Es terrible y maravilloso que familiares y estudiantes pobres y humildes que aspiran a ser maestros, se hayan convertido en los mejores profesores que han visto los cielos de este país en los últimos años: EZLN
Las últimas movilizaciones masivas en el país volvieron a poner los reflectores del discurso oficial y de los medios de comunicación únicamente sobre “la solidaridad”. Recalcaban insistiendo: “la marcha fue en solidaridad con los 43 estudiantes desaparecidos”. Y pareciera que de pronto creen que a fuerza de repetir ideas se borran la totalidad de las causas de la agitación política de una nación.
¿De verdad tienen un enfoque tan desenfocado de las razones por las que las marchas—a pesar de toda la política del miedo—, se nutren de cientos de grupos diversos, provocando ríos de miles en las calles? No se trata sólo de la indignación humana ante la crueldad, ni de la incompetencia rampante de la que ha hecho gala el gobierno federal para resolver el caso. La reducción es tramposa.
A lo anterior se suman las enclenques explicaciones dadas por el Señor Procurador en su conferencia de prensa; la exigua puesta en escena de la Primera Dama y el Plan propuesto por el Ejecutivo. Seguimos sin conocer el móvil de la hipotética matanza (peor aún, ¿la historia es que un cártel regional domina las técnicas de desaparición forzada y eliminación de restos?), ignoramos si la señora Rivera pagó impuestos por la casa que obtuvo como parte del pago que le hiciera Televisa, desconocemos dónde están el derecho a la verdad, a la memoria y a la justicia en el Plan presentado.
Los discursos no construyen política pública, no la diseñan, no la implementan, no la evalúan. No se conocen países donde los crímenes de lesa humanidad se hayan resuelto con discursos. Por acusar de violentos a jóvenes que enfurecidos quisieran quemar todas las naves, tampoco se ha resuelto mucho. No se puede hacer nada culpando a los órganos más pequeños del curso en guerra de una patria. Si los municipios están infiltrados, imagine usted cómo están las esferas más grandes de la política nacional.
Se habla de fortalecer el estado de derecho cuando hay 11 jóvenes que fueron detenidos durante una movilización masiva, quizás la más grande y vigorosa que haya ocupado el Zócalo en la última década. Fueron detenidos en el peor y más ilegítimo de los desalojos. La justicia federal los envió pronta y expeditamente a penales de máxima seguridad en Nayarit y Veracruz. Sus abogados han declarado que los delitos de tentativa de homicidio, motín y asociación delictuosa se sustentan en evidencias muy escasas.
Una de las pruebas para acusarlos verdaderamente parece venir de las páginas del Deforma, un diario satírico cuyo único fin es burlarse de la realidad. Pero como diría Aristóteles, la realidad supera la ficción. Sólo eso explica que una de las pruebas de que estos jóvenes pertenezcan a “un grupo colectivo subversivo (sic)” es que "entre ellos se decían compas". ¿"Compas".¿"Compas"? ¿Referirse a alguien usando el apócope de “compañero”, es un criterio para establecer la participación delictiva en una manifestación? Eso sólo tiene precedentes en el fascismo de Franco donde estaba prohibido el uso de ciertas lenguas.
Los golpes que presentan los detenidos se justificaron diciendo que éstos últimos golpearon sus cabezas contra los escudos (¿?). No hay pruebas físicas de los instrumentos con los que presuntamente se llevó a cabo la agresión porque ya habían limpiado el Zócalo. Y porque ningún médico certificó los golpes que dijeron haber recibido los policías. Los referidos delitos podrían alcanzar una pena de hasta 60 años de cárcel.
Y mientras, el gobierno se suma al grito de Todos Somos Ayotzinapa. Parece que seguimos leyendo el Deforma. En medio de un planteamiento que es más parecido a un Plan Nacional de Desarrollo que a una respuesta auténtica y sensata a la demanda de justicia de miles de personas eso no abona a la solución del conflicto. Las técnicas de infiltración le sirven al crimen organizado porque trabaja sobre un humus propenso. Uno donde el acoso, las agresiones, las violaciones, los golpes, las cárceles, las desapariciones y los asesinatos son parte esencial de la máquina que gobierna. Es fácil pasar de uno a otro.
Por eso hay que ver quién infiltra a quién y cómo. A la sociedad no se le puede infiltrar un mandatario simplemente haciendo uso de su discurso, pretendiendo que eso sustituya la verdadera rendición de cuentas que la sociedad demanda. No puede porque sociedad y gobierno se encuentran muy distantes uno del otro. En sus prácticas, en su ética, en su comprensión de la solidaridad y la justicia. No hay que confundirse, en todo caso, aprender de los mejores profesores. La justicia no debe administrarse. Porque el dolor, y la rabia, y lo que se acumule, también exigen respeto.
Por María Benítez, investigadora.