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Julieta Cardona

03/01/2015 - 12:06 am

Escribir como un farsante

Los escritores somos unos farsantes. farsante: (De farsar). 1. adj. coloq. Que finge lo que no es o no siente. U. m. c. s.

Letter, por @ericronopio
Letter, por @ericronopio

Los escritores somos unos farsantes.

farsante:

(De farsar).

1. adj. coloq. Que finge lo que no es o no siente. U. m. c. s.

Unos mentirosos.

Unos culeros inventahistorias, petulantes, drogadictos, mercenarios de almas, sabelotodos, fanfarrones, verborrágicos, egoístas, infieles (tratando, con mucha dedicación, de explicar y acoger este punto a la Wilde) y otro chingo de cosas.

Otra vez culeros, engreídos y alcohólicos por la desgracia de la decisión, y el resto porque, a conveniencia, creemos que no nos queda de otra. Porque it is what it is.

Nuestro problema es la ignominia de ser quienes somos. Bueno, bueno, bueno: nuestro verdadero problema es que, de hecho, nos divierta —a toda costa—, ser quienes somos: unos farsantes.

[Aquí nuevamente va la RAE thing, para que no se nos olvide.]

La primera —y no única vez— que me dijeron mentirosa, no pude negarlo. Maldita mentirosa infeliz clasemediera de mierda, me dijo una muchachita, en una misma oración (y todo cierto). Yo había escrito un cuento de amor y el personaje se llamó María. María Magdalena. Oh, María Magdalena, cuánto te amé a pesar de haber sido una tremenda puta; así terminaba el cuento, o algo así.

—Dime, dime, dime otra vez eso que tanto te gusta y luego lo que te gusta de mí.

—Me gustan los sonetos para piano de Beethoven, las French Suites de Bach y cuando escucho a Mahler siento como si me hiciera llorar, pero no lloro, y me encanta la curvatura de tu espalda cuando tienes, oh, mujer, un orgasmo.

—¿Cuándo escribirás un cuento con mi nombre?

—¿Un cuentito? No hay manera; tú das material para novela, mami.

Pero después de decirle eso último algunas muchas veces, siete tal vez, y sin ser cierto, me dijo maldita mentirosa y todo el resto. ¡Espera, te explico ya mismo!, yo le decía para suavizar la situación, mientras iba acercándome a ella, pero la muchacha, como buena mujer que no entiende razones, se alejaba de a poco hasta volverse evanescente. Entonces, entendía la belleza de lo efímero: el derecho que tiene lo más hermoso del mundo a desaparecer.

Y la magia se creaba cuando ella se iba: el cuento, el amor, qué sé yo: todo sobre ella vivía, de pronto, para siempre en alguna historia.

¿Será que realmente somos unos farsantes? O será que solo nosotros sabemos cuál de todos los fantasmas que traemos decidimos sacrificar en una historia de ficción porque, al menos así, condenamos a algún amor, qué sé yo: a ser eterno.

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