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Antonio Salgado Borge

13/11/2015 - 12:04 am

Apuesta por la irracionalidad

La redacción del proyecto que llevó a la SCJN a permitir el cultivo y consumo de mariguana con fines recreativos a cuatro individuos se basó en un razonamiento impecable. El ministro Zaldívar, su autor, hizo lo que se espera de toda persona capaz de desarrollar argumentos: consideró todas las posibilidades, evaluó críticamente la evidencias a […]

La redacción del proyecto que llevó a la SCJN a permitir el cultivo y consumo de mariguana con fines recreativos a cuatro individuos se basó en un razonamiento impecable. El ministro Zaldívar, su autor, hizo lo que se espera de toda persona capaz de desarrollar argumentos: consideró todas las posibilidades, evaluó críticamente la evidencias a favor de cada una de éstas y llegó a una conclusión derivada de este proceso.

Pero el triunfo de la razón en la SCJN recibió casi inmediatamente su primera abolladura cuando el Presidente Peña Nieto aseguró “en lo personal siempre dije y lo sostengo, en lo personal, que no estoy a favor de una eventual legalización de la marihuana…Soy de los que cree que la apertura puede inducir al consumo de otras drogas mucho más dañinas.”

Que el Presidente de México se oponga a la legalización de la mariguana es válido; no lo es que para justificar su rechazo a esta droga acuda a covicciones personales y a “creencias” que han sido probadas como falsas por diversos estudios serios. Tampoco lo es que equipare el valor de sus opiniones con el que tienen las evidencias científicas o que busque convencer al público sin ser capaz de brindar un solo argumento. Sin embargo, esta circunstancia podría no tratarse de un error o de mera ignorancia. Es muy probable que el discurso del Presidente haya estado dirgido intencionalmente a un mercado muy específico del que depende el presente y el futuro de su partido. De ser así, estaríamos ante la manifestación más reciente de una clara apuesta política por la irracionalidad.

Para ilustrar la relación entre irracionalidad y política no hay mejor ni más actual ejemplo que los recientes debates entre los precandidatos del Partido Republicano que aspiran a la presidencia de Estados Unidos. En estos encuentros todo, absolutamente todo, puede ser dicho; no importa si se tarta de imprecisiones o de mentiras flagrantes. Lo más patético de estos discursos es que buena parte del electorado norteamericano los encuentra atractivos o, como mínimo, aceptables. Basta con que el candidato abra la boca, que emita sonido y que haga alusión a algún prejuicio para activar en algunos electores un resorte que produce que lo encuentren atractivo.

Esta técnica no es nueva ni improvisada. La derecha norteamericana descubrió hace muchos años, paradójicamente apoyándose en la ciencia, cómo jugar con las emociones de sus electores. No se han equivocado todos aquellos filósofos y psicólogos que han señalado que muchas de las decisiones que tomamos están determinadas por procesos que no nos son evidentes. Y los estrategas del Partido Republicano entienden muy bien que la mayoría de las emociones humanas, racionales o irracionales, son inconscientes.

Los republicanos ha descubierto han encontrado una mina de oro en la posibilidad de manipular el subconsciente del electorado. Por el contrario, la izquierda –cuyo más parecido exponente en el sistema de partidos de Estados Unidos es el Partido Demócrata- ha buscado convencer por medio de razones que necesariamente deben ser expresadas mediante argumentos consistentes y con sustento. Así, cuando los demócratas hablan de aumentar el salario mínimo en su país, lo hacen con base en estudios realizados por premios Nobel como Jospeh Stiglitz y Paul Krugman, cuyos juicios sintéticos que se nutren de estudiados ejemplos de éxito.

Pero, yendo en contra de las evidencias y del sentido común, un republicano puede rasgarse las vestiduras frente a una cámara de televisión y gritar, de preferencia a todo pulmón, que las insipientes políticas redistributivas de los demócratas son de corte comunista y que llevarán su país a la ruina. Y muchos le creerán. Los republicanos le están hablando a gente que decidirá sentimentalmente. Por eso sus posiciones son descaradamente anti-ciencia, dogmáticas y mitológicas. Los recientes debate entre los candidatos de este partido se han convertido en auténticos duelos de sandeces. El muro de Trump no es un caso aislado. Le compiten el fanatismo religioso de Ben Carson o las políticas recesivas de Ted Cruz.

No es ninguna sorpresa que los partidos de derecha mexicanos estén buscando emular este formato electoralmente exitoso. En 2006 el PAN y sus aliados dieron en el clavo con su campaña del “peligro para México”. A pesar de que las etiquetas que se colocaron a López Obrador entonces eran evidentemente falsas –AMLO tiene muchos y muy importantes defectos, pero éstos no aparecieron en los comerciales-, muchas personas siguen creyendo que, en caso de ser presidente, el tabasqueño les obligaría a usar sus automóviles como transporte colectivo.

Hace unos días el The New York Times dio a conocer que el PRI recurrió a expertos en algo llamado neuromarketing, consistente básicamente en un conjunto de técnicas de mercadeo basadas en la neurociencia que buscan intentar influir en el cerebro y en el inconsciente humano con el fin de producir un efecto esperado. El PRI buscó este recurso para maximizar la  efectividad de la campaña que llevó a Enrique Peña Nieto a la presidencia y a otros candidatos a gubernaturas.

La apuesta del PRI es clara: ¿para qué convencer racionalmente cuando se puede manipular los sentimientos inconscientes? A pesar de que Manlio Fabio Beltrones, actual presidente priista, ha prometido que esta técnica ya no será utilizada por su partido, resulta difícil creerle cuando sus militantes día con día desprecian los argumentos y e ignoran a los muchos mexicanos que exigen razones. Si por populismo entendemos la intención de manipular la voluntad de electores alienados, no puede haber nada más populista que basar triunfos electorales en los votos menos reflexionados.

Pero México no es Estados Unidos y la fórmula priista parece estarse agotando. Los más recientes triunfos de algunos grupos de la sociedad civil evidencian que el terreno para la razón está mucho más listo de lo que el PRI y los demás partidos políticos sospechan. Esta coyuntura ha sido leída mejor por el PAN, el PRD y Morena, quienes han defendido, aunque sea esporádicamente, algunas causas claramente racionales. Sin embargo, con la competencia electoral rumbo a 2018 ya en curso, aún está por aparecer un partido o un candidato que tome como suya bandera de la razón y que busque convencer a los electores con base en argumentos.

Excurso

En su más reciente artículo en el periódico Reforma, Sergio Aguayo reveló que, después de expresar en Facebook críticas contra el nefasto gobierno de Javier Duarte, el periódico El Dictamen de Veracruz dejó de publicar su columna inmediatamente después, este reconocido profesor de la Universidad de Harvard y del Colegio de México fue difamado en el portal Índice Político. Si bien nadie familiarizado con la trayectoria de Sergio Aguayo puede dar credibilidad a este tipo de vilezas, sí es fundamental que como sociedad no dejemos de respaldar y de hacer fuertes a aquellos analistas críticos que son censurados o agredidos. Desde este espacio me sumo a todos aquellos que han manifestado al doctor Aguayo solidaridad y profundo respeto.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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