Antonio Salgado Borge
06/11/2015 - 12:00 am
¿La hierba del diablo?
La histórica decisión de la SCJN de permitir a los integrantes de una organización la siembra y consumo de su propia mariguana ha sido valiente y acertada. Los ministros han navegado contracorriente para proteger la libertad de decidir necesaria para el libre desarrollo de nuestra personalidad al que todos tenemos derecho. Esta posición ha llevado […]
La histórica decisión de la SCJN de permitir a los integrantes de una organización la siembra y consumo de su propia mariguana ha sido valiente y acertada. Los ministros han navegado contracorriente para proteger la libertad de decidir necesaria para el libre desarrollo de nuestra personalidad al que todos tenemos derecho. Esta posición ha llevado a los ministros a ser calificados como “mariguanos” o “satánicos” por un sector de nuestra población. Me parece que existen contraargumentos suficientes para afirmar que la molestia de quienes se oponen a esta decisión no tiene sustento.
No debemos permitir algo que es malo. Primero tendríamos que definir, con la ayuda de la adaptación de una conocida pregunta platónica, si la mariguana hace mal porque es mala o si es mala porque hace mal. Evidentemente no se puede pensar que una planta pueda ser malvada; es decir, esta hierba no maquina vilmente sus planes para dañar a terceros. Remitiéndose a la segunda posibilidad, algunos creen que la mariguana es mala porque ésta produce a los seres humanos algún tipo de mal y que, por ende, su consumo no debería ser permitido. Pero, dado que lo malo –al igual que lo bueno- viene siempre en grados, quienes defienden su prohibición tendrían que aceptar modificar su postura en caso de comprobarse que la marihuana tiene menor grado de “maldad” que sustancias que no son consideradas malas.
La mariguana es sumamente adictiva. Esto es una mentira probada. Apenas 9 por ciento de los consumidores adultos de esta droga llega a desarrollar alguna adicción. Cuando esto ocurre, los síntomas de la privación, como pérdida de sueño, de apetito o ansiedad, pueden durar hasta dos semanas. Lo anterior significa que la posibilidad de que haya una desbordada epidemia de adicciones a la marihuana es mínima y que éstas son sumamente tratables. En este sentido es preciso distinguir claramente entre el usuario de la droga -9 de cada 10 consumidores- y el adicto a la misma -1 de cada 10-. De acuerdo a la Encuesta Mundial sobre Drogas (GDS por sus siglas en inglés), el mejor antídoto para dejar de consumir drogas no son leyes más duras, sino el envejecimiento. La mayoría de los usuarios de drogas ilegales no se vuelven adictos y muchos dejan de consumirlas simplemente porque las obligaciones de la vida adulta se los impide. La mariguana no es la excepción.
La mariguana es la puerta a otras drogas. El mayor riesgo de que la mariguana abra las puertas a otras drogas se produce porque el canal de distribución ilegal de esta hierba es el mismo que el de drogas duras y peligrosas. Hay incluso indicadores importantes, como los estudios de las universidades canadienses UBC y Uvic, que revelan que la mariguana no sólo no conduce a otras drogas –legales o ilegales-, sino que podría estar fungiendo como sustituto de sustancias verdaderamente peligrosas. La puerta a otras drogas, eso sí, suele ser el legal alcohol.
Los consumidores de mariguana son un incontrolable riesgo para la sociedad. Esto tampoco es verdad. Un conocido estudio publicado en la publicación científica medica inglesa The Lancet, que recopiló las opiniones de los más acreditados expertos en el tema, distinguió con claridad entre dos grupos de daños de tipo físico, social o psicológico que pueden producir las drogas: 1) el daño que el consumidor de la droga ocasiona a terceros y 2) el daño que el consumidor se ocasiona a sí mismo. En ambos casos, la mariguana es menos peligrosa que otras drogas que hoy son legales y que algunas sustancias ilegales. Entre los efectos más comunes de la mariguana no figuran las agresiones del consumidor a terceros. Tal como indica este informe de la OEA, la relación entre drogas como la mariguana y violencia no se deriva del consumo sino de la disputa entre cárteles por las rutas de trasiego, del combate armado del Estado a su tránsito.
