Julieta Cardona
09/05/2015 - 12:00 am
La mota y los padres ignorantes
La ignorancia de nuestros padres (nacidos, sobre todo, en los cincuenta y sesenta) con respecto a la marihuana, se divide en dos: la primera mitad que les pertenece por no darse el permiso de informarse más, es decir, la que les pertenece porque lo merecen, y la otra mitad que los exime de su completa […]
La ignorancia de nuestros padres (nacidos, sobre todo, en los cincuenta y sesenta) con respecto a la marihuana, se divide en dos: la primera mitad que les pertenece por no darse el permiso de informarse más, es decir, la que les pertenece porque lo merecen, y la otra mitad que los exime de su completa desgracia, es decir, la otra mitad que dijo el buen Weber: la sociedad moldea, integra y condiciona al hombre. Con esto me refiero, no como definitivo pero sí para entrar en perspectiva, a la primera campaña contra las drogas (específicamente contra la marihuana) que nuestros padres vivieron por gracia del Tío Sam y sus paralelos lamebotas gobernantes mexicanos que lastimaron todo lo que tocaron.
Están esos primeros puntos en su contra y está la extraordinaria parte moralina. Por ejemplo y para no salirnos de perspectiva: la estadística arroja que nuestros padres (entiéndase padre y madre como padres) sostienen relaciones sexuales fuera del matrimonio-o-monogamia-constituida (60% hombres, 40% mujeres) y lo mantienen escondido de su familia; de tal manera, nuestros padres nos evaden constantemente: no nos comunican las otras transgresiones que le hacen a la ley y a la moral, como evadir impuestos, sobornar funcionarios, pagarle a sexoservidores o armar un pacto silencioso con su psiquiatra para que les recete un Xanax que no necesitan. En este punto del texto, anoto con toda pertinencia: y la que transgrede toda ley y orden social por un poco de hierba, es una. De esta manera, los padres se drogan, pero hacen como que no se dan cuenta porque su droga tiene una marca o un nombre aparentemente inofensivo: Coca Cola, Marlboro, Tequila Don Julio, Prozac, café, colesterol, etcétera. O qué tal las reuniones familiares en donde las tías se intercambian pastillas para el dolor, para dormir, para los nervios, para cualquier cosa. En este otro punto del texto, anoto con toda pertinencia: y resulta que la que pierde el piso y la drogadicta sin futuro que se daña irreversiblemente el sistema nervioso central, es una.
En este otro punto del texto, dejo caer con toda pertinencia la tabla de dependencia y grado de drogas psicoactivas más conocidas y consumidas:
Las drogas –en este caso, repito, la marihuana–, se han convertido en la forma en la que culpamos, justificamos, en la que nos convertimos en opinionaters: la gente es adicta por pobre, por ignorante, por retrógrada, porque está triste o porque su carga genética tiene tendencia hacia lo adictivo.
Y no se olviden de los mitos estúpidos que se arrastran y replican con más facilidad entre, nuevamente, las tías: quien fuma mota se queda en el viaje, es un buenoparanada, un parásito, un perdido.
Padres: el problema de no hablar con sus hijos sobre las drogas –asumiendo una postura responsable, es decir, informada– es lo mismo que ser culpable de una pésima educación sexual en la cual el muchacho embaraza o la muchacha se embaraza si no le platicas de las maravillas del látex, de las tetas, de los pitos, de los riesgos, de los contagios, del sexo. No hablar conscientemente sobre drogas –sobre la marihuana–, es igual a educar a los hijos con capítulos de la Rosa de Guadalupe. Y hasta que deje de prevalecer la falsa información, el estigma contra la cannabis y la mitad de los prejuicios adquiridos por consecuencia de una tradición oral mal alimentada, mal corregida y mal aumentada, es decir, robusta de mentiras, el consumo de marihuana seguirá apreciándose como un maldito y hasta tratará de involucrarse la guerra contra el narco, tergiversando todo el discurso educativo que nació del deseo del diálogo que se busca con los padres.
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