El vínculo de la alimentación con la violencia es un tema que ha sido abordado a partir de experiencias desarrolladas en espacios más o menos confinados, como lo son las escuelas y las cárceles. Estas experiencias se han desarrollado a partir de iniciativas de funcionarios escolares, investigadores o profesionales trabajando en estos espacios. Muy poco se ha hecho a nivel experimental, es decir, con los protocolos necesarios para tener validez científica. Sin embargo, más recientemente, se han comenzado a realizar estos estudios científicos para demostrar que las experiencias que habían señalado una fuerte relación entre la alimentación y la violencia tenían razón.
Durante más de 20 años, Stephen Schoenthaler, un profesor de justicia criminal de la Universidad del California, ha venido estudiando esa relación. Schoenthaler supervisó el cambió en la dieta de 803 escuelas en los suburbios de la ciudad de Nueva York. Durante ese periodo el desempeño de los estudiante mejoró significativamente. Los estudiantes que pasaban los exámenes finales en esas escuelas se encontraban 11% por debajo del promedio nacional, tras los cambios en la dieta el índice subió a 5% por encima d e la media nacional. Uno de sus estudios demostró que el número de violaciones a las reglas de la prisión cayeron 37% introduciendo alimentos frescos en la cárcel y sacando los refrescos y la comida chatarra. Schoenthaler fue profundamente criticado por no usar un grupo de control con reclusos a los cuales no se les diera la nueva dieta.
Varias experiencias similares se han desarrollado en escuelas, como la mostrada en la preparatoria de Appleton en Wisconsin y que es abordada, de manera breve, en el documental “Superengordame”. El intendente de la escuela, el Sr. Bretthauer fue a una entrevista de trabajo en esa escuela en 1977 y al conocer la situación de violencia que reinaba en ella decidió no aceptar el trabajo: pleitos entre estudiantes, contra los maestros y, hasta, decomiso de armas, que habían llevado a que un oficial de policía estuviera permanentemente rondando el plantel escolar. Después de varios años regresó y el ambiente había cambiado radicalmente. El único cambio importante que se había hecho fue la introducción de alimentos frescos, cereales integrales, una barra de ensaladas y la introducción de agua, sacando toda la comida chatarra y los refrescos.
El doctor Bernard Gresch es quien ha llevado estas experiencias al mayor rigor científico. Gresch platicó a la revista Science cómo inició su interés por el vínculo entre la alimentación y la violencia. Gresch, al iniciar su trabajo en una cárcel para jóvenes en el Reino Unido, buscó la manera de acercarse a ellos para conocer su ambiente familiar y la situación que vivían en la prisión. Para ello, invitó a un grupo de reclusos a reunirse periódicamente para preparar la comida y compartirla, como si se tratara de una familia. Aunque el objetivo era exclusivamente desarrollar la confianza de los reclusos hacia él, Gresch comenzó a recibir información de las autoridades de la institución señalándole que el comportamiento de los jóvenes que se estaban reuniendo con él había mejorado significativamente.
El doctor Gresch se decidió a evaluar las causas de ese cambio en el comportamiento de los jóvenes reclusos. Dos cosas había cambiado su intervención: el crear el espacio, al que el llamó “familiar”, para las comidas, y el tipo de alimentos que comían los jóvenes, diferentes al del resto de los jóvenes confinados en la institución. Se dedicó a encontrar cuál de estas dos variables era la que más se relacionaba con la mejoría en la conducta , concluyó que se trataba de la comida.
A partir de los resultados del doctor Gresch, entre 1988-1991, la nutrición se incluyó exitosamente para reducir las agresiones de los jóvenes detenidos, sin embargo, el proyecto se quedó sin fondos. El proyecto se retomó gracias al apoyo de una fundación y entre 1995 y 1997 se realizó la mayor investigación de ese tipo con 231 jóvenes detenidos en la prisión de Aylesbury. Los reclusos que recibieron complementos para obtener una alimentación más balanceada cometieron 35% menos actos violentos que los que recibieron placebos.
Ante los hallazgos, el gobierno británico ha aportado 2.3 millones de dólares para iniciar una nueva investigación por tres años (2010-2013) con mil prisioneros de tres cárceles para determinar si una buena nutrición, en este caso con complementos nutricionales, reduce la violencia en las cárceles del Reino Unido. El doctor Gresch advierte que el uso de los complementos se mostró como la única alternativa por la dificultad de mantener una alimentación basada en alimentos frescos al interior de las cárceles. Para él, el abandono de la dieta basada en la comida chatarra es la causa de la mejoría en la conducta de los jóvenes reclusos.
El deterioro de la alimentación por el consumo de alimentos y bebidas altamente procesados se ha identificado como un factor que contribuye a la generación de ambientes con mayor índice de violencia. Varias experiencias así lo han demostrado, por ejemplo, en escuelas donde la alimentación fue regulada para limitarse a la oferta de alimentos frescos, cereales integrales, agua y leche sin grasa. Sin embargo, estas experiencias se han desarrollado sin protocolos científicos. Cada vez más aparecen estudios científicos que demuestran que existen una serie de desórdenes químicos asociados tanto al consumo de altos contenidos de azúcar como de aditivos sintéticos presentes en los alimentos, especialmente: colorantes, conservadores y saborizantes.
En una colaboración anterior a Sin Embargo MX, nos referimos al impacto de cinco colorantes sintéticos de uso común en México, y que ahora se encuentran regulados en el Reino Unido, en la generación de hiperactividad y déficit de atención en los niños, y cómo esto puede afectar su concentración y aprendizaje.
Sabemos perfectamente que las causas de la violencia son sociales, económicas y culturales. Sin embargo, existe cada vez más evidencia de que la alimentación es un factor que contribuye a la violencia, un hecho que debe considerarse en un país que tiene los mayores índices en el consumo de comida chatarra y que se encuentra sumido en un entorno de violencia que va desde la ejercida por el crimen organizado hasta el bullying escolar.