“El lema de los ganadores sigue siendo, como siempre, ‘después de nosotros, el Diluvio’”. –Susan George. Informe Lugano.
La incapacidad civilizatoria, que se ha demostrado hasta hoy, de enfrentar como civilización los daños crecientes del cambio climático, ponen en peligro la sobrevivencia de una parte importante de la humanidad en condiciones mínimas de bienestar. No se trata de escenarios a un futuro remoto, se trata de impactos que ya estamos viviendo y que afectaran significativamente la vida de nuestros hijos.
Los compromisos de Paris aparecen públicamente como una esperanza para la humanidad frente al cambio climático, pero no es así. Sin duda, veremos acelerarse el crecimiento de las energías renovables y de la eficiencia energética en algunos campos, pero no serán suficientes, no con los precios bajos del petróleo, no con la sociedad de hiperconsumo basada en la caducidad de los productos y las tecnologías, no con la cultura global enfocada al consumo y las posesiones, no con un sistema económico que aumenta las desigualdades, no con la destrucción continua de las selvas y bosques en Asia, África y América y la contaminación del agua, la tierra y el aire: lo que veremos es el aumento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Y la promesa de las naciones ricas de trasladar 100 mil millones de dólares a las pobres para enfrentar el cambio climático es una burla a la responsabilidad histórica que tienen. La mayor parte de los gases invernadero emitidos a la atmósfera y que han generado el cambio climático y lo agudizan, son de ellos. Sin embargo, los mayores daños se presentan y se agudizarán en las naciones pobres. La cantidad comprometida para el 2020 por los países ricos para que las naciones pobres enfrenten el cambio climático ya la vez desarrollen fuentes de energía limpias, es menos de una sexta parte del gasto militar que alcanzaron los EE.UU. en 2012: 682.000 millones de dólares. Esa es la magnitud de la ayuda para enfrentar la mayor amenaza que vive la humanidad: un sexto del gasto militar estadounidense.
Si no se desarrollan políticas radicales para disminuir las emisiones de gases invernadero y, a la vez, se destinan recursos suficientes desde el norte rico al sur pobre para mitigar el cambio climático, una parte importante de la población mundial enfrentará escenarios de escasez generalizada de alimentos, de sequías y falta de acceso a agua y mayores catástrofes climáticas. Las naciones ricas no han terminado de entender que en un mundo globalizado los daños que ocurran en las naciones pobres terminarán de regresarles como un boomerang.
Los escenarios para cada región son catastróficos. En México, a grandes rasgos, se verá cada vez más el aumento de las precipitaciones en el sur y la sequía en el norte y centro del país, junto con impactos mayores de huracanes en el Caribe, el Golfo de México, y el Pacífico. Los estudios de la Dra. Diana Liverman muestran un impacto severo en la producción de maíz, base de la alimentación del país. Por su parte, la Gran megalópolis de la ciudad de México, que concentra alrededor de un 20% de la población nacional, sufrirá escenarios muy graves por escasez de agua, al igual que las zonas que hoy en día son las mayores productoras de alimentos en el norte.
Las previsiones de Naciones Unidas sobre los impactos del cambio climático, cada día más comprobados por lo que ya está ocurriendo alrededor del mundo, son catastróficas: migraciones de decenas y cientos de millones de personas como “refugiados climáticos” y profundas crisis de ingobernabilidad, caos y violencia en diversos territorios.
Los Estados Unidos cerrarán aún más sus fronteras y, por su ubicación geográfica, México se convertirá en un dique donde se concentrarán los “refugiados climáticos” de Centroamérica que se sumarán a los nacionales.
Mientras en Estados Unidos se avanza en proyectos para adaptarse al cambio climático, por ejemplo, para resguardar a Nueva York frente al aumento del nivel del mar, en nuestros países se continua invirtiendo en obras que agudizan nuestra vulnerabilidad, como el fracking y la minería que demanda grandes cantidades de agua en zonas de escasez, aumentando los escenarios de desabasto para las poblaciones humanas y para la producción de alimentos.
Nada tiene sentido en los esfuerzos que hagamos por mejorar nuestra situación como país si no enfrentamos el cambio climático, porque el caos al que nos empujará, si no actuamos, destruirá lo que podamos construir.
Enfrentar el cambio climático requiere una transformación profunda de nuestra civilización, una revolución, no bajo principios comunistas - ideología a la que inconscientemente refiere a muchos el concepto “revolución” - si no bajo principios profundamente democráticos. Y la democracia, como la manifestación del interés colectivo, no existe en el mundo contemporáneo, menos aún existió en las diversas expresiones del llamado “comunismo real”, menos ahí.
La evidencia es abrumadora en el sentido de que las grandes catástrofes que estamos sufriendo a escala global en materia de clima, destrucción ambiental y salud, tienen su origen en un sistema que ha dado privilegio a la ganancia privada sobre el bienestar público. Desde el inicio de las negociaciones del cambio climático en la Cumbre de la Tierra en 1992 y el Protocolo de Kioto en 1997 hasta nuestros días, el principal obstáculo para enfrentar el cambio climático lo han representado los intereses de las grandes empresas petroleras y las industrias y gobiernos aliados a ellas. Al tiempo que Obama empuja compromisos para los Estados Unidos, en los Estados Unidos el fracking para la obtención de combustibles fósiles se ha extendido a tal grado que ha provocado la caída de los precios internacionales del petróleo.
