es que a quien acumule 65 donaciones se le da un bono de 100 dólares adicionales a la remuneración de cada donación para el trámite de su visa estadounidense cuando la actual pierda su vigencia.

Pese a que existen riesgos en la salud de los donadores, hay muchos que tienen años yendo a comerciar con su sangre. Uno de ellos me dijo: “Mientras no me duela algo, voy a seguir yendo a donar hasta que me muera”.

Hay quienes hacen dos donaciones por semana. Foto: Vanguardia
Hay quienes hacen dos donaciones por semana. Foto: VanguardiaESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON AUTORIZACIÓN EXPRESA DE Vanguardia. Ver ORIGINAL aquí. Prohibida su reproducción.

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