No debemos permitir que la gente tenga acceso a un producto cuyo abuso puede generarle problemas. Los usuarios de mariguana no representan un peligro mayor para ellos mismos que los consumidores de drogas u otros productos que hoy son legales. Es fundamental aclarar que de aquí no se deriva necesariamente que fumar mariguana sea mejor que no fumarla. Entre los efectos conocidos producidos por el consumo frecuente de mariguana figuran mermas en la memoria a corto plazo, apatía o, en casos contados, problemas médicos menores. Si el argumento es que “la mariguana apendeja a su usuario”, habría que replicar que hay excesos o privaciones , como no leer o no recibir educación de calidad, que pueden resultar mucho más “apendejadores” que el uso esporádico de la mariguana; sin embargo, pocos se escandalizan por las consecuencias derivadas de este tipo de carencias.
No tiene sentido permitir el consumo de algo que produce algún tipo de daño. Cuando discutimos principios, la congruencia es obligada. Si prohibiéramos a los adultos consumir todos productos que les producen algún tipo de daño, no existirían los “Oxxos” ni las heladerías. Suponer que el Estado debe prohibir a los adultos ingerir algo porque su abuso puede causarle algún mal es, en primer lugar, una afrenta contra la libertad de decisión del individuo y, en segundo término, representaría una política absolutamente inoperable. El Estado no puede prohibir el consumo de helado de chocolate porque, consumido en exceso, este conduce a la diabetes o aumenta el riesgo de enfermedades cardiacas. La apuesta debe ser a generar la educación necesaria en los consumidores para que ellos puedan disfrutar del helado sin poner en riesgo su salud.
La mariguana es una droga, y eso es suficiente para afirmar que es peor que otras sustancias más nocivas. Si por droga se entiende una sustancia que altera de alguna forma nuestra percepción de la realidad, entonces tendríamos que prohibir sustancias como el café, el alcohol o los medicamentos que hoy se emplean para mitigar dolores de todo tipo. Pero, si nos vamos al fondo del asunto, es evidente que algo que suele molestar de la mariguana es su cualidad de alucinógeno ligero –término en disputa, pues no “desconecta” de la realidad como otras drogas-. Considerando los puntos anteriores, no sólo sería irracional prohibir algo por el simple hecho de producir placer a su usuario, sino que estaríamos violando el derecho de ser humano de hacer en su espacio privado lo que le venga en gana.
Los que defienden la decisión de la SCJN son “mariguanos”. Del mismo modo en que sólo las mujeres pueden defender la igualdad de las mujeres, los homosexuales estar a favor de los derechos homosexuales o los niños exigir la abolición del trabajo infantil.
¡Alguien tiene que pensar en los niños! Se trata de un argumento claramente falaz. Nadie en su sano juicio piensa que los menores de edad deben tener acceso a la mariguana. Es más, está comprobado que, a diferencia de lo que ocurre con los adultos, el efecto de esta droga en adolescentes sí es peligroso y definitivo. De de la misma forma en que una motosierra no es un riesgo empleada por un experimentado individuo pero sí en las manos de un menor de edad, o en que el consumo de medicamento legal poder ser inocuo para el público en general pero sumamente riesgoso para una mujer embarazada, esto no “comprueba” de ninguna forma que la mariguana es peligrosa para los adultos.
La suerte de la mariguana está echada. La SCJN estuvo a la altura de los tiempos y llegará el momento en que su decisión sea valorada en su justa dimensión. Eventualmente todos los mexicanos mayores de edad que lo deseen podrán sembrar y consumir su propia cannabis haciendo uso de su legítimo derecho a decidir libremente cómo dirigir sus vidas. Lo cierto es que por mucho que algunos sigan considerando a la mariguana como “diabólica”, no hay ningún indicio de que esta hierba pueda destruir o hacer peor a nuestra sociedad. Por el contrario, su eventual legalización puede representar un paso muy importante en la ruta hacia un cambio de fondo en el irracional y contraproducente paradigma que en el que se sustentó la fallida “guerra contra las drogas”.
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