De símbolos, fetiches y políticos patronos

26/03/2012 - 12:03 am

Desde que existe la civilización, el ejercicio del poder tiene dos caras, las cuales se necesitan mutuamente para ser eficaz.

La primera, conocida como la eficiente, se ocupa de todos los mecanismos para el ejercicio del poder. Es decir, hablamos de instituciones y reglas del juego y la forma en que éstas fomentan o inhiben condiciones de gobernabilidad para un país.

Por otra parte casi nadie habla de la segunda, llamada por el periodista inglés Walter Bagehot como la dignificada. Hablamos aquí de todos aquellos elementos que, aunque no generan un gobierno eficaz en sí mismo, ayudan a que la población acepte al régimen. Es decir, los símbolos, ceremonias y discursos de legitimación.

De esta forma, los gobernantes buscan personificar los valores que se consideran relevantes ya sea, digamos, a través de su figura o la de próceres convertidos en políticos patronos. Sin embargo, puede darse el caso que los símbolos y los discursos que los sustentes se encuentren vacíos de contenido y se conviertan en simples fetiches.

Hay ejemplos recientes que ayudan a entender esto. José López Portillo recurrió al mito de Quetzalcóatl como símbolo de su gestión. Escribió una novela histórica que hoy se puede encontrar en cualquier librería de segunda mano. La serpiente emplumada apareció en monedas y billetes. Y si uno entra al salón de Plenos de la Cámara de Diputados, verá en el techo un candelabro en espiral que representa a –adivinaron– la deidad bajando del cielo para iluminar a los legisladores.

¿Por qué recurrir a Quetzalcóatl para simbolizar una gestión? Porque para él era una figura civilizatoria y a través de ésta se veía a sí mismo como el educador de la nación. Si les suena extravagante recuerden que es el Presidente más ilustrado que hemos tenido, para quienes piensen que eso es importante para gobernar.

Tras la debacle de la gestión de López Portillo, Miguel de la Madrid recurrió también a los símbolos para apuntalar su legitimidad. En 1985 inventó el aniversario 175 de la Independencia y el 75 de la Revolución, para movilizar un sentimiento patriótico. Y como parte de su campaña de renovación moral, adoptó a José María Morelos y Pavón como su político patrono

Carlos Salinas de Gortari intentó revitalizar la ideología del PRI, el nacionalismo revolucionario, con un collage más o menos coherente de citas de liberales del siglo XIX conocido como el “liberalismo social”, sea lo que eso signifique. Zedillo no se ocupó de estos temas. Y los presidentes panistas recurren de manera intermitentemente a Francisco I. Madero, aunque no con tal intensidad que se le pueda considerar como político patrono.

Todo esto viene a cuento porque nuestros candidatos han recurrido a símbolos, discursos y políticos patrones. El problema es que éstos se encuentran vacíos de contenido, convirtiéndose en fetiches.

El pasado mes de enero, el candidato del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, Andrés Manuel López Obrador, se declaró a sí mismo como juarista y cardenista. Aunque uno bien se puede imaginar los retratos de Benito Juárez y Lázaro Cárdenas juntos en la pizarra de una primaria, es difícil imaginar que alguien se declare ambas cosas sin despertar sospechas sobre su estado mental.

Juárez representa una generación de políticos liberales, promotores de la propiedad, el esfuerzo y la iniciativa individual. Él mismo es ejemplo de ello: un pastor oaxaqueño que llegó a ser Presidente. Al contrario, durante el gobierno de Cárdenas, se consolidó un sistema político vertical, corporativista y que sobrevivió por décadas gracias al clientelismo y la negación de derechos políticos.

Entonces, ¿por qué el tabasqueño pudo decir esto? Porque la historiografía oficial tergiversó lo que se entendería por “izquierda”, “derecha”, “liberalismo” o “conservadurismo” para presentar al régimen que surgió a partir de los años cuarenta del siglo pasado como la culminación de las luchas sociales de México. En esa dinámica poco importa distinguir obras o ideas: simplemente resaltar dos o tres anécdotas que puedan ser útiles para explicar el pasado con base en el presente.

El 19 de marzo el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, declaró al diario Excélsior sentirse identificado con Adolfo López Mateos tras un trabajo que expuso el diario sobre las similitudes y puntos de coincidencia existentes entre ambos personajes como ser mexiquenses, el carisma mediático, el peinado implacable, la afiliación del grupo de Atlacomulco y utilizar en repetidas ocasiones la frase “por la grandeza de México”.

Peña Nieto dio una contestación más bien diplomática donde atribuyó a López Mateos haber hecho una gran labor por el país, impulsar la modernización de México y tener un gran equipo de trabajo (cualidades que percibe como propias y que desea proyectar). Sin embargo, parece perfilar a Luis Donaldo Colosio como su político patrono.

¿Qué atributos tienen López Mateos y Colosio en el imaginario nacional? Pocos. Al mexiquense se le recuerda más bien por su carácter campechano, sus viajes, el descapotado que manejaba y la expropiación de la industria eléctrica. El sonorense, más allá de algunos discursos memorables, representa una promesa incumplida del PRI que fue interrumpida por su asesinato.

Por último y aunque Josefina Vázquez Mota no ha presentado a sus políticos patronos, muchos señalan su condición de mujer como su principal ventaja competitiva frente a sus oponentes. ¿Se puede hablar de feminismo? No: falta el discurso y las políticas de género. Y tampoco se ven demasiadas mujeres en su equipo cercano. Por lo tanto hablamos de un símbolo que, al carecer de contenido, es un fetiche.

Todo pareciera que los candidatos se apoyan más en percepciones e imagen antes que contenidos en la selección de símbolos y políticos patronos. Sin embargo no tienen por qué esforzarse demasiado al respecto. A final de cuentas nuestra democracia está vacía al no haber una condición esencial: la rendición de cuentas. Hagan lo que hagan, la carrera política de quien gane no dependerá de dar buenos resultados.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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