Antonio Salgado Borge
25/03/2016 - 12:00 am
“Tony Tambor” y la ley de la selva
Aparentemente, el gran “pecado” de “Tony Tambor” fue no declarar ganador de uno de los concursos de su show a uno de los pequeños asistentes.
A estas alturas es evidente que la violencia se ha convertido en parte de nuestra normalidad nacional. Todos los días nos enteramos por la prensa de masacres, feminicidios, secuestros y otros fenómenos que parecen confirmar que nos dirigimos a paso firme rumbo a la barbarie. Sin embargo, algunos eventos específicos desnudan con particular crudeza al país en que vivimos. El caso de “Tony Tambor” es uno de éstos.
Marco Antonio Vázquez, “Tony Tambor”, es un conocido payaso sonorense dedicado a amenizar fiestas infantiles. La semana pasada “Tony” brindaba uno de sus espectáculos cuando súbitamente fue agredido por una decena de individuos quienes, alcoholizados y armados con bates, le propinaron una salvaje paliza al payaso, que terminó perdiendo varios dientes y en una cama de hospital con el riesgo de perder un ojo. De acuerdo con las crónicas disponibles, el zafarrancho fue de antología: un grupo de hombres apaleaban e insultaban a “Tony Tambor” que, tendido en el suelo, pegaba de gritos mientras algunos de los asistentes, en su mayoría mujeres que también resultaron golpeadas, intentaban desesperadamente interceder por el agredido. El llanto de los horrorizados niños presentes acompañó toda la escena.
Aparentemente, el gran “pecado” de “Tony Tambor” fue no declarar ganador de uno de los concursos de su show a uno de los pequeños asistentes. El niño, que vivía muy cerca del lugar donde se llevaba a cabo fiesta, se retiró inmediatamente con su madre a casa, donde lloró amargamente la supuesta injusticia. Al enterarse, la familia su familia no lo pensó dos veces y decidió demostrarle al payaso que se había metido con la gente incorrecta. Para rematar la historia, entre los integrantes de la turba que lograron reunir para agredir a “Tony” se encontraba un policía.
Lo absurdo no quita lo dramático a la agresión colectiva de familiares de un niño a un payaso en una fiesta infantil. Esta escena cobra otra dimensión cuando consideramos que el afectado es un ser humano que desempeña una profesión tan digna como cualquier otra, pero que por su naturaleza es altamente vulnerable. Basta considerar la carga de maquillaje y atuendo, los personajes que deben encarnar para divertir a los niños, que el termino payaso es empleado en nuestra sociedad como un adjetivo que califica despectivamente lo ridículo, insensato o tonto, y el poco reconocimiento hacia esta profesión, para entender que detrás del maquillaje del payaso se encuentra un individuo valiente que se sobrepone a estigmas y burlas para poder desempeñar su trabajo. El caso de “Tony Tambor” ha despertado particular indignación porque la percepción de vulnerabilidad nos lleva sentir más empatía hacia los más débiles -por ejemplo, ancianos o niños- que hacia hombres jóvenes.
Pero tristemente de agresiones hacia personas vulnerables en México sabemos bastante. Lo que realmente distingue a la agresión sufrida por “Tony Tambor” es la aparente irracionalidad del ataque. Uno puede comprender, más nunca justificar, que un grupo de personas lastime a otra con la intención de obtener a cambio una recompensa monetaria, un beneficio personal o a manera eliminar a un rival que se disputa el control de ciertos recursos. Sin embargo, es se vuelve más difícil racionalizar lo ocurrido cuando no hay una causa aparente; bien decía Nietzsche que no es el sufrimiento lo que aterra a los humanos, sino la posibilidad de sufrimiento sin sentido. Asumimos, claro está, que en ningún caso el no-triunfo de un niño en un juego infantil puede ser considerado como un móvil racional.
El caso de “Tony Tambor” se vuelve dramáticamente representativo porque evidencia un nuevo punto bajo del fracaso moral nuestra sociedad. Recordemos que la moral es una invención humana que tuvo como objetivo inicial limitar a los más fuertes –y más gandallas- que lastimaban los intereses de otros integrantes de la comunidad. Los criterios morales fueron institucionalizados a través de normas religiosas -implementadas por instituciones religiosas y vigiladas por “policías trascendentales”- y normas civiles que, que hoy son administradas por las instituciones estatales. El problema es que en algunos lugares estas instituciones, que deben de hacer valer las sanciones a la infracción de las normas morales, han sido secuestradas por los abusivos a quiénes se supone debían contener. Prácticamente cualquier mexicano sabe que ni Norberto Rivera ni Enrique Peña Nieto pueden ser considerados referentes morales de ningún tipo.
También sabemos bien que, por así convenir a sus intereses, los encargados de vigilar la aplicación de estas normas asumen que entre sus funciones -y prestaciones-se encuentra la administración discrecional de esferas de poder y su arredramiento, “off the record”, a quién pueda pagar por ellas. Así, corporaciones encargadas de la seguridad pública pueden llegar a trabajar con agendas paralelas a las del Ejecutivo , los grandes capitales siempre tienen regulaciones favorables, o las mafias que han secuestrado los sindicatos pueden perpetuarse por décadas. Siguiendo esta lógica hasta sus últimas consecuencias cada día más grupos o personas pujan por hacerse de las microscópicas esferas disponibles para explotarlas como les venga en gana. Y cada vez más autoridades están gustosas de permitirlo.
Aún sin tener aún el contexto completo, es posible plantear la posibilidad de que los familiares del niño que perdió el concurso y se quedó sin juguete constituyeran uno de esos pequeños grupos. De acuerdo con sus vecinos, estas personas se caracterizaban por su agresividad y prepotencia; recordemos que, además, entre ellos se encontraba un policía en horas de descanso. Lo cierto es que en el vecindario se les temía. Reaccionando igual que los empresarios que ven a sus enemigos convenientemente amedrentados por sus guardaespaldas, el grupo de personas que atizo a “Tony Tambor” probablemente consideró natural responder a lo que consideraron un desafío público a uno de los suyos con una madriza ejemplar hacia su supuesto ofensor.
Es preciso admitirlo: vivimos en un país donde los individuos que cuentan con cierto grado de fuerza pueden sobajar y lastimar, sin encontrar obstáculos en su camino ,a aquellas personas que no tienen la posibilidad de defenderse. La descomposición que hoy nos sorprende no se debe a errores esporádicos o a huecos en el “sistema”, sino a las últimas consecuencias de la institucionalización, casi total, de la inmoralidad y de la expansión de ley de la selva hacia todos los rincones de nuestra sociedad. Los niños que observaron en pánico como “Tony Tambor” pagaba su “afrenta” con sangre y dientes han empezado a entender que este es el país en el que les ha tocado sobrevivir.
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