Basta revisar el proceso que las negociaciones han seguido en Estados Unidos para evidenciar el papel de las petroleras y de sus aliados republicanos en negar el cambio climático y bloquear las políticas dirigidas a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. Como en los casos de las tabacaleras y ahora de las refresqueras, las petroleras capturaron/compraron/crearon a científicos e instituciones para generar la duda sobre la evidencia científica, introdujeron en puestos públicos a funcionarios afines, capturaron a los medios de comunicación con sus inversiones en publicidad y columnistas afines, además de los “donativos”/”favores” otorgados directamente a legisladores y políticos. Apoyando a esta industria y a la ideología de las elites de mantener es “estado de su propio bienestar”, los republicanos seguirán siendo un obstáculo a las políticas de reducción de emisiones en ese país, donde los ciudadanos tienen el mayor consumo de estos combustibles en el mundo.
Existen estudios que demuestran que los sectores más favorecidos económicamente en los Estados Unidos consideran 6 veces más que el resto de la población que el cambio climático “nunca ocurrirá”. La explicación que dan los investigadores es que: “Los hombres blancos conservadores ocupan de manera desproporcionada posiciones de poder dentro de nuestro sistema económico. Dado el cambio profundo que demanda el cambio climático al sistema capitalista industrial, no es sorprendente que los hombres blancos conservadores con fuertes actitudes de justificación del sistema salgan disparados a negar el cambio climático”.
El cambio climático es una manifestación global, planetaria, de la violación de lo que se llamó “los límites del crecimiento”, que tendríamos que llamar ahora: los límites de un crecimiento basado en la ganancia trimestral de las grandes corporaciones, un crecimiento enfocado a la estabilidad y crecimiento de las Bolsas de Valores. No se trata de un crecimiento medido en el bienestar de la población, en la sustentabilidad del planeta, en el crecimiento de la igualdad.
En la segunda mitad del siglo XX, antes de la era desregulatoria Reagan-Tatcher, se podrían ver avances en varios países en materia de bienestar, de calidad de vida, de seguridad social, de educación, había esperanza de mejoras. Ahora, hasta en los países más desarrollados las condiciones van empeorando, cae la calidad de la seguridad social y tiende a desaparecer, son cada vez más los excluidos de la educación, la riqueza se concentra y las esperanzas de las nuevas generaciones chocan en un callejón sin salida. Incluso, el crecimiento en la esperanza de vida empieza a recibir reveses con el aumento de las enfermedades crónicas no transmisibles resultado de la alteración de la alimentación por la comida chatarra de un grupo reducido de empresas transnacionales, así como por el impacto del tabaco y el alcohol.
“Esta casa está ardiendo”, cantaba Natalie Merchant en lo que pareció un presagio del acto terrorista a las torres gemelas. Pero aquí no se trata de un presagio, es toda la evidencia científica que lo advierte. Sin embargo, aunque la casa se esté incendiando, los señores que viven en el Penthouse, como escribió Susan George, no están dispuestos a que nada cambie en el mundo del privilegio en que ellos viven, aunque el fuego o el diluvio los alcance tarde o temprano.
La máquina financiera avanza, empujando al mundo sin dirección, únicamente movida por las acciones de los grandes poderes económicos dirigidas a incrementar sus ganancias y poder. Nadie lleva el timón, es claro hacia dónde va: el iceberg está enfrente. La mayoría de los que se benefician del sistema se aferran a que este navío es aprueba de todo, y eso lo hacen solamente porque no quieren perder sus comodidades,su lujoso camarote, porque no quieren verse iguales a los otros, porque tienen miedo, no de la catástrofe climática, si no de vivir en un mundo de mayor equidad y de menor consumo, les da pánico dejarse de ver superiores.
Stephen Hawking, ha señalado: “Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo se distribuyen las cosas. Todo el mundo puede disfrutar de una vida de lujo y ocio si la riqueza producida por la máquina es compartida, o la mayoría de la gente puede acabar miserablemente pobre si los propietarios de las máquinas cabildean con éxito contra la redistribución de la riqueza. Hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda opción, con la tecnología avanzando habrá una creciente desigualdad”.
Añade Hawking: "Estamos aprendiendo cómo las actividades y tecnologías humanas están afectando a los sistemas climáticos en formas que pueden cambiar para siempre la vida en la Tierra. Como ciudadanos del mundo, tenemos el deber de compartir ese conocimiento. Tenemos el deber, también, de alertar al público sobre los riesgos innecesarios con que vivimos cada día, y de los peligros que pronosticamos en caso de que los gobiernos y la sociedad no tomen medidas ahora (...) para evitar un mayor cambio climático”.