Antonio Salgado Borge
04/12/2015 - 12:00 am
El Zuckerberg mexicano
Justo cuando la concentración de riqueza en las élites económicas de su país es la mayor en los últimos 100 años, algunos multimillonarios norteamericanos han decidido redistribuir buena parte de sus fortunas a través de proyectos filantrópicos vanguardistas. Este fenómeno, denominado por algunos filantrocapitalismo, ha venido tomando fuerza en Estados Unidos en años recientes. Sin […]
Justo cuando la concentración de riqueza en las élites económicas de su país es la mayor en los últimos 100 años, algunos multimillonarios norteamericanos han decidido redistribuir buena parte de sus fortunas a través de proyectos filantrópicos vanguardistas. Este fenómeno, denominado por algunos filantrocapitalismo, ha venido tomando fuerza en Estados Unidos en años recientes. Sin embargo, a pesar de ser un país mucho más desigual y con más pobres que nuestro vecino del norte, a los multimillonarios mexicanos el filantrocapitalismo no parece dárseles muy bien.
La más reciente exhibición del filantrocapitalismo estadounidense es la decisión de Mark Zuckerberg y su esposa, la doctora Priscilla Chan, de donar a causas filantrópicas los 45 mil millones dólares que representan el 99 por ciento de sus acciones en Facebook. Hace unos días el matrimonio Chan-Zuckerberg dio a conocer a través de Facebook –no podía ser de otra forma- una carta en la que explican qué los llevó a tomar esta radical decisión: “avanzar en el potencial humano y promover la igualdad del ser humano” en la búsqueda de que su recién nacida hija pueda “vivir en un mundo mejor”.
La tendencia filantrocapitalista se ha intensificado a partir del año 2000 entre los millonarios de Silicon Valley, en su mayoría jóvenes que, a diferencia de lo que ocurre en Wall Street, han obtenido sus fortunas a través de innovadores desarrollos tecnológicos. Una de las cualidades que distinguen a los filantrocapitalistas de la costa oeste de Estados Unidos es que éstos no apuestan por la caridad, sino por proyectos transformadores como centros de investigación para algún tipo de enfermedad, impresionantes desarrollos científicos para entender el funcionamiento del cerebro humano o propiciar cambios –cuestionables, pero bien intencionados- en el modelo educativo de su país. Chan y Zuckerberg han decidido donar su fortuna a proyectos que busquen “aprendizaje personalizado, combatir enfermedades, conectar personas y construir comunidades fuertes”.
Hay muchos motivos para criticar el plan de negocios del fundador de Facebook o las técnicas que ha empleado para incrementar su fortuna. Incluso hay quienes cuestionan que la donación se haya producido en acciones, que son deducibles, y no en efectivo. Lo relevante es que, por los motivos que sean, esta pareja ha optado por desprenderse de la mayor parte de su riqueza y que, con ello, la vida de un número indeterminado de personas será transformada positivamente.
Desde luego que lo más sensato sería evitar que los habitantes de un país tengan que atenerse a la buena voluntad de sus ricos para que los recursos sean redistribuidos de alguna forma. Es al Estado, y no a los altruistas, a quien corresponde redistribuir la riqueza y reducir las desigualdades. También es necesario subrayar que es técnicamente posible evitar que algunas personas logren amasar cantidades groseras de dinero sin renunciar al libre mercado. Algunos países nórdicos son un perfecto ejemplo de ello. Incluso en países materialmente desarrollados, como Estados Unidos, la falta de políticas para contener la acumulación económica y el poder político que de esta se deriva es un problema muy serio que ha puesto en jaque a sus democracias. Sin embargo, a pesar de ser producto de un sistema viciado y de no entender la necesidad de implementar cambios sistémicos de fondo, dentro de este contexto, desde luego que la existencia de los filantrocapitalistas más positiva que su inexistencia. Y eso, lo sabemos muy bien en México.
La mayoría de los multimillonarios de nuestro país no parecen tener entre sus metas el “avance en el potencial humano” y la “promoción a la igualdad del ser humano”. Las fundaciones creadas por muchos de nuestros connacionales más afortunados no están diseñadas para transformar la realidad sino, en el mejor de los casos, para repartir caridad –lentes, sillas de ruedas y todo tipo de regalos- o, de plano, para lavar manchadas caras corporativas ante sus potenciales clientes.
La cosa puede ser todavía peor. En ocasiones, estas supuestas fundaciones filantrópicas son usadas para que grandes empresas reciban en la oscuridad recursos gubernamentales o para que evadan grandes cantidades de impuestos. Increíblemente, algunas de estas fundaciones suelen terminar operando con recursos públicos que el gobierno debería emplear para brindar servicios e igualar las posibilidades de desarrollo personal en sus ciudadanos. Un claro ejemplo de ello es el Teletón, cuya lógica torcida puede ser consultada en este reportaje publicado en SinEmbargo.
Algunos millonarios mexicanos creen, equivocadamente, que no tienen la obligación moral de redistribuir sus fortunas porque las fuentes de empleo que generan son el mejor “favor” que pueden hacer al país. Es preciso recordar que la mayoría de las grandes fortunas nacionales no son producto de la innovación o de la competitividad sino del tráfico de influencias o de prácticas monopólicas; al estar sus emporios construidos a costa de terceros, los mexicanos más ricos tendrían que sentirse más endeudados con su país que los innovadores tecnológicos de Silicon Valley. Pero claramente esto no ocurre.
Su egoísmo no se debe a la falta de recursos. Al igual que Zuckerberg, muchos de los multimillonarios mexicanos podrían donar el 99 por ciento de sus fortunas y aun así seguirían siendo inmensamente ricos; pero ni siquiera esta circunstancia ha propiciado que el filantrocapitalismo asome entre ellos. Quizás les tiene sin cuidado el país que dejarán a sus hijos porque asumen que es mejor blindarlos de la realidad a través de la herencia del poder, derivado de fortunas que transformar positivamente esta realidad que ellos mismos han contribuido a deformar.
Las élites económicas mexicanas se caracterizan por su poca empatía y por su casi nula filantropía progresista. A pesar de tener su futuro asegurado, los multimillonarios de nuestro país tampoco suelen buscan incidir en cambios sistémicos porque prefieren preservar las condiciones que les permitieron acumular sus fortunas a costa de terceros. Los valores con los que se rigen son los de un sistema extractivo que sigue la lógica del colonialismo; la innovación, la competitividad y la justicia no figuran en su catálogo de cualidades. De este contexto es muy poco probable que surja un verdadero filantrocapitalista.
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