Julieta Cardona
15/11/2014 - 12:00 am
Ella
Favor de darle click a play antes de comenzar a leer: Ella aprendió a bailar para ella; a cocinar para ella; a jurar para ella; a todo lo que se te ocurra, ella aprendió para la otra ella. Y la primera ella era yo y ella era ella.
Favor de darle click a play antes de comenzar a leer:
Ella aprendió a bailar para ella; a cocinar para ella; a jurar para ella; a todo lo que se te ocurra, ella aprendió para la otra ella.
Y la primera ella era yo y ella era ella.
Ella me quería y yo, yo la adoraba. Con fervor la adoraba. La adoraba tanto que un día pensé en arrojarme a un río, como Mathilde, para que nadie pudiera quitármela cuando la tenía.
Nuestro amor estaba condicionado por una sola cosa, pero al fin condicionado. Y es que cuando un amor está condicionado, no significa que no sea válido o verdadero, significa algo menos peor: que está cojo, mutilado, pero que igual camina.
La sarta de pendejaditas por las que se condiciona el amor son un montón: distancia, romances furtivos, dinero, infidelidades, deslealtades, sueños con alguien más y blablablá, ya sabes, pero cuando se condiciona únicamente por el tiempo, una vive con un dron tripulado por un segundero bajo la almohada. Con una cama, qué sé yo, minada.
A mí me pasó que enamoré de una mujer de arena que vivía en un reloj; me dieron celos del futuro en el que ella ya no estaría conmigo. La templanza de mi lengua se encaminó a la guerra. De besarle los hombros y soplarle quedito en el cuello que la quería, terminé chupándole con coraje los senos que le chuparían los hijos que no serían míos. La quietud de mi cuerpo se encaminó a la guerra. De aproximarme con la más pulcra ternura en la curvatura de su espalda, terminé por encallarme entre sus piernas con la beligerancia que busca una gladuis hundirse en tierra conquistada para siempre.
Empecé a extrañarla desde antes de dejarnos porque un día más era uno menos. Porque yo tenía, como mi abuela con mi abuelo, un chingo de fe pidiéndole que no se fuera cuando ya se había ido. Porque yo no tenía, como Elena Garro, recuerdos del porvenir.
Se acabó el tiempo, el otoño, el aire cálido y ella se fue.
Me encontré con otra otra ella que no tenía nada que dar, y yo, yo tampoco. No aprendimos a bailar, ni a cocinar, ni a jurar, ni a cualquier cosa que se te ocurra, ninguna aprendió para ninguna.
Nuestra historia estaba condicionada por una sola cosa: nuestro pasado. Y es que cuando el pasado no se suelta, el presente se jode. Solo que es justo aquí cuando comienza un nuevo capítulo porque yo la quería, pero ella, ella me adoraba.
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