Antonio Salgado Borge
01/04/2016 - 12:02 am
La guerra destruye más que las drogas
Nuestra historia está llena de creencias que resultaron ser falsas, cuya férrea defensa, en muchos casos, se tradujo en sufrimientos, muertes y destrucción. A la larguísima lista de nuestras terribles equivocaciones, es momento de sumar una que ha marcado decisivamente el siglo XX y el inicio del XXI: la idea de que la mejor forma de prevenir el problema de salud que supuestamente se derivaría del consumo de drogas en el mundo es la prohibición de estas sustancias y el combate armado frontal a sus productores, distribuidores y consumidores.
Los seres humanos solemos confiar en nuestro sentido común para orientarnos y actuar eficazmente en el mundo. No podía ser de otra forma; somos producto de la naturaleza y estamos imbuidos en ella, por lo que nuestras capacidades físicas y cognitivas han evolucionado necesariamente reaccionando al ambiente.
Sin embargo, a pesar de las ventajas operativas que implican, estas capacidades también nos han llevado a aceptar conclusiones crasamente equivocadas a lo largo de la historia. Quizás uno de los casos que mejor ejemplifican lo anterior es nuestra intuición de que en el centro de nuestro sistema planetario se encuentra la tierra y no el sol. Este error es comprensible: desde la perspectiva terrestre aparentemente es el sol el que da vueltas alrededor de nosotros en el cielo.
Nuestra historia está llena de creencias que resultaron ser falsas, cuya férrea defensa, en muchos casos, se tradujo en sufrimientos, muertes y destrucción. A la larguísima lista de nuestras terribles equivocaciones, es momento de sumar una que ha marcado decisivamente el siglo XX y el inicio del XXI: la idea de que la mejor forma de prevenir el problema de salud que supuestamente se derivaría del consumo de drogas en el mundo es la prohibición de estas sustancias y el combate armado frontal a sus productores, distribuidores y consumidores.
Una excelente ventana de oportunidad para cambiar este paradigma se abrirá en la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS) sobre el “problema mundial de las drogas”, que se llevará a cabo del 19 al 21 de abril en Nueva York. Cada vez son más las voces de expertos, ex presidentes y organismos internacionales que han pedido que se tome esta Sesión para iniciar el desmantelamiento del fracasado enfoque prohibicionista. A ellas se sumó la semana pasada un informe elaborado por la universidad John Hopkins, una de las más reconocidas en el mundo, y la prestigiada publicación médica británica The Lancet. En este documento, titulado “Salud pública y política internacional sobre las drogas”, una comisión conformada por ambas instituciones, revisa, con toda la seriedad que el caso amerita y apoyándose en modelos matemáticos, la evidencia global de los efectos concretos en salud pública que han generado las políticas antidrogas actuales. La contundente conclusión es que el combate frontal a las drogas en realidad está generando mayores problemas de salud que los que está evitando:
“Las políticas destinadas a prohibir o suprimir intensamente las drogas presentan una paradoja. Son presentadas y defendidas vigorosamente por muchos de los encargados de diseñar políticas públicas como necesarias para preservar la salud pública y la seguridad, y sin embargo la evidencia sugiere que han contribuido directa e indirectamente a la violencia letal, a las transmisiones de enfermedades comunicables, a la discriminación, a los desplazamientos forzados, al dolor físico innecesario y socavar el derecho de las personas a la salud.”
Por contraintuitivo que pueda parecer, la evidencia nos demuestra que es un error suponer que mientras más drogas se prohiban o decomisen, menos riesgo correrá la salud de los habitantes del mundo. Por principio de cuentas tenemos que recordar que mucho más peligrosos que las drogas tradicionales mismas pueden ser sus sustitutos legales; las drogas de diseñador se venden por internet sin problema porque sus formulas novedosas siempre van un paso adelante de las regulaciones existentes, y la gente con menos recursos puede adquirir legalmente inhalables en cualquier tlapalería. La prohibición no ha reducido ni reducirá la demanda, y sí ha contribuido a la expansión un mercado de nuevas y más dañinas sustancias. Por el contrario, hay estudios defienden que la marihuana, una droga ilegal, es empleada en muchos casos como sustituto para el alcohol y menos dañina que éste. El sinsentido es evidente.
