Julieta Cardona
24/01/2015 - 12:00 am
Amado Cronos
Favor de darle play antes de comenzar: Amado Cronos: «Antes de comenzar, te pido perdón por descubrir, ya bastante grandecita, la mejor hora para apreciar la ciudad –y cualquier lugar–: las cinco de la tarde; le regalaste al sol el mejor lugar.
Favor de darle play antes de comenzar:
Amado Cronos:
«Antes de comenzar, te pido perdón por descubrir, ya bastante grandecita, la mejor hora para apreciar la ciudad –y cualquier lugar–: las cinco de la tarde; le regalaste al sol el mejor lugar.
No te escribo para entenderte –porque no podría– sino porque, genuinamente, sé que te pertenezco, completa y en pedacitos; porque me gusta pensarme como una diminuta –que de tan diminuta sea imperceptible– parte de ti. En serio, a una se le presentan estas epifanías cuando caen en la cuenta de que tiempo es todo lo que tiene… y es. Será que a veces siento que te me acabas porque yo soy finita y tú el más viejo y lo único eterno.
No vengo a gritarte aunque me escuches, ni a maldecirte porque actúas; vengo a redimirme sin premura; vengo con lo apacible de la infancia que me llevó a construir fuertes en el parque –que aún existe frente a la casa que habité– con mis hermanos y amigos jugando lo que adoptaríamos como nuestro pasatiempo favorito: la guerra de los dioses. Yo jugaba a ser Isis y, aunque era buena guerrera, perdía cualquier batalla contra Cronos.
Años después, caigo en la cuenta de la perfecta y sincrónica analogía de lo que fue y lo que es, porque hay cosas que funcionan solo una vez, otras que se intentan finitamente más de una vez, otras que mueren antes de comenzarlas y tú, dios, lo permites.
Mi gratitud por causar convergencia con un par de amores –ahora parte de otro cielo–: por la certeza que vino detrás de cada sentimiento desbocado. Mi gratitud por ser fugaz y presentarme la belleza de lo efímero: por tu perpetua evanescencia. Por manifestarte en piscis: apenas permitirme rozarte si, con mi mano, intento apresarte como a un pez en un cuerpo acuoso; en escorpión: entender lo perdido por la superabundancia de la pasión.
Por traer viento, paz, otoño, pesadumbre, color blanco y libertad. Por decirme al oído que cuando llueve se debe a que el dios cristiano está triste porque dejamos de creer en él.
Por hacerme entender, a punta de madrazos, que quedarnos un rato a vivir en alguien es bello pero no lo es todo, y por estar ahí afuera de la cueva observando mi regreso a las escaleras eléctricas con energía inagotable que van en cualquier dirección y velocidad, excepto en reversa y en stop.
Gracias por poner el resto como intercambio de un poco de mi voluntad, por darme un poco de ti para reconciliarme con mis demonios y decirles que pueden quedarse a cambio de algo –lo que sea– de sabiduría. Y porque no me canso de repetir que voy con calma porque aunque tengo prisa, tiempo es todo lo que tengo».
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