Salvemos el juego

29/12/2015 - 12:00 am

El doctor Stuart Brown, uno de los mayores estudiosos de las funciones del juego en el desarrollo de los humanos y los animales encontró que algo que distinguía a los asesinos seriales es que se les había privado del juego cuando eran niños. En diversos estudios con animales se ha encontrado que la privación del juego los convierte en desadaptados. El juego es parte esencial del proceso evolutivo tanto en humanos como en animales y estamos acabando con él al limitar cada vez más el encuentro para el juego y permitir que se sustituya el juego por el juguete de marca. Lo anterior es bastante grave ya que podemos decir que, en gran medida, el juego es un factor clave de sociabilización, es decir, a partir de juego, desde niños aprendemos a ser sociales. La muerte del juego es, en cierto sentido, un ataque al alma de la convivencialidad.

Juego tradicional quemados. Foto: Especial
Juego tradicional quemados. Foto: Especial

Uno de los aspectos centrales del juego entre los niños no está en el juego mismo, está en la construcción de los acuerdos para el juego. La necesidad de acordar con los otros las reglas del juego, de vigilar colectivamente el cumplimiento de las reglas, acordar los cambios necesarios a las mismas, todo ello durante el juego, es lo que nos crea la más rica experiencia de sociabilización: nos establece límites, nos hace aprender a llegar a acuerdos, nos hace vivir una microexperiencia del acuerdo social. Basta ver a un grupo de niños jugando y podremos encontrar que es común que pasen más tiempo discutiendo las reglas que jugando. Es justamente esa experiencia la que nos enseña a ser sociales, a reconocer nuestros derechos y obligaciones y los de los otros. El juego es una experiencia profundamente cognitiva a varios niveles, el juego es una experiencia emocional en relación con los otros, el juego en muchos casos es físico y nos ayuda a desarrollar habilidades motrices, a coordinar nuestro cuerpo y mente individualmente y con los otros.

En nuestra infancia jugábamos en la calle, establecíamos las reglas para jugar futbol con las coladeras o los ladrillos como porterías, establecíamos donde terminaba el campo, si se podía jugar sobre la banqueta o no, la cantidad de jugadores por equipo, si había portero o no, a cuantos goles era el partido. Lo mismo era con el bote pateado, los quemados, las escondidillas, etc. Discutíamos las reglas, sancionábamos a quien no las cumplía, lidiábamos con nuestras alegrías, nuestros enojos, resolvíamos los pleitos. Era imprescindible el acuerdo, diseñar, respetar las reglas e imponerlas. Lo que ya pocos niños viven es una experiencia previa de lo que Rosseau llamó el acuerdo social, a pequeña escala, en un juego.

El Dr. Brown ha definido esta actividad como el “juego evolutivo. A partir de estudios clínicos ha reconocido que el juego es una de las actividades que activan más regiones del cerebro. Desde el juego del niño pequeño que imagina mundos hasta el juego entre pares que pueden inventar un juego y establecer sus reglas, se participa en lo que Brown define como el “juego evolutivo”.

Juego tradicional. Foto: Especial
Juego tradicional. Foto: Especial

Como lo mencionamos cada año en estas fechas: el juego es fundamental para la sociabilización. Sin embargo, con la mercantilización de todos los ámbitos de la vida, el juego no es una excepción, se ha convertido en una mercancía bajo la lógica del mercado, de la mayor ganancia. El juego está en peligro bajo el imperio del juguete moderno, del juguete de marca. Los juegos se han inventado y transmitido por generaciones, sin derechos de autor. En un mundo de expropiación de todos los ámbitos de la vida y donde todo bien, aunque sea inmaterial como el juego, debe ser un bien con valor de cambio, el juego tradicional tiende a aniquilarse. El juego es parte de la cultura y sufre los mismos embates de los productos comerciales en los que la identidad desaparece para dar paso a la homogenización. El juego es sustituido por mercancías, se valoran los juguetes sobre el juego a través de multimillonarias campañas de publicidad y se aísla a los niños con “juegos” que buscan lograr el mayor grado adictivo, teniendo como mejor ejemplo los videojuegos violentos.

Es así que el tipo de juguetes y “juegos” que están dominando el mercado refuerzan el aislamiento de los niños y jóvenes, provocando la muerte del juego. La mayor expresión de este fenómeno, actualmente, son los videojuegos, en los que los niños suelen pasar varias horas diarias. Aparte del aislamiento los videojuegos se caracterizan por una violencia extrema nunca presente en el mundo infantil, basta entrar a un Game Planet, la tienda por excelencia de los videojuegos en los grandes centros comerciales, para percatarse que más del 95% de los videojuegos son profundamente violentos. El los preadolescentes y adolescentes uno de los mayores éxitos está en los videojuegos en los que participan como delincuentes robando y asesinando.

Estas tecnologías y su diseño provocan que los niños se aíslen aún más y aunque jueguen en línea con otros, conocidos o desconocidos, nunca definirán las reglas ni las podrán modificar como cuando nos encontramos de frente y podemos establecer los acuerdos para el juego, nunca se mirarán con los demás, lo que harán será competir descarnadamente, casi siempre con el objetivo de matar más. Las pantallas y los videojuegos se convierten en una antítesis del juego.
Una de las formas más perversas de la mercantilización de la vida la muestra la alta tecnología de los videojuegos. Esta tecnología podría tener un uso, una aplicación extraordinaria, para que los niños pudieran de una manera muy lúdica aprender del mundo, del medio ambiente, la historia, la geografía, la cultura. Sin embargo, como el enfoque es la máxima ganancia, la tecnología se dirige a los instintos más bajos, como lo es la violencia.

La Academia Americana de Pediatria, la Asociación Americana de Psicología, la Asociación Americana de Medicina y la Asociación Americana de Psiquiatría, tras revisar más de 1,000 estudios realizados a lo largo de 30 años, señalan que: “presenciar programas de entretenimiento violentos puede llevar a aumentar las conductas, valores y comportamientos agresivos, especialmente en los niños”. Podemos imaginar el efecto de los videojuegos.

Las iniciativas ciudadanas a varias escalas, de país, ciudad, barrio y vecindad, que surgen por todo el mundo para crear espacios de encuentro para los niños, para la defensa los parques públicos y de los juegos tradicionales, son una defensa del juego como actividad fundamental para la socialización y el desarrollo saludable de los niños. En las zonas de mayor marginación, desde Carcas hasta Medellín, pasando por Ciudad Juárez el deporte, como expresión de un juego con reglas establecidas, permite la sociabilización de los jóvenes que han crecido en un entorno de violencia. Sin embargo, el juego debe promoverse desde los primeros años.

Para Brown, la insuficiencia del juego resta al individuo posibilidades de ver su existencia con optimismo, de probar alternativas y de efectuar aprendizajes sociales, mismos para los cuales el juego espontáneo nos prepara, ayudándonos a sobrellevar tensiones, así como la presión que nos genera nuestro entorno.
Salvemos el juego.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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