El informe de la Comisión John Hopkins-Lancet menciona que países como Portugal y República Checa, que han descriminalizado las ofensas menores relacionadas con las drogas, no solo han logrado beneficios de salud pública significativos, sino que el consumo de estas sustancias no ha aumentado de forma relevante, han logrado ahorrar muchísimo dinero y tienen menos personas en la cárceles. También se habla de los muy positivos resultados de la política de “reducción de daños” seguida en Vancouver, una ciudad canadiense, y en Suiza ,que incluye entre otras cosas el establecimiento de centros de supervisión y terapia para los consumidores de heroína. En todos los casos en los que se han implementado políticas de esta naturaleza “se ha transformado el escenario de salud” de los que se inyectan esta droga, una de las más agresivas para el usuario.
En el lado opuesto del espectro se encuentra nuestro país. México es presentando en este informe como un caso ejemplar de lo muy mal que pueden salir las cosas cuando se pretende prohibir o suprimir intensamente las drogas:
“La fatal decisión del gobierno de Felipe Calderon en 2006 de utilizar a su milicia en áreas civiles para combatir a los traficantes, detonó una epidemia de violencia en muchas partes del país…El incremento de homicidios en México virtualmente no tiene precedentes para un país que no se encuentra formalmente en guerra…Ningún otro país en Latinoamérica –y pocos en cualquier otra parte del mundo- han tenido un incremento tan rápido en la mortalidad en tan corto tiempo”.
Además, se menciona puntualmente que la violencia que se ha desatado puede estar directamente relacionada con el incremento en feminicidios y violaciones brutales a lo largo de la república mexicana.
En realidad, el consumo de drogas en México está muy lejos de ser problemático y el porcentaje de adictos a alguna sustancia ilegal es menos del 1 por ciento de la población. Se supone que si nos preocupa la salud es porque nos preocupa la vida misma y su calidad. Sin embargo, en lugar de canalizar el 100 por ciento de nuestros recursos y atención hacia un enfoque de salud basando en la prevención y al tratamiento, la “estrategia” de Felipe Calderón, continuada por Enrique Peña Nieto, ha generado en una descomunal crisis humanitaria sin poder ofrecer ni un solo beneficio tangible a los mexicanos. Morimos envenenados por la medicina que nos han recetado.
El informe de la Comisión John Hopkins-Lancet es tan solo el documento más reciente de los muchos que desnudan nuestro fracaso. México es muy probablemente el país más lastimado por la prohibición en el mundo. Nuestro gobierno tendría que plantarse el 19 de abril en la UNGASS y liderar la exigencia de terminar, de una buena vez, con el actual paradigma. Pero no hay nada que nos permita suponer que nuestros representantes estarán a la altura de las circunstancias.
Lo más seguro es que este año la postura antiprohibicionista se marche de Nueva York derrotada. Las inercias son muy fuertes: para buena parte del público aún es válida la creencia, basada en el sentido común y alimentada por muchos gobernantes, de que el combate armado frontal es el único camino para defender la salud, mientras que la “guerra” permite a los gobiernos manejar en total opacidad millonarias cantidades de recursos, beneficiarse de la corrupción que se genera alrededor del narcotráfico y justificar la obtención poderes especiales que violan derechos humanos fundamentales.
Pero los días del prohibicionismo están contados. El giro copernicano que retiro a la tierra del centro y la puso a girar alrededor del sol pudo derrotar a sus más férreos opositores y ser finalmente aceptado en buena medida gracias a las innegables evidencias, a su defensa en voz de científicos sobresalientes y a un contexto propicio.
Pase lo que pase en Nueva York, la buena noticia es que hoy estos mismos factores parecen cada vez más alineados en respaldo de quienes piden que en la estrategia para evitar los daños de las drogas las actuales políticas prohibicionistas dejen de ser el centro que orbitamos. Eventualmente el lugar del prohibicionismo será ocupado por un enfoque de salud pública, con verdaderas posibilidades de éxito, que respete libertades y derechos. Entonces empezaremos a entender la creencia popular antidrogas de las últimas décadas como el período oscuro e irracional que ha sido y nos preguntaremos, por enésima vez, cómo pudimos llegar a ser tan ciegos.
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