Antonio Salgado Borge
24/07/2015 - 12:02 am
¡Otra Tierra!
Cualquiera que conozca la existencia de otros planetas seguramente ha imaginado la posibilidad de que exista vida fuera de la Tierra. Las fantasías populares son inagotables y en ellas suelen aparecer seres extraterrestres con fenotipos diversos, integrando sociedades disímiles y habitando mundos de toda clase. Si bien es cierto que la vida no tendría por […]
Cualquiera que conozca la existencia de otros planetas seguramente ha imaginado la posibilidad de que exista vida fuera de la Tierra. Las fantasías populares son inagotables y en ellas suelen aparecer seres extraterrestres con fenotipos diversos, integrando sociedades disímiles y habitando mundos de toda clase.
Si bien es cierto que la vida no tendría por que estar supeditada a la existencia de condiciones similares a las que han permitido su surgimiento en nuestro planeta, también lo es que si estas condiciones fueran encontradas en otro planeta, algún tipo de vida también podría estar presente en éste. Consecuentemente, muchos astrónomos se han dedicado a buscar insistentemente planetas similares a la Tierra fuera de nuestro sistema solar.
El avance tecnológico necesario para llevar a cabo esta empresa ha propiciado que la detección de exoplanetas sea relativamente reciente. Hace apenas veinte años los humanos obtuvimos registros del primero, pero sus características eran muy distintas a las de la Tierra . Desde entonces, el número de exoplanetas se han multiplicado al millar, aunque ninguno había mostrado las condiciones necesarias para la vida como la conocemos, mismas que están determinadas no sólo por las características del planeta en cuestión, sino por las de la estrella que éste orbita.
Pero esta historia dio un espectacular y maravilloso giro ayer cuando la NASA anunció el descubierto de Kepler 452b, un planeta ubicado a 1, 400 años luz de nosotros, rocoso como el que habitamos, con una masa 1.6 veces superior a la de nuestra Tierra y que orbita a su sol cada 384 días terrestres; es decir, que está ubicado en una zona considerada por los científicos como “habitable” debido a las temperaturas que en ella se alcanzan.
El descubrimiento de Kepler 452b se vuelve aún más relevante si consideramos que la estrella que orbita es muy parecida a nuestro sol, siendo apenas 4% más masiva y 10% más brillante que éste. Una diferencia importante es que la estrella de Kepler 452b es bastante más vieja que la nuestra, situación que lleva a suponer que estamos ante una gran oportunidad de anticipar cómo se verá la Tierra que habitamos en el futuro distante.
Las posibilidades que se abrirán gracias al descubrimiento de “nuevas Tierras” son fascinantes. En su película Otra Tierra (2011), Mike Cahill retrata magistralmente su sentido más poderoso. La trama de esta cinta se desarrolla alrededor de la súbita aparición de un nuevo astro en el firmamento que, siendo apenas un punto entre tantos otros, en un inicio es apenas visible desde la Tierra. Su llegada se vuelve aún más sorprendente cuando se descubre que el nuevo cuerpo celeste se está acercando gradualmente a nuestro planeta. El azoro de los humanos es indescriptible cuando el astro se estaciona a una distancia que posibilita notar que en realidad se trata de un planeta exactamente igual al nuestro; es decir, de una auténtica calca de la Tierra.
Como era de esperarse, en la película los terrícolas enseguida intentan establecer contacto y alistan una misión para explorar a esta “Tierra” gemela. Lo que se encuentran rebasa cualquier expectativa. La “otra Tierra” no sólo es idéntica a la nuestra sino que en ella existe una versión paralela de cada cosa y, por ende, de cada ser humano presente en la Tierra que habitamos.
De la misma forma en que en esta cinta el nuevo planeta está cada vez más próximo al nuestro, los humanos hemos venido “acercando” a los exoplanetas a nosotros a través de instrumentos de observación cada ves más poderosos. Ahora que hemos detectado un planeta similar a la Tierra, cerrar los ojos a su presencia terminará por volverse virtualmente imposible; aunque ésta quizás tenga que ser tan evidente como la del planeta de Otra Tierra para que el impacto de las implicaciones que de su existencia se derivan sea masivo.
Es importante subrayar que es altamente improbable que encontremos un mundo cuyas cadenas causales resulten idénticas en su totalidad a las del nuestro y en el que todo sea, por lo tanto, su copia exacta como en Otra Tierra. Sin embargo, dado que todo lo físicamente existente forma parte de un sistema de causas y efectos cerrado, las nuevas “Tierras” sí pueden ser para nosotros mundos que demuestren que las condiciones necesarias para la vida como la conocemos, que algunos siguen considerando exclusivas de nuestro planeta, en realidad podrían estar presentes en todo el universo.
Los seres humanos hemos encontrado la primera de las que presumiblemente serán muchas “otras Tierras” y debemos festejar todo lo que ello implica. El hallazgo de esta “nueva Tierra” sacudirá la forma en que entendemos nuestro lugar en el cosmos y terminarán por derrumbar a las teorías creacionistas más conservadoras, cuyos sostenedores se verán obligados a negar los descubrimientos científicos o a reinterpretar, a regañadientes y por enésima vez, palabras cuyo significado defendieron, a capa y espada, como literal e inmutable.
En este sentido, Kepler 452b y las otras tierras podrían ser el último clavo en el ya muy acabado y viejo ataúd en el que debemos enterrar las teorías excepcionalistas que aún intentan defender la posibilidad de que la Tierra sea el único planeta con vida en el cosmos o, peor aún, de que todo lo existente en el universo haya sido creado para servicio del hombre. De esta forma, tal como planteó Baruch Spinoza desde el siglo XVII, los seres humanos podríamos finalmente dejar atrás la errónea y antropocéntrica autoconcepción que nos llevó a asumir que somos “un dominio dentro de otro dominio” y podríamos comenzar a entender nuestra existencia como una de las tantas determinaciones finitas de una naturaleza que reflejamos y que nos refleja.
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